Cartas en el aire
(Traducción al español de George Nina Elian)
ERA UNA TARDE COMO ÉSTA
EN TORONTO
Estaba caminando entre rascacielos y terminando de escribir mi tesis doctoral.
Vi el sueño capitalista, lo sentí en la palma de mi mano, o h G o d,
yo misma era el sueño capitalista. Aún así, con mi ropa hippie,
comprada en tiendas de segunda mano en Kensington Street.
El cielo cortaba con su azul las brillantes ventanas de antracita
del Banco CIBC, moldeando el nuevo mundo en una forma geométrica
que parecía haber sido arrancada del Cubo de Vicenzo Natali. Y mis sandalias romanas
golpeaban entrecortadamente los adoquines que sonaban huecos e inertes.
Incluso la luz parecía diferente, no irreal, no artificial. De alguna manera
estaba congelada en los reflejos de las ventanas de los edificios de vidrio y acero.
La ciudad llevaba armadura y se alzaba bajo el sol
como un rey entrando en un torneo, seguro de su victoria.
La victoria ahora era mía y de la ciudad, ante la luz innegable
de aquella tarde de junio de 2009, me sentí en una película futurista
que se había convertido en mi mundo. Y yo era el sueño capitalista y era bueno,
estaba empezando a olvidar las luces verdes y rojas con toda su violencia.
TRABAJOS Y DÍAS
Como las teclas de la máquina de escribir de la secretaria de los años 90,
estos días se desarrollan en su ritmo secreto que sólo
me revelan muy discretamente. Pasan y chirrían un poco,
luego se envuelven en nubes impenetrables y nostálgicas.
Hay jazz en mi radio digital y peonías en mi copa
de cristal. Estoy tipeando y me parece entender el ritmo
oculto de estos trabajos y días. Tengo un poco de miedo
de su ruido decidido y voraz.
Creo que los días tienen estómago y no uno cualquiera, sino uno grande.
Creo que los días compiten con las estrellas.
Creo que los días esperan un desenlace colosal.
Creo que los días quedarán impresos en mi ropa.
También creo que ellos repartieron mi tiempo cerebral,
mantis redondas con tacones de aguja.
Estas son las obras de mis manos aquí y ahora,
divididas en días de miel y hiel.
AMOR EN FEŢENI*
Ahora los niños se aman en Fețeni.
Se llega allá atravesando un bosque como en Twin Peaks,
a través del agujero de gusano que forman los árboles iluminados
por faros,
los coches aparcados en el plató como en un cine americano
de los años ’50, anónimos y grandiosos como ídolos caídos del cielo,
del cielo donde por fin se ven las estrellas,
y abajo — la ciudad brillando con docenas de faroles.
En Fețeni, porque está lejos de la ciudad, se matan perros,
se celebran festivales kitsch con dinero público,
y la naturaleza se vuelve asesina y descuidada como un asesino nato que es.
Jóvenes drogadictos tropezaban con el borde del barranco
buscando entre el barro algo que habían perdido.
Me sentía como una adolescente viendo la noche
por primera vez, de la mano de su amante.
* Aldea en el condado de Vâlcea (Rumanía)
PLEASED TO MEET YOU!
¡Qué hermoso día en Nueva York!
Anoche había tres estrellas en
el cielo nublado desde el puerto
y también había cinco helicópteros.
En Ferris Island te vi
girando en el carrusel mientras
el suelo se convertía en mortero y el agua
en hojas de roble.
Manhattan cantaba suavemente a ritmo
de jazz y piruletas,
y el Bronx y Brooklyn lloraban
por la nostalgia sin estrellas.
¡Qué hermoso día en Nueva York!
También estaban allá Tom Waits y un tal Pablo
saliendo del sol montados en una nube.
¡Qué hermoso día en Nueva York!
UN MOMENTO
Sólo escucho las gotas de lluvia en el techo de la terraza
como en un pequeño hábitat budista aquí
el sueño y la vida se hermanan en el tintineo
de las cañas de bambú.
Es una luz como (la) de(sde) un cuenco de cristal blanquecino
el cielo se inclina sobre la gente en
un cálido abrazo. Ahora llueve con más fuerza: las cañas
de bambú burbujean y fluyen en ondas.
La música se ha detenido y escucho, como en meditación,
el susurro de la hierba. Las imágenes se recogen en el tiempo sin filtro,
la lluvia tiene poder revelador y me muestra
pequeños dioramas de vidas viajeras.
Aquí está ahora por ahora, el ayer llegará.
