Luis Alberto de Cuenca

El secreto del Mago

 

 

 

 

 

El fin es el principio

 

Al final no pensamos ni recordamos nada

que no sea el principio. La memoria es así.

Huyen los nombres propios del presente, las fechas

próximas en el tiempo, y regresan los nombres

del pasado, las frases que en la niñez remota

hirieron o salvaron. Y vuelve aquella niña

de las trenzas de oro a quien contabas cuentos

en el sillón de orejas del salón, y los naipes

con figuras de músicos ilustres que tu padre

te trajo de Alemania, y la caja de música

en la que Cenicienta y su príncipe azul

bailaban incansablemente, y las cicatrices

que honraban tus rodillas de tanto gatear

detrás de aquellas chapas con nombres de ciclistas,

y las alineaciones con tres defensas, dos

medios y nada menos que cinco delanteros,

y el día en que encontraste el tebeo imposible

de encontrar en la tienda de don César Cobelo,

y la bici BH con que ibas por el mundo

(que era entonces pequeño) las tardes de verano…

Estos días azules y este sol de la infancia:

al final solo importan las cosas del principio.

 

 

 

 

Luna llena

 

Hoy, desde la cubierta del yate Bleu de Nîmes,

veré la luna llena.

Por una vez, acaso por vez única,

veré la luna llena ascender desde el mismo

mar por donde navego

hasta el cielo de luces encendidas

que convierte la noche en el rescoldo

de lo que en el crepúsculo fue hoguera.

Veré desde cubierta cómo arde en el espacio

la exacta geometría de la luna,

trazando con sus rayos una senda en el mar.

Las olas, obedientes,

respetarán el curso de ese camino mágico,

y destellos fugaces y fulgores efímeros

lo harán desembocar en mis ojos atónitos,

bañándome en su luz y en su belleza,

la misma luz, la misma belleza de lo inútil,

de lo imperecedero.

 

 

 

 

Oración (II)

 

Dame tu fuego purificador.

Con la antorcha de un héroe de película

o con una cerilla de cocina

—qué más da—, pero incéndiame,

enciende los hachones de cera del pasillo,

esos que ya no existen

o no existieron nunca.

Y después elimina testigos, si es que quedan,

de la fiesta feliz de mi niñez.

Búscalos en agosto de hace setenta años,

en unas escaleras de ladrillo, no lejos

de la sombra benéfica de un abeto o un pino

—¿o era, tal vez, un Ent?—.

Y mientras el tebeo y el niño que lo mira

van desapareciendo entre las llamas,

haz que todo termine

con el despertar brusco de un anciano,

roto de soledad.

 

 

 

 

Crepúsculo amoroso

 

Tranquila está la tarde. Tranquila y silenciosa.

Los pájaros se dejan llevar por el ambiente

de paz y duermen ya. Sus hermanas, las flores,

hace tiempo que sueñan. Hay un mundo que gira

alrededor, extenso, variado, con otros

seres que no descansan. Pero cae la tarde

y en tu jardín los pájaros duermen, como las flores,

mientras la oscuridad va ensanchando su reino

a costa de la luz. El tiempo y el espacio

son mis cómplices hoy, por más que se me escape

una furtiva lágrima, casi donizettiana,

que resbala hasta el suelo y lo humedece un poco.

Y si tiempo y espacio son miembros de mi tribu,

es que existe el milagro, y eso en este crepúsculo

con pájaros durmientes y flores soñadoras

merece recordarse por medio de estos versos

que, como siempre, evocan un tiempo y un espacio:

los nuestros, amor mío.

 

 

 

 

Otra vez tú

 

Vuelves como una frase de Macbeth

que, machaconamente, repito varias veces

al día y me franquea las puertas de mí mismo.

Vuelves acompañada de esas lovecraftianas

criaturas que el mundo alberga en su interior

y que imagino siempre por las noches,

antes de irme a dormir.

Vuelves una y mil veces,

como la bofetada que un profesor histérico

me dio a los nueve años (aún no lo he perdonado),

como las golondrinas de Bécquer, cada hora

que pasa más oscuras.

Otra vez tú, escondida en el jarrón

junto a Tintín, o en el harén de Olián,

o en Barsoom, o en Pellucidar,

o en un cuento de Poe o de los Grimm.

Por todas partes tú, por todas partes,

convirtiendo mi selva misteriosa,

mis abismos marinos

y las cumbres heladas de mi vida

en una orgía de calor y luz.

 

 

 

 

-Luis Alberto de Cuenca
El secreto del Mago
Colección Visor de Poesía
España, 2024

 

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Luis Alberto de Cuenca Nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950. Es Doctor en Filología Clásica desde 1976 y académico numerario de la Real Academia de la Hi ... LEER MÁS DEL AUTOR