Hernán Lavín Cerda. Abandonado en su palacio

 

Presentamos dos textos del reconocido autor chileno avecindado en México.

 

 

 

 

Hernán Lavín Cerda

 

 

 

VISIONES DESDE EL SACRÉ-COEUR

Aquí me tienen todavía en el umbral
de la Basilique du Sacré-Coeur, mirando y mirando, viéndome
pasar el Tiempo, eso que aún llaman Tiempo, todo
el zarpazo, la antigüedad y el esplendor del Tiempo
en el desliz vibrátil sobre las alas
de aquellas mariposas que tal vez ya no existen.
Vuelan los cielos de un cielo a otro cielo, más allá de la Tour Eiffel,
con estrellas o sin estrellas:
todas van hilando una red
como un tejido de palpitaciones invisibles.
Se vuelan por encima del aire, sin saber al fin por qué se vuelan.
Sin embargo, el cielo de París es una voladura en equilibrio permanente.

Recuerdo los ojos casi azules de aquel mono blanco
que también veía pasar el Tiempo, eso que aún llaman Tiempo, todo
desde las cumbres del Himalaya:
más que verlo pasar, aquel mono
escuchaba el transcurso del Tiempo bajo las nubes eternas.
Como si fuera un sordo, aquel mono blanco
tenía el privilegio de percibir desde las cumbres,
como a través de un rumor inagotable, el paso del Tiempo.

De pronto, una voz desconocida va dictándome
al oído, desde el punto más alto
de la no muy lejana Tour Eiffel:
“Viví en un callejón donde llegaban
a orinar todo gato y todo perro
de Santiago de Chile.
Era en 1925
Yo me encerraba con la poesía
transportado al Jardín de Albert Samain,
al suntuoso Henri de Regnier,
al abanico azul de Mallarmé.
Nada mejor contra la orina
de millares de perros suburbiales
que un cristal redomado
con pureza esencial, con luz y cielo:
la ventana de Francia, parques fríos
por donde las estatuas impecables
.. .. .-era en 1925-
se intercambiaban camisas de mármol,
patinadas, suavísimas al tacto
de numerosos siglos elegantes.

En aquel callejón yo fui feliz.

Más tarde, años después,
llegué de Embajador a los Jardines.

Ya los poetas se habían ido.

Y las estatuas no me conocían”.

¿Quién es el que habla de aquellos siglos elegantes?
¿Será el simbolista Stéphane Mallarmé
desde la espiral de Rubén Darío y el asombro de Pablo Neruda?

Aún me tienen aquí, todavía, en el umbral
de la Basilique du Sacré-Coeur, viendo y viendo, mirándome
pasar aquel fenómeno que dudosamente llaman Tiempo, todo
el arrebato, la ambigüedad y el estupor del Tiempo
en el desliz vibrátil sobre las antiguas y nuevas alas
de aquellas mariposas que tal vez ya no existen.

 

 

 

 

ABANDONADO EN SU PALACIO

 

 

Al espíritu de Salvador Allende,
con una sonrisa casi invisible.
¿De vuelo en vuelo?

 

 

Perdido en su Palacio de Gobierno,
el Capitán General no puede más
con el fantasma del Presidente asesinado
en aquellos días del crimen casi perfecto.

Pero pasan los años y al fin se sabe
que nada es perfecto en este mundo,
cuando los cadáveres suben, bajan, vuelven a subir
por las escalinatas del Palacio de Gobierno
donde el Capitán General es un verdugo con nostalgia
como si fuese el último caballero de la Orden del Terror
derrumbándose del caballo a cada instante, sin mucho estilo.

Abandonado en los rincones del Palacio,
el Capitán General descubre, impasible, que ha perdido la memoria:
ni siquiera sabe cómo se llama, por qué tiemblan sus manos
y no puede más con la ambigüedad o el entusiasmo
del fantasma que lo despierta cuando duerme
y lo hace dormir entre sus víctimas cuando está despierto.

El Capitán General no dispone de los beneficios
que a veces hay en la lucidez de la decrepitud:
simplemente es una víctima de su propio verdugo
y no puede escapar, aunque lo sueñe,
del fantasma del Presidente asesinado
en los días de la conspiración casi perfecta.

Pero pasan los años y al fin se sabe
que no hay nada perfecto en este mundo,
ni siquiera el crimen organizado como una obra de arte.