Me cierro en este círculo como un reloj de sol
que obedece sólo a las órdenes del tiempo, el viento y el sol.
Lo que muestro se verá en movimiento.
DEL COLOR DEL SOL
(inspirado por “Calle 13”)
Es una hora en la que todo se vuelve del color del sol,
cuando la canción se cuela entre la hierba y las espigas,
como cuando jugábamos en el descampado,
como cuando el mar se volvía asombro.
En la hora del color del sol corren los niños que
no conocen el miedo y los pájaros que aún no conocen el otoño,
los cormoranes descansan en la orilla de las algas azules,
las alas de los ángeles se extienden en la noche.
Es el tiempo en que el tranvía de Lisboa serpentea
ociosamente cuando en Niza Nike conquista la ciudad del sol
cuando incluso en Nueva York se ven las estrellas,
y los lagos de Ontario reflejan cuerpos encadenados.
A través de estos ojos el color del sol me gusta ver el mundo:
es pequeño y grande como una cuenta de vidrio vista a través del catalejo.
El mundo es cálido y tierno bajo la luz del color del sol,
es la fiesta de la naturaleza oculta, es el día eterno de la vida renacida.
SURFISMO
Es como un b e a t t r a n c e a plena luz del día
cuando ves, flotando, en sillas de plástico,
a jóvenes sirviéndose otro vaso. Y el vino
se detiene en el aire en la imagen congelada y todo se repite.
Y vas más allá y ves floristas que venden
flores de cartulina y guirnaldas de papel maché.
Tienes un apretón de estómago, como una premonición sorda,
pero el camino continúa y llegas a la intersección
de galaxias. Vas a la derecha o a la izquierda, es un poco
como en la película con Oblio, la marea te lleva más allá, a la fábrica
de sueños y caballitos de mar y allí sabes que no tienes
que parar, es Fata Morgana y hay demasiado sol.
Es como un ritmo repetido de la zona psicodélica,
pero sin la parte en la que el cerebro se vuelve loco, sigues recto,
si vas de lado el agua se corta, siempre y cuando la película no se detenga,
mientras te mantengas en la cresta de la ola.
CUANDO YO ERA UN GRAMÓFONO
Era la época en la que boris vian bailaba biglemoi y
se elaboraba champán con palos viejos comprados por dos francos
en los mercadillos. Ni siquiera sé si vi o soñé con este gramófono,
pero recuerdo sus sonidos, suaves y tiernos como una pececilla
alimentando a sus crías en un acuario.
Y, tocando la trompeta, Boris Vian moría.
¿Qué dice, señor gramófono? ¿Todavía podemos bailar?
En ese momento, no pensé que me convertiría en gramófono,
¡ratatatá! — se escuchaba una y otra vez en mi mente, biglemoi y cancán francés,
twist cerebral infinito, era una alegría increíble,
era algo del siglo 20, nada lento, bailable, como un vals.
Yo también sé bailar biglemoi, digo, ¡mira!, y estiro mi pierna
hasta el techo. Mira a Boris Vian, que también pasa con su trompeta,
creo que va al concierto. Y enseguida pienso: ¿por qué escribió “voy a escupir sobre
vuestras tumbas”?, ¿cómo pudo hacer
tal cosa? Parece un tipo bastante
afable, siempre es todo sonrisas, destellos secretos y baile.
Así quisiera ser — me digo — y que mi poema
sea como una bola incandescente,
¿pero qué hacer? el gramófono sube y baja, se
hunde en el mar, salpica agua como una gaviota
borracha. Como la gaviota de Shelley, me digo. Cuantos
tesoros se esconden en el mar, cuantas perlas
en las conchas azules, tantas vueltas de disco,
¡ratatata!, también cantan en mi mente.
Pensaste que era fácil, que esas cosas eran algo chic, algo que
puedes usar como quieras,
aquí siempre es lo mismo y siempre es la señora la que
pone el mismo disco una y otra vez.
Un p a s d e d e u x mecánico, novia mecánica,
época mecánica, prensa mecánica. Mecánicamente estoy corriendo detrás de ti,
¡a ver si puedes atraparme! ¿No? ¡Qué bueno!
SAN BOBBY BROWN
Nos dijeron que en América los ángeles son gays
como San Bobby Brown,
que se droga en plena calle
con sobredosis de su propio ser, con su vida
más grande que las colinas de Hollywood.
¡Qué fenómeno trascendental, este Bobby Brown!
¡Qué creación de los tiempos modernos
en el mundo underground post-beat
sostenido por los muros de la Quinta Avenida!
