La siesta del caimán
Sobre mi verso
Como lo debo sólo
al rubio Apolo, y porque en mí no fuera
propio que elogios propios escribiera,
son estos versos en loor de Apolo.
Mi verso es verso llano,
en que suena la voz y en que el acento
del hombre se hace oír y el eco humano.
Apresurado o lento,
como de un río la sonante plata
cuyo espejo retrata
gentes, bosques, viviendas y animales,
árboles, rocas, vida y movimiento,
corre en libres raudales,
llevando al par idea y sentimiento.
Como lo debo sólo
al rubio Apolo, y porque en mí no fuera
propio que elogios propios escribiera,
son estos versos en loor de Apolo.
La siesta del caimán
La ceiba cenicienta que retuerce confusa
su raíz —como greñas blanquizcas, como medusa
en la margen del río—
la tierra negra atigra con su ancha sombra hojosa,
do se tiende en la siesta, blanca piedra escamosa,
el rudo caimán frío.
En el pantano verde zumba, y zumba el zancudo,
enviando sones tétricos al bosque hostil y mudo,
que exuda áspero olor;
y la liebre, flechada, deja el zarzal hiriente,
y el sol cobrizo espesa cual vidrio en el ambiente,
como bruma el calor.
La lámina del Lempa como fundido plomo,
rompe, en convulsión, ágil el pez bruñido, como
juega un clown su puñal;
y las túrbidas ondas que arrastran los despojos
de la selva, chispean tachonándose de ojos,
oleoso caudal.
A beber, por el fango de la opuesta pendiente,
baja el buey sudoroso humeando, mugiente,
y mordiendo la yedra:
el caimán, cauteloso, hacia el agua ha rodado,
imitando en el río, que hace sonar pesado,
el caer de una piedra.
El zapote
No se dice la cosa, si es vernácula. Es rara,
puede ser bella y grande; pero, ¡no! Si son flores—
tal como el esquinsuche, no se dice. Ni el ara.
Ni el aura. Ni el cenzontle, —salvo pestes y horrores.
Animales sagrados son la danta y la guara;
mas no los mienta el poeta, so pena de ser zote.
Hay el lago Xólotl: el humour hace riza;
y este tal nombre en Tura era de emperadores.
Un códice dibuja un árbol: lo estiliza:
tal los pinos de Noche-Buena. ¡Ah!… es el zapote.
Tantas las precauciones y calificaciones
para hablar del grande árbol que me dio tantos frutos
y se alzó donde hoy brilla la Normal de Varones:
cayó el árbol herido, con el progreso en guerra.
¡Qué plantel tan hermoso rinda tantos tributos
como frutos el árbol que dio sombra a esa tierra!
La flor de izote
La girándula hermosa
que suspende al poeta—
el izote, al que llaman bayoneta.
¿Qué anuncia o qué defiende
con su explosión de espadas?
Pues, la yucca gloriossa
que sabe en sus raíces el que sabe:
las llamadas mandioca;
y del gran Bello “blanco pan” llamadas;
y hecha pan es cazabe;
y lo que más bien sabe,
en la más noble sopa, es la tapioca.
Amor
Yo quiero el mar, no la ola,
quiero el cielo, nubes no,
para ella yo, sólo yo,
y para mí, ella, ella sola.
Que esperanza y ansiedad
y fe, y amor y… ese abismo
sea ella misma y yo mismo:
los dos una inmensidad.
Los dos uno, un solo aliento,
y una fe y una pasión:
y los dos su corazón
y los dos mi pensamiento.
Ser llamas abrasadoras,
astros ardientes, intensos,
dos corazones inmensos
para poblarlos de auroras.
¡Amor! ¡Amor!… Amor de esos
que al fundir los corazones,
alzan a lo alto oraciones
que son lágrimas y besos.
El desnudo
Nunca son Belleza y Verdad
tan puras: la Desnudez,
como cuanto es Verdad y es
Bella la maternidad.
La ofrenda del brahmán
Poema indostano
I
Yo era un brahmán conocedor del Veda;
yo me vestía mi ropón de seda,
y el concurso de santos y de sabios
oía, cual rumor de la arboleda,
toda la inspiración, la ciencia toda,
manar, al escaparse de mis labios,
los versos de Valmiki, en la pagoda.
Yo congelaba el iris,
y al rayar de la aurora,
las nieves eminentes
de los Dawelaguiris,
nimbadas de fulgores refulgentes,
que hería un soplo de oración sonora,
eran tímpanos cándidos de rimas,
rapsodias profundísimas y extrañas,
con que daban a Brama, las montañas,
gracias por las edades de sus cimas.
II
Oyendo mis cantares y refranes,
acatando mi fe y sabiduría,
en premio dispusieron cierto día,
ofrendarme una virgen los brahmanes.
Y eras tú, Egandyra enamorada,
de dulce y triste y lánguida mirada;
tan atractiva y pálida belleza,
que toda la India te juzgó al extremo
de un esfuerzo supremo
del arte de la Gran Naturaleza.
Y eras mía. Y en medio de oraciones,
mago solemne, pensador agreste,
hice las misteriosas abluciones
y desceñí tu inmaculada veste;
y entonces con ternura
di un beso a tu cintura
fácil cual junco, y adorable y grata,
y se enroscó a las formas de tu talle
un deslumbrante cinturón de plata.
III
Cual fuente que desbordaba de su lecho,
como hebras del tejido de la noche,
formaban manto misterioso y vago
tus cabellos rodando por tu pecho
con inocente y con sensual halago.
Y en el cuello de nieve, casto y bello,
donoso cual de blanca cervatillo,
posé el labio, apartándote el cabello,
y entonces, luminosa gargantilla
cual sierpe de oro se anudó a tu cuello.
IV
Nevada e inocente,
cual la espuma más alba de la playa,
admiré la blancura de tu frente,
pura como el carámbano
que corona la sien del Himalaya.
Allí mi labio, que amoroso quema,
dio un beso ingenuo cual la luz del día,
y cuajada de lumbre y pedrería
engarzase a tu frente una diadema.
V
Te alzó en mis brazos mi efusión sencilla,
y con el más sagrado de los goces,
doblé ante los altares la rodilla,
y pura, así, te devolví a los dioses.
La diosa flor
Se ha cumplido ya el plazo;
pero en vez de la nube, orlada en fuego;
o del carro flotante,
tirado por cándida cuadriga
de garras o palomas,
en que viene el esposo, negras nubes
entoldan el Oriente; el remolino
de fuego de la guerra
pone su tea a la divina tienda
del azul firmamento
y en medio al humo trágico,
mientras unas ciudades se derrumban,
otras vence nacer a flor de tierra.
He allí que en el valle, al pie subiendo,
como una enredadera,
de esta verde montaña,
cual roja cuna, eleva sus tejados,
nueva ciudad: su nombre numeroso,
San Salvador… El plazo
funesto de ocho siglos, hoy expira.
La juventud eterna de los dioses
no bastó para aligerar su tardo paso.
Todos los días rebosó en mis cestas
la ofrenda de azucenas y de lirios,
hecha al blando recuerdo del amado;
así entretuve mi dolor, que agranda
en estos días la espantosa guerra
y la ruina de los templos,
donde entre los escombros y el olvido,
se hundirán mis altares y mi nombre.
No de amor y sus quejas
he de tratar, mas de dolor…