Regino Pedroso

Salmo de las pupilas místicas

 

 

 

 

 

 

Una canción despedazada

 

Mañana, bajo el alba de un mundo en entusiasmo,

amargo, arrepentido, te llegarás a mí:

«Fui loco, injusto, sordo, dirás clamando al viento;

te perseguí en la tierra, en el aire, en las aguas;

te odié y negué en las noches,

no te di paz ni sueño:

¡siempre te perseguí!

Y eras tú lo infinito

Estaba en ti la aurora, el bien, el ala, el beso;

la vida en luz y en grito sangraba en tu canción;

te vi trémulo al viento, desgarrado y desnudo,

eras mi propia carne,

y no escuché tu voz»

¿Te sentiré? ¡Quién sabe!

Desnudo de ansia y canto me bañaré en el polvo.

Como agua de júbilo la risa de los niños

desbordará en los días;

la ciudad de un crepúsculo se abrirá en el ocaso;

y áureas baladas nuevas, como abejas de música,

colgarán sus panales de miel sobre la vida.

De las calles, acaso te llegue una canción

trunca, despedazada por los dientes del viento,

como aquella que en carne despedazaste en mí

Jirones de palabras te endulzarán las manos:

«Odio llovió en la tarde y anocheció la tierra,

pero en los anchos cielos amanece el amor»

Y en esa canción rota desgarrada en el aire,

¡me sentirás vivir»

 

 

 

 

Un poeta ha partido hacia las fuentes amarillas

 

Era el más joven, y ya ha partido.

Mensajero del iris en la región de atmósfera de barro

en donde desfallecen sin el vuelo las alas.

 

Las praderas de sombras, el país de loa blancos bambúes,

las fuentes amarillas,

para sus ojos nítidos ya no tienen misterios.

 

Hoy junto al kiosko sólo la soledad mis pasos acompaña.

Ya ni su risa, ni su canto, infantil, ni su palabra trémula

enflorecida de musicales ecos.

Ante el cercano invierno sólo el otoño pálido volando

en mi camino conchas amarillentas.

No era el trigal del viento, ni los terrestres ríos, ni la

misma ciudad ni las creencias

lo que en el ancho océano armonioso trenzaba nuestras

almas hermanas.

Era la luz, la atmósfera impalpable, la clara tierra astral

de un universo inexistente.

Apenas si en el breve segundo de la vida pudieron

estrecharse nuestras manos;

pero él se ha ido, amarillo entre rosas, en su brumosa

barca de las insondables,

y hoy se abre ante mis ojos un mar de sombra en tan

inmensa soledad

que a su sola presencia mi corazón naufraga.

Se alejó con voz de agua de estrellas, de luz,

de música

y presencia irreales,

y la raíz de su voz, de su espíritu, nacido en los celajes

que alimentan los sueños.

Hoy toco su presencia en la noche infinita de latidos que

entre mis dedos dejan amargura de ausencia.

 

La helada que comienza mi sendero a emblanquecer

ya no es aquella que viera retornar las primaveras

Todo ha empezado a enmudecer para el blanco silencio:

las flautas, las danzas, las manos, las canciones;

recogidas en sus ecos, las caracolas líricas.

¡Qué solo miro en torno amarillear los últimos rosales!

Y uno ha partido, sobre marespumosa de misterios, uno

ha partido.

Ha partido ya aquel con quien en el invierno yo hubiera

querido dialogar calladamente sin pronunciar palabras.

 

 

 

  

Elogio de Tao Fang

 

¡Oh, Tao Fang, ya hoy tú no ves!

¡Oh, Tao Fang, tú hoy ya no oyes!

¡Oh, Tao Fang, y hoy tú no hablas!

¡Oh, Tao Fang, eres culpable

 

tu gran pecado fue morirte!

Tigre feroz ayer, terror de muchedumbres;

el veneno mortal entre la zarpa espesa.

¿Quién con humano amor te miraba a los ojos?

Pero, ah, tú hoy ya no alientas:

tu gran pecado fue morirte!

