Nicanor Parra. La Trampa

 

Presentamos dos textos claves del celebrado antipoeta chileno.

 

 

 

Nicanor Parra

 

 

LA TRAMPA

 

Por aquel tiempo yo rehuía las escenas demasiado misteriosas.

Como los enfermos del estómago que evitan las comidas pesadas

Prefería quedarme en casa dilucidando algunas cuestiones

Referentes a la reproducción de las arañas,

Con cuyo objeto me recluía en el jardín

Y no aparecía en público hasta avanzadas horas de la noche;

O también en mangas de camisa, en actitud desafiante,

Solía lanzar iracundas miradas a la luna

Procurando evitar esos pensamientos atrabiliarios

Que se pegan como pólipos al alma humana.

En la soledad poseía un dominio absoluto sobre mí mismo,

iba de un lado a otro con plena conciencia de mis actos

O me tendía entre las tablas de la bodega

A soñar, a idear mecanismos, a resolver pequeños problemas de emergencia.

Aquellos eran los momentos en que ponía en práctica mi célebre método onírico,

Que consiste en violentarse a sí mismo y soñar lo que se desea,

En promover escenas preparadas de antemano con participación del más allá.

De este modo lograba obtener informaciones preciosas

Referentes a una serie de dudas que aquejan al ser:

Viajes al extranjero, confusiones eróticas, complejos religiosos.

Pero todas las precauciones eran pocas

Puesto que por razones difíciles de precisar

Comenzaba a deslizarme automáticamente por una especie de plano inclinado,

Como un globo que se desinfla mi alma perdía altura,

El instinto de conservación dejaba de funcionar

Y privado de mis prejuicios más esenciales

Caía fatalmente en la trampa del teléfono

Que como un abismo atrae a los objetos que lo rodean

Y con manos trémulas marcaba ese número maldito

Que aún suelo repetir automáticamente mientras duermo.

De incertidumbre y de miseria eran aquellos segundos

En que yo, como un esqueleto de pie delante de esa mesa del infierno

Cubierta de una cretona amarilla,

Esperaba una respuesta desde el otro extremo del mundo,

La otra mitad de mi ser prisionera en un hoyo.

Esos ruidos entrecortados del teléfono

Producían en mí el efecto de las máquinas perforadoras de los dentistas,

Se incrustaban en mi alma como agujas lanzadas desde lo alto

Hasta que, llegado el momento preciso,

Comenzaba a transpirar y a tartamudear febrilmente.

Mi lengua parecida a un beefsteak de ternera

Se interponía entre mi ser y mi interlocutora

Como esas cortinas negras que nos separan de los muertos.

Yo no deseaba sostener esas conversaciones demasiado íntimas

Que, sin embargo, yo mismo provocaba en forma torpe

Con mi voz anhelante, cargada de electricidad.

Sentirme llamado por mi nombre de pila

En ese tono de familiaridad forzada

Me producía malestares difusos,

Perturbaciones locales de angustia que yo procuraba conjurar

A través de un método rápido de preguntas y respuestas

Creando en ella un estado de efervescencia pseudoerótico

Que a la postre venía a repercutir en mí mismo

Bajo la forma de incipientes erecciones y de una sensación de fracaso.

Entonces me reía a la fuerza cayendo después en un estado de postración mental.

Aquellas charlas absurdas se prolongaban algunas horas

Hasta que la dueña de la pensión aparecía detrás del biombo

Interrumpiendo bruscamente aquel idilio estúpido,

Aquellas contorsiones de postulante al cielo

Y aquellas catástrofes tan deprimentes para mi espíritu

Que no terminaban completamente con colgar el teléfono

Ya que, por lo general, quedábamos comprometidos

A vernos al día siguiente en una fuente de soda

O en la puerta de una iglesia de cuyo nombre no quiero acordarme.

 

 

 

 

LAS TABLAS

 

Soñé que me encontraba en un desierto y que hastiado de mí mismo

Comenzaba a golpear a una mujer.

Hacía un frío de los demonios; era necesario hacer algo,

Hacer fuego, hacer un poco de ejercicio;

Pero a mí me dolía la cabeza, me sentía fatigado

Sólo quería dormir, quería morir.

Mi traje estaba empapado de sangre

Y entre mis dedos se veían algunos cabellos

-Los cabellos de mi pobre madre-

“Por qué maltratas a tu madre” me preguntaba entonces una piedra

Una piedra cubierta de polvo “por qué la maltratas”.

Yo no sabía de dónde venían esas voces que me hacían temblar

Me miraba las uñas y me las mordía,

Trataba de pensar infructuosamente en algo

Pero sólo veía en torno a mí un desierto

Y veía la imagen de ese ídolo,

Mi dios que me miraba hacer estas cosas.

Aparecieron entonces unos pájaros

Y al mismo tiempo en la oscuridad descubrí unas rocas.

En un supremo esfuerzo logré distinguir las tablas de la ley:

“Nosotras somos las tablas de la ley” decían ellas

“Por qué maltratas a tu madre”

“Ves esos pájaros que se han venido a posar sobre nosotras”

“Ahí están ellos para registrar tus crímenes”

Pero yo bostezaba, me aburría de estas admoniciones.

“Espanten esos pájaros” dije en voz alta

“No” respondió una piedra

“Ellos representan tus diferentes pecados”

“Ellos están ahí para mirarte”

Entonces yo me volví de nuevo a mi dama

Y le empecé a dar más firme que antes

Para mantenerse despierto había que hacer algo

Estaba en la obligación de actuar

So pena de caer dormido entre aquellas rocas

Aquellos pájaros.

Saqué entonces una caja de fósforos de uno de mis bolsillos

Y decidí quemar el busto del dios

Tenía un frío espantoso, necesitaba calentarme

Pero este fuego sólo duró algunos segundos

Desesperado busqué de nuevo las tablas

Pero ellas habían desaparecido:

Las rocas tampoco estaban allí

Mi madre me había abandonado.

Me toqué la frente; pero no:

ya no podía más.