Francisco Amighetti

No sabía que conocía a Dios

 

 

 

 

 

SOY

 

Soy un animal herido

(en mi corazón

no cabe el odio)

que dibuja escribe y canta.

 

 

 

 

EL POEMA

 

El poema es una línea

que rige las montañas, desdibuja las manos

y se hace río.

Es una bandera que el viento ha devorado

sobre el mar,

o lleva un niño en una fiesta patria.

El poema es una fruta,

se aspira como flor y se ve como cuadro.

Es la geometría metiéndose en el tallo

y organizando la dirección de las hojas

en proporciones áureas.

Y el poema es también

la noche de la ventana

en donde el ruiseñor de una constelación canta.

 

Si la poesía está fuera hecha paisaje

o hecha mujer

es porque la llevamos en la sangre.

 

El poema es un hilo de seda

que sale del corazón a sujetar las cosas,

y retenerlas en el instante

en que cruzan de la luz a la sombra.

 

 

 

 

MI INFANCIA FUE…

 

Qué fue mi infancia sino un vuelo de palomas

entre campanas,

una serie de convalecencias

entre almohadas,

y emerger más alto y más delgado

pero siempre igual a mí mismo.

 

Mi infancia está hecha de lluvias

y de gorriones sacudiéndose las alas,

mi infancia está hecha de sueños

para grande,

de barriletes de papel en cielos de seda

y de nostalgias anticipadas.

Mi infancia era tener una abuela

y dibujar con lápices de color.

Mi infancia fue soñar con los países lejanos

porque en lo lejano estaba lo maravilloso.

Mi infancia estaba llena de impotencias

que suplía con la fuerza de mis sueños,

y por eso todavía estoy en la infancia.

La muerte me acogerá como a un niño viejo,

y seguiré soñando mientras las golondrinas

suman y multiplican

en la pizarra del cielo,

y los gorriones beben agua

en las canoas cuando llega el invierno.

 

 

 

 

HOMBRES Y MONOS

 

Autorretrato

 

Yo soy un hombre, un mono

que he aprendido muchas cosas,

entre otras a olvidar mi árbol genealógico.

 

He roto con el pasado,

sin evolución,

de un salto.

 

De rama en rama

en escalera vegetal

llego a la copa de los árboles,

donde sumerjo en el azul

mis miembros largos y gimnásticos,

mi pequeña cabeza de fruta

con cáscara de cráneo.

 

Mi rostro de mono,

llega sin pasar por hombre

a calavera,

y en vez de dormir sobre la tierra

se levanta a danzar entre los árboles.

 

 

 

 

PIERROT Y YO

 

¿Quién oirá la canción triste

sino Pierrot?

¿Quién tendrá en su bolsillo

unos versos, una carta de amor,

unos centavos de cobre perdidos?

Quién sino Pierrot y yo.

¿Quién amará después de la luna

la ventanita de oro donde vive su sombra?

¿Quién pasará su mano de fantasma

sobre los perros desgraciados?

¿Quién hablará con el policía

como una sombra blanca?

Quién sino Pierrot y yo.

 

 

 

 

EL REGRESO

 

Llegaré una tarde a una ventana

con los ojos de plata y gris el corazón,

“Vengo de otros países y tengo muchos años”,

pero ninguno sabrá quién soy.

 

Y mi nombre sonará tan lejano

como una vieja canción,

y no seré más que un fantasma

sin pasaporte ni profesión.

 

 

 

 

INVENTARIO

 

¿Qué tengo?, sino una lámpara dorada

en cuya luz dibujo, escribo y sueño,

y en mi mesa una “uncuña” decorada

que en el Perú manos indígenas tejieron.

 

La cabeza güetar de un Dios de piedra,

los cuadros que me miran por los ojos

del “vendedor de santos” y “el barbero”,

y un orgullo de ser lo que yo quiero.

 

 

 

 

EL VENDEDOR DE SANTOS

 

Compañero, a mi edad no importa la miseria;

firmes están mis ojos, mi corazón y mi cerebro,

pero tu rostro sepia de pena estilizado

como los cristos pálidos que fabricas y vendes,

es digno del respeto que merece el que tiene,

no pelo sino plata, en el bigote y sienes.

 

Frente a la multitud sorda de los mercados

con tus santos purpúreos en el cajón de pino,

te he dibujado, igual que a un ángel de madera

que me hubiera encontrado en medio del camino.

 

Compañero, yo conozco la tristeza y dulzura

de ser como tú eres: pobre obrero y artista.

¿Qué somos sino trágicos y honorables mendigos

buscando compradores para nuestra pintura?

