

Presentamos tres textos del célebre poeta y dramaturgo irlandés en la versión de Enrique Caracciolo Trejo.
William Butler Yeats
La rueda
A través del invierno invocamos la primavera,
toda la primavera llamamos al verano,
y cuando ya resuenan los setos rebosantes
declaramos que lo mejor es el invierno.
Y después nada hay bueno
porque la primavera no ha venido.
No sabemos que aquello que perturba nuestra sangre
es sólo su nostalgia de la tumba.
La rosa secreta
Lejana, muy secreta, inviolada Rosa,
estréchame en mi hora de las horas;
y quienes te buscaron en el Santo Sepulcro
o en el tonel de vino, moraron más allá
de los tumultos de sueños derrotados; y profundos,
entre párpados grises muy pesados de sueño,
los hombres han nombrado la belleza. Tus grandes hojas muestran
las barbas antiguas de los coronados Reyes Magos,
sus yelmos de rubí y oro; ye! rey cuyos ojos contemplara
las Manos Traspasadas en la Cruz elevarse
en druídicos vapores, y las teas apagarse,
hasta que e! vano frenesí lo despertara y muriera.
Y aquel que halló a Fand caminando entre llamas de rocío,
junto a una costa gris que el viento no soplaba
y perdió mundo y Emer por un beso.
Y el que llevó los dioses fuera de los muros
y se entregó al festín hasta que cien rojas albas
contemplara y llorara los túmulo s de sus muertos.
El rey altivo y soñador que penas y coronas arrojara
y al bufón y al poeta convocando,
morara en hondos bosques con los errantes manchados de vino.
Y el que vendió labranza, casa y bienes
y buscó en mar y tierra por años incontables,
y al final encontró, entre risas y llanto
mujer tan radiante en su belleza
que los hombres trillaban el cereal hasta la noche
por un rizo robado, por un pequeño rizo.
Y yo también aguardo ese momento:
las grandes tempestades de tu amor, de tu odio.
¿Cuándo se arrojarán las estrellas del cielo
y como chispas de herrería morirán?
¿Ciertamente, ha llegado tu hora, tus tempestades soplan,
lejana, muy secreta, inviolada Rosa?
Los dos árboles
Amada, mira en tu propio corazón,
el árbol sagrado crece allí;
de la alegría surgen las ramas sagradas
y todas las flores estremecidas que ellas dan.
Los cambiantes colores de sus frutos
son dote de alegre luz para las estrellas;
la certeza de su escondida raíz
ha plantado silencio en la noche;
el agitarse de su frondosa cabeza
donó su melodía a las olas
y desposaron la música con mis labios,
susurrando para ti hechicera canción.
Allí van los Amores en círculos,
el círculo llameante de nuestros días,
girando en espiral de un lado a otro
por esos vastos e ignorantes caminos frondosos;
al recordar ese pelo agitado
y cómo se disparan las sandalias aladas,
tus ojos se llenan de tierna solicitud:
amada, mira en tu propio corazón.
No mires más en el espejo amargo
que demonios, con astucia sutil,
muestran ante nosotros cuando pasan;
o mira sólo un instante;
pues crece allí una imagen fatal
que recibe la noche tormentosa,
raíces casi cubiertas por las nieves,
cortadas ramas, ennegrecidas hojas.
Pues todo deviene esterilidad
en el espejo opaco que los demonios sostienen,
el espejo de exterior abatimiento
hecho cuando Dios durmiera en tiempo antiguo.
Allí, por las ramas partidas, andan
los cuervos de inquietante pensamiento;
volando, clamorosos, de un lugar a otro,
con garra cruel y garganta hambrienta,
o se detienen y olfatean el viento
y agitan las raídas alas; ¡ay!,
tus ojos dulces se tornan crueles:
no mires más en el espejo amargo.