Edmond Jabès. El libro de las preguntas

 

Presentamos algunos textos del gran poeta francés nacido en Egipto en la traducción al español de Julia Escobar.

 

 

 

Edmond Jabès

 

 

El libro de las preguntas

Introducción

El libro de las preguntas es el libro de la memoria.
A los obsesivos interrogantes sobre la vida, la palabra, la libertad, la elección, la muerte, responden rabinos imaginarios cuya voz es la mía.
Las respuestas que da esta obra, dos amantes perdidos vendrán a leerlas; por mi parte, he intentado, al margen de la tradición y a través de los vocablos, recobrar los caminos de mis fuentes.
Para existir se necesita primero ser nombrado; pero para entrar en el universo de la escritura, es necesario asumir,
con el propio nombre, la suerte de cada sonido, de cada signo que lo perpetúan.
De un idilio simple y trágico surge un canto de amor que es, a pesar de todo, canto de esperanza. Este canto ambiciona hacernos asistir al nacimiento de la palabra y, en dimensión más que real, a un ensanche del umbral del sufrimiento que ilustra una colectividad perseguida, cuyo lamento es retomado, era tras era, por sus mártires.
1963
 

Dedicatoria

En el cementerio de Bagneux, departamento del Sena,
descansa mi madre. En el viejo Cairo, en el cementerio
de las arenas, descansa mi padre. En Milán, en la muerta
ciudad de mármol, está sepultada mi hermana.
En Roma, donde, para acogerle, la sombra cavó la tierra,
está enterrado mi hermano. Cuatro tumbas.
Tres países. ¿Conoces las fronteras de la muerte?
Una familia. Dos continentes. Cuatro ciudades.
Tres banderas. Una lengua, la de la nada. Un dolor.
Cuatro miradas en una. Cuatro existencias. Un grito.
Cuatro veces, cien veces, diez mil veces, un grito.
-¿ Y los que no tienen sepultura? , preguntó Reb Azel.
-Todas las sombras del universo, respondió Yukel, son gritos.
(Madre, respondo a la primera llamada de la vida,
a la primera palabra de amor pronunciada
y el mundo tiene tu voz.)
 

Dedicatoria 1

A las fuentes profundas de la vida y de la muerte reveladas,
Al polvo de los pozos,
A los rabinos-poetas a quienes he prestado mis palabras y cuyo
nombre, a través de los siglos, fue mi nombre,
A Sara y a Yukel,
A todos aquellos, por último, cuyos caminos de tinta y de sangre
pasan por los vocablos y por los hombres
Y, más cerca, a ti, a nosotros, a ti.
 

1. A ti, que crees que existo…

(«A ti, que crees que existo,
¿cómo decir lo que sé
con palabras cuyo significado
es múltiple;
palabras, como yo, que cambian
cuando se las mira,
cuya voz es ajena?
¿Cómo decir
que no soy
pero que, en cada palabra,
me veo,
me oigo,
me comprendo,
a ti, cuya realidad
renovada
es la de la luz
a través de la cual
el mundo cobra conciencia del mundo
perdiéndote
pero que respondes
a un nombre
prestado?
¿Cómo mostrar lo que he creado
fuera de mí,
hoja tras hoja,
donde todo rastro de mi paso
está borrado
por la duda?
¿A quién se le han aparecido esas imágenes
que ofrezco?
Reivindico, en último extremo, lo que me es debido.
Cómo demostrar mi inocencia
cuando el águila ha volado de mis manos
para conquistar el cielo
que me atenaza?
Muero de orgullo en el límite
de mis fuerzas.
Lo que espero está siempre más lejos.(…)
 

2. Y Yukel habla…

Y Yukel habla:
Te busco.
El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.
Sólo calles vacías,
calles desnudas,
el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,
un mundo donde no estás, donde te busco.
Están tus pasos,
tus pasos que sigo, que espero.
He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,
sin saber quién era yo,
sin saber a dónde me dirigía.
Un día estarás.
Será aquí, en otro lugar,
un día como todos los días en que estás.
Será, tal vez, mañana.
He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargos
donde la sal quebraba la sal.
He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.
La noche es una mano para quien sigue la noche.
De noche, todos los caminos caen.
Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.
Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.
En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.
Eres el grito perdido en que me extravío.
Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.
 

3. He dado la vuelta…

He dado la vuelta.

He dado la vuelta sobre mí mismo sin encontrar descanso.
Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho:
«Tú no eres judío. No frecuentas la sinagoga».

Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado:
«Llevo la sinagoga en mi interior».

Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho:
«Tú no eres judío. Ya no rezas».

Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado
«La oración es mi columna vertebral y mi sangre».

Dirigiéndose a mí, mis hermanos de raza han dicho:
«Los rabinos cuyas palabras citas son unos charlatanes. ¿Han
acaso existido? y tú te has alimentado con sus palabras impías».

Dirigiéndome a mis hermanos de raza, he contestado:
«Los rabinos cuyas palabras cito son los faros de mi memoria
-uno sólo se acuerda de sí- y vosotros sabéis
que el alma tiene por pétalo una palabra». (…)