

Presentamos tres textos del legendario poeta chileno.
Romeo Murga
Canción en la hora del olvido
Ya nuestro amor no es nada sino un recuerdo, y una
claridad imposible sobre la vida mía.
ya todo nos separa, ya nos aleja todo,
y entre nosotros corre, como un río, la vida.
Pasas junto a mi lado como si no pasaras,
y yo no me detengo para verte pasar.
El eco de tu voz ya no me dice nada,
y tu luz infinita no me ilumina ya.
Y sin embargo, somos los mismos que una tarde
se juntaron en ésa, tu mirada profunda.
Somos los que una noche callada aprisionaron
toda la paz de Dios entre sus manos juntas.
Somos los que se amaron y los que se olvidaron,
los que perdieron ya su infinita alegría.
Pero en ese pecado que Dios no ha perdonado,
no fue tuya la culpa, ni fue la culpa mía.
Qué culpa tengo yo, mujer, si así como otros
tienen el vino triste, yo tengo el amor triste!
Y tú, que culpa tienes, si con tu alma traviesa
no puedes comprender lo que no comprendiste.
Lo que no comprendiste: mi amor -llama y fulgores-
ardiendo tras mis frías palabras cotidianas;
mi amor -luna risuela sobre mis torvas noches,
y rubio sol ardiente que alegró mis mañanas.
Ya mi amor no es nada, sino el recuerdo de algo,
claridad imposible sobre mi vida oscura.
Yo recojo, en silencio, las perdidas palabras.
tu seguirás viviendo sin recordar ninguna.
Pero en mí quedará lo que fue en ti divino.
Todo yo fui un camino que tu hollaste, al acaso,
Todo fui un camino, y sobre ese camino
no ha de borrarse nunca la huella de tus pasos…
Mi voz no es más que un eco
¿Qué he de hacer con mi voz sino cantarte siempre,
sino decirte siempre que eres bella y que te amo?
Toda mi poesía, oh Amada, no es más que eso:
el vasto nombre ardiente de amor con que te llamo.
Estás en mis cantares, bella y eterna y sola,
mostrando tu divino modo de ser hermosa.
¡Las que se inclinen sobre mi río de canciones,
sólo verán al fondo tu imagen temblorosa!
Mi poesía toda te circunda, como alta
ciudad maravillada de tristeza y de música,
llena del inocente fulgor de tu mirada,
y el rubio resplandor de tu cabeza rubia.
Pasa entre mis versos como entre los rosales
de tu jardín, desnuda de vanidad terrena,
alegre como tú; como yo, melancólica
llena de mis sollozos, y de tus risas llena.
Todos mis cantos tienen el brillo de tus ojos
y tienen el perfuma cruel de tu corazón.
Si tú eres amorosa canción rubia y humana,
mi voz no es más que el eco triste de esa canción…
Morena
Morena de ojos negros, como la noche negra
desde donde han venido mis temblorosos pasos.
Morena, la romántica, la pequeña, la risueña,
cuyo cariño duerme como niño, en mis brazos.
Dulcemente morena, como la sombra humilde
de tus livianos rizos en tus leves ojeras.
Morena, suavemente, como el reflejo que hacen
las ondas de tu crespa y oscura cabellera.
Morena como el alma de la noche más diáfana,
como el rostro invisible del silencio y la pena.
Morena como el sueño, como la sombra, y como
la cara eternizada de la tierra morena.
Morena, pero llena de claridad divina.
Morena, pero hermana de la alborada rubia.
Tras largas horas grises, amaneciste en mi alma,
como un día de sol tras un día de lluvia.
Morena; pero es luz tu mirada y tu acento,
y ese gesto infantil que de gracia te llena.
Morena; pero alumbra las sombras de los hombres,
como un sol infinito, tu sonrisa morena.