Tú desde el trono,

al pie del trono,

en el trono reinando con puñal y mentira,

¿qué arcos de gloria

hoy no te hubieran levantado los hombres?

Todos los himnos,

todo el sol de la tierra,

las palabras de flores,

montañas de sapiencia

para ensalzar tu nombre…

¡Tú no puedes ya oírme, oh Tao Fang!

¡Tú única culpa fue morirte!

¡Oh, Tao Fang, guía de pueblos!

¡Luz de los hombres!

En todo fuiste luminoso:

cuando engañando

asesinaste la justicia

y encadenaste libertades;

en todo fuiste luminoso.

¿Qué arcos de amor entonces

no te alzaban los hombres?

Pero, ¡Oh Tao Fang, hoy tú no ves!

¡Oh, Tao Fang, tú hoy ya no oyes!

¡Oh, Tao Fang, ya hoy tú no reinas!

¡Oh, Tao Fang, tu gran pecado fue morirte!

 

 

 

  

Yuan Pei Fu despide a su discipúlo

 

Cuando un pájaro está a punto de morir,

sus notas son tristes; cuando un hombre está

a punto de morir, sus palabras son buenas.

 

De los diálogos del Lun Yu

¡Oh discípulo,

por vez postrera alcánzame la pipa!

No la de jade;

Aquella amarillenta de suave marfil viejo.

La que junto conmigo en lejanas mañanas

escuchara el gorjear de las aves cantoras;

la que vio florecer cien veces mi ciruelo;

la que te vio crecer como un arbusto tierno,

la pupila asombrada

y el alma ingenua, simple, como un libro de cuentos…

 

¡Oh, discípulo,

por la vez última, alimenta mi pipa!

Como claro arroyuelo tu niñez yo vi alegre

saltar entre las piedras.

Todo cantar te hacía:

la luz, la lluvia, el aire, las viejas porcelanas,

las linternas, la música, los perros de ojos tristes,

el vuelo de los pájaros por sobre los pinares,

el color y el perfume en flor de los duraznos,

el andar y el gozoso reír de las muchachas…

 

¡Ah, discípulo,

por la vez última alcánzame la pipa!

 

No la de plata;

aquella, la que guarda color y olor de tierra

y sabor más amargo;

la que siempre conmigo junto a la lamparilla

vio pasar hombres, días, como volutas vanas;

la que me vio aspirar en prisas impacientes

los afanes más puros;

la que engañosa me hizo ver fulgores de auroras

donde tan sólo había gris opaco de humo.

 

Deja ahora, hijo mío, que acaricie tu frente.

Has crecido, has amado, has soñado y vivido;

mas tu fruto de vida es todavía amargo:

porque el fruto más dulce no ha de ser árbol joven

sino aquel que rugoso ya ha florecido en años.

 

Pero en tanto, oh discípulo,

goza del sol, del mar, del aire y de la tierra:

ámalo todo y nada odies, nada te asombre,

que en toda dicha hay pena,

que en toda risa hay lágrimas,

y en todo lo creado, junto a la gris arcilla

hay también lo divino.

 

Y nada contra el cielo tu mano nunca arroje.

Nada tanto te inquiete que tu paz dulce amargue:

corrí, llamé, busqué, sueños forjé, grandezas…

Mas desnudo cual vine la gran sombra me espera.

Mientras más logra el hombre más parco se hace en dones:

nunca más rico se es que pobre de riquezas…

 

Y sé humilde, hijo mío, sin inútil orgullo;

la humildad da la dicha.

Sé como esas piedras de los ríos

que cantan al saltar en la corriente,

pulidas, lisas, llanas

de tanto naufragar, rodando siempre.

 

Y si barrera alta tu camino detiene,

nada intentes forzar, bordea la muralla;

nada derriba el hombre que después no levanta.

Y no preguntes, nada interrogues, discípulo;

nada responde a nada.

 

Prudente en las palabras y cauto en la conducta,

cual pez de muchos mares

bajo aguas diversas procura ser distinto;

mas vario, multiforme, sé uno en la existencia:

todo cambia en lo externo, no en su naturaleza.

