Félix Guerra

Sueño de viajero

 

 

 

 

Sueño de viajo

 

Ahora vengo, diosa, ahora

retorno, diosa. Regreso como

la bala al cañón, como el fugitivo

a su soga. Camino hacia tu boca.

Voy soltando los lastres del olvido.

 

 

 

 

Cartas

 

Te he enviado 20 cartas y una flor desesperada pero

tú no respondes y yo imagino que no respondes porque

no deseas responder y entonces quiero ir yo mismo

desesperado a decirte con la boca lo mucho que te

quiero, pero resulta que ahora estás lejos o más bien

que ahora estoy lejos yo y que la única forma de

tocarte a la puerta es esa obsesión desesperada

de escribir y escribir, aunque tú, muchacha,

no respondas ni a las cartas ni a las flores.

 

 

 

 

El invitado

 

Con un proyecto de pulmón ajeno

salí en busca de suspiros propios.

Nací de una silenciosa flor, de pausadas

cáscaras oscuras: en cada derrumbe descubrí

recientes huesos míos creciendo

entre las ruinas, como hojas de paisaje

todavía sin árbol primordial.

Pelaje vi en las alas de los pájaros,

graznidos en la urdimbre

oscura del lobo: ellos pedían

en préstamo lo que ofrecían, yo daba

de sus manos. Sus alas eran

mis hermanas, sus dientes mi colmillo.

Y en el líquido percibí además imágenes que deletreaban:

Aquí escribieron río con un agua muy larga.

 

 

 

 

Testamento del árbol

 

Dejo el recuerdo de mis ramas a la memoria

de los pájaros.

Dejo mi madera a las sillas y mesas

del futuro.

Dejo lo que fue mi sombra al jardín botánico,

para ser exhibida en los meses del verano.

Dejo el oxígeno que separé del aire a las pequeñas

narices de los niños.

Y para el cruel que me arranca el corazón

con que vivo,

dejo un perfume de flor que el tiempo

irá apagando sin violencias ni rencores.

 

 

 

 

Época

 

Entre un barco y otro, parte una ola. Y se despide un futuro.

Se explican los náufragos, naufragan las explicaciones.

Se marchan sin nombre, se alejan del apellido.

Por un lado se van y por otro son remolcados por cantos de sirenas.

Ellas, bellísimas en sus melodías

a distancia, prometen menos edad y más brisa

en los cabellos.

Llevo mis dudas a abrevar al bosque.

Llevo mis nostalgias a deambular por la ciudad.

La retórica me ronda, se traga las palabras más

fastuosas y las convierte en reptiles. A mí, por ejemplo,

me persigue ahora una jauría de palomas.

Recuerdo con exactitud las inexactitudes

del tiempo, y las mías propias. Riño con las aguas

oceánicas, me reconcilio a medias con las lluvias.

Mientras dura, me limpio en el torrente

de los aguaceros. Tanto como discuto las melopeas,

desconfío de los cantos rituales de la lejanía.

Mi rebelión, y recelo, continúan: acudo a

los libros. Con Gargantúa bebo cerveza.

Y con Pantagruel me voy de pesquerías.

 

 

 

 

Días defectuosos

 

Hay días verdaderamente defectuosos

que debieran desmoronarse al nacer,

para que otro más rutilante germinara

de esa extinción. Ayer, cuando ella

respondía a mis demandas

con cero ofertas, porque afirma, ja,

que en su distante corazón no hay

un pequeñito rincón para el amor,

debí abofetear el crepúsculo e impedir

la irrupción de las estrellas. Y hoy,

cuando atardece otra vez y el sol deleznable

no acumula mérito para llegar al descanso

de la noche, yo debiera apuñalear

las horas, hacer trizas los segundos

y esparcir al aire las cenizas

de sus crueles minutos.

Desamparado por el tiempo, desamparado

por la humedad, inválido de amor

y sangrado por incontenibles heridas,

sin embargo, solo logro sumarme al aguacero

y llorar por los terribles errores

que cometen los días a diario.

 

 

 

 

Náufrago sin ti

 

Conozco perfectamente quién

es el mar, porque tiene remos y

navega en mis recuerdos.

El mar es aquella agua con estruendo

que sin embargo se apocaba

en el último trecho, y llegaba

sumisa a lamer tus pies.

Conozco el mar porque fue la última

locación donde estalló tu risa

y giraste lenta hasta quedar

de perfil contra la espuma.

El mar es sobre todo una borrasca

imaginada en el corazón de un caracol.

Con el mar nunca acabaríamos, puestos

a la tarea de comprobar humedades y salitres.

Como no soy ciego y menos tonto, creo que

existen tantas razones para censurarlo

como para abrazarlo. Y no pienso, en última instancia,

que haya nadie tan insoportablemente solitario

como ha sido el mar en algunos atardeceres

y como he sido yo en algunas despedidas.

Ahora apenas lo dudo:

El mar y yo somos dos náufragos sin ti.

 

Félix Guerra Es uno de los más importantes poetas cubanos contemporáneos. Autor de obras decisivas en la Historia de la isla −traducidas a numerosos ... LEER MÁS DEL AUTOR