Mark Strand

Ningún sitio adonde ir

 

 

 

(Traducción al español de Nicole Brezin y Martín López-Vega)

 

 

 

 

CUANDO LAS VACACIONES
ACABAN PARA SIEMPRE

 

Será extraño

darnos cuenta, al final, de que no podían durar

para siempre

(la voz tan segura nos había dicho una y otra vez

que nada cambiaría),

 

y recordar, también,

porque para entonces todo habrá terminado, cómo

eran

las cosas, y cómo desperdiciamos el tiempo

como si no hubiera nada que hacer,

 

cuando de pronto

el clima cambió, el aire altivo se volvió

insoportablemente pesado, el viento

asombrosamente mudo

y nuestras ciudades como cenizas,

 

y descubrir, también,

lo que nunca sospechamos, que era algo así como el

verano

en su máximo esplendor, excepto porque las noches

eran más cálidas

y las nubes parecían brillar,

 

y, aun así,

porque no habremos cambiado mucho, nos

preguntaremos

qué va a ser de las cosas, y quién quedará para

empezar

todo de nuevo,

 

e intentaremos, de algún modo,

aunque incapaces todavía, entender por qué

todo salió tan terriblemente mal; por qué

nos estamos muriendo.

 

 

 

 

EL SUEÑO

 

Mi cabeza se entreabre

y sales tú

a la luz rosa y violeta de la mañana.

 

¡Qué valiente eres!

Te alzas como la luna

mientras me siento en el borde de la cama,

 

con miedo de moverme.

Una brisa se desliza por la ventana,

me roza la mejilla y tú te estremeces.

 

No acabarás el día.

Los perros ladrarán

al verte,

 

los niños correrán hacia sus madres y los pájaros

se congregarán en torno a ti en busca de sombra.

Solo pensarlo te inquieta.

 

¡Regresa!

¡Trae a las niñas, al doctor y a la banda de samba!

Hay espacio de sobra.

 

Yo cerraré los ojos

y me acostaré en la oscuridad

para verte.

 

 

 

 

V

DUELO

 

Lloran por ti.

Cuando apareces a medianoche

y el rocío brilla en la piedra de tus mejillas,

lloran por ti.

Te guían de vuelta a la casa vacía.

Colocan las sillas y las mesas.

Te sientan y te enseñan a respirar.

Y tu aliento quema,

quema la caja de pino y las cenizas caen como la

luz del sol.

Te dan un libro y te piden que leas.

Te escuchan y sus ojos se llenan de lágrimas.

Las mujeres te acarician los dedos.

Peinan tu cabello devolviéndole su tono rubio.

Te afeitan la escarcha de la barba.

Masajean tus muslos.

Te visten con finas ropas.

Frotan tus manos para mantenerlas calientes.

Te dan de comer. Te ofrecen dinero.

Se arrodillan y te ruegan que no mueras.

Cuando apareces a medianoche lloran por ti.

Cierran los ojos y susurran tu nombre una y otra

vez.

Pero no pueden arrancar la luz sepultada de tus

venas.

No pueden alcanzar tus sueños.

Viejo, no hay manera.

Aparecer una y otra vez no sirve de nada.

Te lloran como pueden.

 

 

 

 

VIII

 

Si el amanecer rompiese el corazón y la luna fuese

una atrocidad

y el sol no fuera más que una fuente de letargo,

entonces por supuesto habría estado en silencio

todos estos años

 

y no hubiese elegido salir esta noche

con mi nuevo traje cruzado azul oscuro

y sentarme en un restaurante con un cuenco

 

de sopa ante mí para celebrar lo buena que ha sido

la vida y cómo ha culminado en este momento.

La armonía de la plenitud ha alcanzado su apogeo

 

y me estremezco de satisfacción y tú te ves

bien, también. Amo tu diente de oro y tu cabello

teñido

—un poco verde, un poco amarillo— y tu peso,

 

que finalmente está donde nunca pensamos

que estaría. Oh, mi compañera, mi bella muerte,

mi negro paraíso, mi veneno rancio,

 

mi musa simbolista, dame tu pecho

o tu mano o tu lengua que duerme todo el día

tras su muro de encías rojizas.

 

Échate en el suelo del restaurante

y recita todo lo que quede de mi felicidad.

Dime que no he vivido en vano, que las estrellas

 

no morirán, que las cosas seguirán tal como están,

que todo lo que he visto perdurará, que no he nacido

para el cambio, que cuanto he dicho no fue solo

para mí.

 

 

 

 

UN FRAGMENTO DE LA TORMENTA

 

A Sharon Horvath

 

Desde la sombra de las cúpulas en la ciudad de las

cúpulas

un copo de nieve, una tormenta de uno, ingrávido,

entró en tu habitación

y se abrió camino hasta el brazo del sillón donde tú,

al alzar la vista

de tu libro, lo viste en el mismo momento en que se

posó.

Eso fue todo. Nada más que un solemne entregarse

a la brevedad, al auge y la caída de la atención,

vertiginosamente,

un tiempo entre tiempos, un funeral sin flores. Nada

más que eso

si no fuera por la sensación de que ese fragmento de

la tormenta,

que se desvaneció ante tus ojos, regresará;

de que alguien, dentro de muchos años, sentado

como tú ahora, dirá:

«Ha llegado la hora. El aire está listo. Hay un claro

en el cielo».

 

 

 

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-Mark Strand
Ningún sitio adonde ir
Traducción de Nicole Brezin y Martín López-Vega
Visor Colección Atentado Celeste
España, 2024

 

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Mark Strand (Prince Edward Island, 1934-Nueva York, 2014), Premio Pulitzer en 1999 por su libro Tormenta de uno, y Wallace Stevens en 2004, es ... LEER MÁS DEL AUTOR