Diana Bellessi

Arte ni parte

 

 

 

 

 

Día del perdón

De todas las cosas que me han pasado en esta vida
son las inocentes las que recuerdo con hondura
y más mientras los años a disparada como potros
en una estela de polvo también pasan y pasan,
pero el vicio nunca acaba de andar así ensuciando
esa claridad solita que viene por encanto
y por gualicho bruto se va de andar pensando fiero
o pensando mal de esto o de aquello y sobre todo
de la siempre linda inocencia franca para darle
a los demás y más aún de la que tienen los otros
o ganas de tenerlas de seguro como yo,
dar y recibir así de ida y vuelta y natural
si miramos bien las cosas qué fácil es perderse
en belleza inocente que no calcula porque ve
solamente hondura o ese espesor de la vida único
al hacer las cuentas donde es llamado el instante
que no nos dio cosa ninguna más que el alma entera
y sabionda de saber nada se lleva y sólo fue
ganar fue seguir en la montura sutil del viento

 

 

El juego nunca acaba

Sí es sí en la luz del no que se alza
enfrente donde luego será no
en la sombra del sí que ya lo enlaza

como el dulce regazo de una madre
o la cuna del mañana reflejando
la tumba del ayer mecida al aire

así lo dijo Chuang y antes el maestro
Lao o todas las cosas lo dijeron
gozosas con su aplauso en el silencio

ante la pura belleza de la vida
que se sabe real tan simplemente
por vivirla intensa cada día

salvo nosotros vaya a saberse
porqué cortamos el continuo flujo
en la búsqueda de algo que parece

la llave de una trampa y es en cambio
la trampa misma armada por la mente
que pierde su atención contemplándose

y halla un ratón eterno condenado
a muerte por la ley que nadie entiende
si fuera sí a solas sin regazo

del no en la dulce luz alzada enfrente
abrazándonos como una madre al fin
del juego que nos hizo feliz y hunde

en el río del sueño aquella gracia
ya completa fluyendo hacia la próxima
como lo hace en las olas la mojarra

pequeña cuando hiende sus aletas
hacia el mar o lo hacen las ballenas
así lo diminuto y lo grande

en la semilla de arroz pero nosotros
olvidamos aquello escrito claro
y diciéndonos en su sello de oro

que debemos entregar el sí al no
con un aplauso aunque yo no sé hacerlo
ni sé cómo se entregan al océano

las madres con sus hijos tan huérfanos
por detrás a pesar de haber oído
la sentencia en su boca ya sin miedo

«¿de qué temer si tuve buena y larga
vida?» te dijiste, pero quién lo hará
por mí, madre, al cruzar las grandes aguas

 

 

Arte ni parte

Demora el cuerpo su sintonía y más aún
demora la mirada en él, mirada que siente
lo que ve más perdida en exceso de belleza
y dormida todavía en la bonanza,
nada ve,

visito al Tata en las mañanas y me quedo
mirando como trabajan, el Mario y él,
en la magia de las cumbreras y las tijeras
el invisible tejado se levanta
de aire todavía
bajo las ondas de los sauces y la charla
va de clavo en clavo y giros de la olorosa
madera mientras el Tata enseña, así, o asá,
y los sutiles movimientos del Mario,
lánguidos me hipnotizan como si una calma chicha
aquietara el cuerpo y también la mente
y no hubiera más
porqué que el del presente,
clavarla bien y cepillar la madera hasta que quede la seda
de su tacto, la seda del silencio rozada
por la brisa o el quiquiriquí filoso de un gallo,

replegada en este mundo que conozco tanto
o conocí de niña y se renueva siempre
la afinidad con lo amado, empiezo a oír,
a ver, y así las frases vuelven como corderos
al atardecer, de forma tal que ya no temo
si anacrónicos son mis poemas, si me debo
al presente o si ya fui, ni siquiera temo
a esa palabra mala de la que ahora habría
que huir como de un perro sarnoso:
lírica,

su fragilidad sí, su intemperie entregada
a cielo abierto, íntima, sin reparo ni cumbrera

 

 

Malabar

Sobre la blanca helada en los fondos
que ahora roza el sol de la mañana
baila la luz de fuego en el espejo
de hielo y se desliza en él un silbo
de patinador fantasma que hace
círculos o volutas en el aire
y se pierde en el monte del vecino
juntando leña imagino o resaca
de los cipreses y los pinos y es
la melodía que tirita pura
magia donde se montan los cucúes
de las palomas y un tanto después
todo el concierto que más bien parece
un silencio con plumas o un gorjeo
de terciopelo sobre la helada
haciéndonos despertar y decir
bajito al corazón del invierno
llegaste ya y sabremos si tenés
el malabar de gracia de las cosas
más pequeñas que sueñan como el silbo
fantasma el dulce y lejano calor
de un verano incierto

 

 

Milonguita

Acodadas en la barra
de un bar por la estación
terminal de colectivos
charlamos mi hermana y
yo de bueyes perdidos…

digo algo de unos versos
que se andan escribiendo
y su cara se ilumina,

me recuerda momentos
muy antiguos, encanto

de niña ante el relato:
así que también de eso
puede hablar la poesía,
dice cuando le cuento
que tengo mis visitas

Sí, digo, gente de antes
nítidos y vestidos
de domingo, como eran

o con lo mejor puesto
en trotecito lento

vienen a recordarme
que yo también, sabés,
me vuelvo gente de antes
Ensombrece su cara
y siento que pasa el ángel

de la muerte, es decir
el tiempo, vuelto puro
resplandor y recuerdo

al principiar y después
noche, sólo silencio

Mi padre me enseñó
hace ya algunos años
a caminar tranquilos
por el pequeño y amable
cementerio del pueblo,

parándonos en frente
de las tumbas con cierta
rememoración, era

la gente de su vida
y para mí un eco

Pero me voy volviendo
yo también, cosa tierna,
la fila de los que entran
al umbral de recuerdos
tan soleados y dulces,

no da miedo quisiera
decirle a mi joven
hermana, así nomás

te llega con anuncios
extraños al principio

y luego, hay una fe
que celebra el polvo
en reverbero, esto
fuimos para seguir
siendo en la única

memoria que cuenta…
allí donde nos dimos
como ahora, vos y yo

 

Diana Bellessi Nació en Zavalla, provincia de Santa Fe, Argentina, en 1946. Algunos de sus libros publicados son: Tener lo que se tiene (poesí ... LEER MÁS DEL AUTOR