 

Hoy despiertan tu mente tempestades de llamas

—monzones de palabra que ruedan por los días—,

yo también, hijo mío, rodé con la tormenta;

y almas extrañas vi, conocí cielo y tierra…

como la mar sus perlas, vivir me dio experiencias,

y rico en dones ácidos encontré mi ciruelo…

 

Mas el fruto maduro de la sabiduría

no es el que milagroso en huerto ajeno alcanzas,

sino aquel que en dolor del propio vivir nace.

Aunque un día sabrás que nunca nada sabes.

 

¡Ah discípulo,

por vez postrera alcánzame la pipa!

 

Deja ahora por último que apure aquella leve

de espuma y luz de ensueños.

Y escúchame, discípulo:

si un alba clara y limpia ve un día tu mirada,

salúdala con júbilo y ama esa hermosa aurora.

Tal vez si hay sueños ciertos…

¡O quizá qué milagro puede hacer la esperanza!

 

¡Ah discípulo.

Por la vez última alimenta mi pipa!

 

Ahora dame esa caña quemada por los años,

la que ya sólo tiene sabor leve a ceniza;

la que más sol ha visto morir tras la colina,

y bajo el cielo ancho

vio perderse en el viento como nubes fugaces

el río de los hombres y los días estrechos.

 

Con ella en paz serena

mis ancianas pupilas seguirán tu partida;

aunque lejos estés te verán cerca siempre.

Y cuando helado el viento tu tumulto ya apague

y en tierra ingrata, estéril, secos rueden tus sueños,

contigo llorarán sus lágrimas más íntimas…

 

Pero si en un prodigio cantando tú regresas

se alegrarán al verte, y de nuevo contigo

el vuelo de los pájaros verán en los pinares

en las tardes de oro, cuando cantan los sauces.

El vino estará fresco debajo del ciruelo,

perfumado de rosas y flores de cerezo.

¡Oh discípulo, todo, todo será lo mismo!

 

Mas si acaso ese día

no respondo, discípulo, a tu dulce llamado,

es que el sueño infinito llegó sobre mis párpados…

Entonces, hijo mío, sin lágrimas estériles,

con manos amorosas búscame tierra leve,

de verdes hierbas cúbreme y déjame que duerma.

 

Pero nunca tan hondo que en esa paz no escuche

el vuelo de las aves,

una canción que sueñe.

Reír la primavera,

llorar el triste invierno y el afán de los hombres.

¡Porque en todo estaré despierto eternamente;

porque todo aún lo amo!

 

¡Ay, discípulo,

no obstante sus tristezas, vivir, vivir es dulce!

No hay, como la muerte, un pesar más amargo.

Ah, discípulo amado, humano he sido.

Más que otro mortal, hijo mío, a mí ámame;

mas no pienses que he sido ni mejor ni más alto:

hecho de arcilla y luz tuve también flaquezas,

y como humano supe de virtud y pecado.

 

Mis pupilas se apagan.

Mi mano apenas puede sostener ya la pipa.

Calienta en esa llama

esta postrera gota que por mi barba corre…

¡Ay!, recuerda y ámame, amoroso discípulo!

En tu memoria guárdame,

cuando leve del agua, de la tierra y del fuego,

cual la mies a la siega ya estén tus largos años;

cuando ya no te turben tumultos de palabras,

ni las voces del viento,

ni un rumor de hojarascas…

 

Anda, anda ya, hijo mío.

Levanta, vive, sueña, niega, afirma, destruye.

Y cuando de tus fiebres adiós, fe, ni amor queden,

al ciruelo regresa.

Aquí estaré esperándote, debajo de sus ramas,

en la sombra sin sombra del camino más largo…

 

¡Oh discípulo, baja ya esa esterilla, y parte…!

 

 

 

 

Salmo de las pupilas místicas

 

Hoy tengo mis pupilas plenas de cosas bellas;

sólo por mis pupilas hoy he sido en la vida;

he visto sobre el cielo desnudas las estrellas,

y aquí, bajo los cielos, la tierra prometida.