 

 

           

 

NECESITO EL CONTACTO CIEGO CON LOS ELEMENTOS

 

Dejar los libros, olvidarme de la pintura,

leer solamente los versos de la espuma

y mirar

el color de los velos con que el agua se desnuda.

Oír el arpa de las olas

y la que pulsan los dedos del viento

sobre un corazón abandonado a la soledad.

 

Limpiar mis noches de anuncios luminosos,

de la ciudad que raciona la belleza

y nos muestra la tarde encarcelada

en el rectángulo de una ventana,

y nos entrega apenas unos jirones de cielo.

 

Restaurarme a las noches esenciales,

escuchar lo que callan las estrellas,

saber que el viento corre sin obstáculos

sobre el mítico cielo de los poemas.

 

Encontrarme otra vez el infinito

para mirarlo con los ojos desnudos,

y leer en el espacio la taquigrafía de las aves,

no las letras de las páginas de los libros.

 

Necesito un baño de fosforescencias y espejismos,

e1 contacto ciego con los elementos,

y que mi corazón solitario

como lino de sal se extienda

en toda su dimensión tendido al viento.

 

 

 

 

NO SABÍA QUE CONOCÍA A DIOS

 

No sabía que conocía a Dios

pero hubo palabras que me llevaron de la mano

cuando estaba perdido,

y me dijeron lo que sólo los sueños

son capaces de restituir con todo su colorido.

 

No creía que conocía a Dios,

pero encontré en el aturdimiento de los días

momentos puros en donde refugiarme.

Y entre las tempestades de la carne

al zozobrar entre paredes negras

y pavimentos manchados,

vi nacer entre gritos y blasfemias

verticales y finos surtidores

hechos de las lágrimas de los que sufren.

 

No conocía a Dios

pero nacieron para seguir viviendo

razones de belleza,

entre ángeles de furia bendecida

que lanzaban parábolas de oro,

y derramaban símbolos.

 

 

 

  

BUSCAN LA NOCHE

 

Los pobres, los artistas, los comerciantes, el hombre

buscan la noche, la pequeña muerte

preludio y símil de la otra.

Sumergirse en la oscuridad y su nepente

ser en el no ser de lo que duerme,

y resucitar con la luz que despierta,

la luz de San Agustín, la de Plotino,

la de Turner,

la que nos purifica en la ablución cotidiana.

En cada pecho se despereza un ave

que trémula bate sus alas en la sangre.

 

 

 

 

AMENAZA

 

Llegué a presentir la locura,

se cernía sobre mí,

era el vuelo de un ave aterradora.

 

Yo era su blanco

en la lenta e inevitable angustia

de no saber el momento

de caer herido.

 

A veces me engañaba

dibujando, escribiendo poesía,

amando.

 

En mis sueños de noche

y en los diurnos

había una máscara,

sacada de la colección de máscaras mías,

que nunca había visto.

 

Se aparecía con mi rostro,

nunca fue más horrible

que cuando reía,

y solamente reía.

 

A veces en mañanas

del color de mis acuarelas

sentía que iba convaleciendo

de una enfermedad

que todavía no llegaba.

 

Un el matinal frescor

bajo los árboles,

apacentaba el presentimiento

de algo inminente

que iba a destruir

mi alma tambaleante.

 

Pero sigo existiendo

atado a la razón.

A veces es amada locura,

estar pensando frente a la ventana,

inmóvil frente a las lluvias.

 

Esa ave que vuela sobre mí

no me abandona

aunque esté lejos.

 

Yo sé que soy su presa

aunque, mientras eso sucede,

sigo existiendo

en las habitaciones

y los caminos,

en las conversaciones y el grabado.

 

Esta misma claridad para escribir

que a veces me aparta de la poesía,

me dice que, este razonar

es propio de la locura,

si no me abrumaría

esta temperatura de infamia

que pesa sobre el mundo.

 

 

 

 

LAS VOCES AMIGAS

 

Cuando yo me vaya me llevaré el rumor de los sapos

el verso de la lluvia en los inviernos largos,

el canto de los grillos y la voz de los niños

caminarán conmigo sonándome en el pecho,

no importa adonde vaya;

en mesas, solitario debajo de las lámparas,

en los trenes que cruzan quejándose en la noche

o, en el exilio cerca de una ventana,

me sonará la música de las voces amigas

que arrullaron mi infancia, mi mocedad, mi vida.

No importa adonde vaya, ni las puertas que cruce,

y si mi viaje es corto o es eterno,

aún en otros mundos recordaré las voces,

las voces amigas.

 

Francisco Amighetti Premio Nacional de Cultura, Magón 1970. Nació en la ciudad de San José el 1 de junio de 1907 y falleció el 12 de noviembre de 1998 en el ... LEER MÁS DEL AUTOR