Gracias te sean dadas, Señor, en las alturas,

por haber hoy mis ojos colmado de belleza;

por haberme llenado, Señor, de cosas puras,

embelleciendo mi íntimo paisaje de tristeza.

Por la pureza casta de mis pupilas buenas

—santas eucaristías de ensueño y esperanza porque

les diste hoy místicas alburas nazarenas,

en gracia a tus bondades, Señor, a Ti alabanza.

Sueñan sobre mis ojos cosas crepusculares;

deslumbramientos de oro, de púrpura suntuosa;

ensueños luminosos de mundos estelares,

y una visión más alta, Señor, de cada cosa.

Sonrisas, luz, perfumes y amor; todo he sentido

llegar a mis pupilas en armoniosas ondas;

y en un fluido etéreo mi yo se ha diluido,

y ha sido así partícula de cosas altas y hondas.

Como en Moisés, mis ojos estallan en promesas

de óptimos frutos, ricos en jugo y en dulzura;

y es Canáan, la tierra de amor y de belleza,

que surge ante mis ojos radiantes de ventura.

Pero yo sé que el claro Jordán que a mi alma asombra

no habrá de eternizarse, lustral, en mis pupilas;

pronto el destino oscuro, como un cielo de sombra,

enturbiará las aguas piadosas y tranquilas.

Por la negra amargura que les será el mañana,

Señor, cuando no miren la tierra prometida,

concédeles que puedan en su tristeza humana

el ver interiormente también bella la vida.

Concédeles la blanca visión de estos instantes

ya que en el mundo adversos les son amor y suerte;

por todas las miserias que tanto vieron antes,

y que verán quién sabe, Señor, si hasta la muerte.

¡Porque me diste hoy éxtasis de amor y de esperanza,

en gracia a tus bondades, Señor, a ti alabanza!

 

 

 

 

Y mi voz cantará sobre tu muerte

 

I

 

Aquí muriendo en agua corrompida,

desangrado, negado y perseguido,

venciendo al odio y tu puñal de olvido

mi voz se elevará sobre la vida.

En carne de verdad y angustia herida

sueño fui, dolor soy, amor he sido;

no vencerán mi ser estremecido

tu veneno, tu hiel, cárcel ni brida.

Por anchos cauces de un gran sueño humano

volará mi canción ; seco ni preso

por tu noche he de ser; aún más profundo,

sobre mentira cruel y odio inhumano,

con luz de alma y con blancor de hueso

contra ti mismo salvaré mi mundo.

 

 

II

 

Ante el alba de amor que está cantando

canción de eternidad en la mañana,

remo en mi nave, y mi voz quemando

desnuda su emoción en luz se ufana.

Por mares de amargura voy sangrando,

y hacia una inmensidad ancha y lejana,

la llama de mi vida va soñando,

más alta en su dolor y más humana.

 

Podrás hacer de mí ceniza o roca;

en mármol de opresión sellar mi boca;

vencer mi carne y apagar mi aliento.

Con hondura infinita, sobrehumana,

el hombre vencedor del sufrimiento

clamará con mi voz desde el mañana.

 

 

III

 

Frente a una lobreguez de oscuros cielos,

en ansias de otro mundo alcé mi lanza;

y quien bogó por mares de esperanza

vio en turbias olas naufragar anhelos.

Vida y clamor, en noches de desvelos,

lloraron siglos de desesperanza;

y ante esta sombra que al futuro avanza

el alma sólo ve miseria y duelos.

Mas en playa de azul el hombre espera

—¡árbol de luz, canción de primavera!—

libre en olas de sol, desnudo y fuerte.

Mientras tú pasarás hacia la nada,

con tu noche, tu crimen y tu espada,

entre aguas turbias y mudez de muerte.

¡Y mi voz cantará sobre tu muerte!

 

Regino Pedroso Fue un poeta cubano que nació en Unión de Reyes, Matanzas, el 5 de abril de 1896 y falleció en La Habana, el 7 de diciembre de 1983. Se l ... LEER MÁS DEL AUTOR