Los santos heroinómanos de las lupanares de Brooklyn,
la princesa hippie que se parece a la reina de las hadas.
Veo a Allen Ginsberg allí también
y a Janice con Bobby McGee y la dosis.
Cuentos de hadas para las dulces hadas,
un mundo como nunca volverá a ser:
creadores de tendencias por vocación, no por voluntad —
Bobby Brown, el santo escapado de las cárceles.
FADO FORTE EM LISBOA**
se distribuían panecillos calientes en la plaza
y los ancianos se reunían en grupos
los árboles de jacarandá habían florecido de color púrpura
el tranvía amarillo bajaba lentamente por la calle desierta.
la ciudad me parecía un poema silencioso,
todo el cuerpo resonaba con su ritmo delicado
y atractivo. A través del polvo en la ventana de un auto
rosa vi una cara que se parecía un poco a la mía.
¿todos los amores se juntan en un día como este?
en mi corazón había fado y jacarandá morada
fado forte, fado infeliz, fado de pena.
el único trágico soleado que conozco,
el color cobrizo en las mejillas de los cantantes de mirada lúgubre.
** En portugués, en el original.
LOS AÑOS 70
Para Jane Birkin
Eran los años 70 y Jane aparecía en la pantalla de cristal
como reflejo de un verano en la playa con sombreros de paja y gafas de sol.
Eran ella y Serge; se habían encontrado entre nosotros como si fueran
de otro mundo: parecían soñadores e increíblemente hermosos, como el mar.
Jane llevaba sus sombreros de ala ancha y sus ojos felinos
sonreían como si mirara un horizonte nostálgico.
Serge fumaba sin parar y la miraba como si fuera
la primera mujer del mundo.
El rostro de ella se iluminaba ligeramente y parecía estar sonriendo.
La sonrisa de Jane es la sonrisa de la Mona Lisa contemporánea:
nunca supe si estaba triste o feliz;
parecía que había descubierto algo que guardaba sólo para ella,
algo que la lastimaba. Eran los años 70
cuando el arte apareció en las pantallas y Jane vivía tan hermosamente.
LOS DIFERENTES TIEMPOS
DEL COLOR AZUL
Fue entonces cuando también nos llegó el cielo de vainilla
importado de América junto con la gaseosa de la máquina,
el helado en cucurucho, blanco como un telón de Navidad,
Michael Jackson en concierto y el Rey Miguel.
Bajo este cielo color vainilla, el pensamiento germinaba,
en su sueño aburrido como una hoja de papel para fotocopiadora, mirábamos
asombrados el televisor curvo, captamos los rayos de luz
de Coca-Cola y los comerciales de pasta de dientes.
Hubo 70.000 espectadores en el concierto de Michael,
más de un millón vinieron a ver a Miguel,
hasta el cielo se dulcificaba ante tanto calor
proveniente de un pueblo que sabía sufrir.
Pero ya nos estábamos convirtiendo en espíritus líquidos,
en el kitsch cotidiano nos confundimos como una esfinge;
los labios sellados todavía no podían cantar, solo el cabello
intentaba decir algo más que sol y sexo.
DEEP BLUE
Es el azul profundo de los iris juveniles,
la tinta del tintero de un viejo escritor
solitario en una habitación vacía, las aletas
de las ballenas en su sueño eterno en playas desnudas.
Es el azul de la lámpara del laboratorio fotográfico
donde desarrollaba la película de los sueños con mi padre, el azul negro del
cielo nocturno y de las discotecas de los años 80,
el azul metílico del paladar y el azul andrógino.
Deep Blue había ascendido al éter, sentíamos nostalgia por los años 70,
agarrados a las cuerdas de una época
de la que no habíamos entendido mucho,
el azul grisáceo de la extinción y el azul apagado de la prisión.
Cuando ya todo estaba establecido y arraigado,
Deep Blue tejía redes como Pedro en el agua de vidrio,
nosotros perfeccionábamos mentes mecánicas con el sacapuntas de madera
y tarareábamos una pequeña canción azul.
LA DISCOTEKA
A la discoteca del pueblo venían chicos de la calle
y chicas de azúcar, estaba bueno y las feromonas estaban burbujeando
y estaba de moda MC Hammer, era un nuevo poder de las masas
desatadas, un olvido dionisíaco del ser, hasta que,
por alguna razón, los espíritus se calentaban,
los niños sacaban sus espadas samuráis, las niñas chillaban
como en un ritual de sacrificio en resumen,
la víctima estaba cubierta de sangre, había sangre en sus oídos
y ojos, una caza posmoderna
reiterada aquí en multitudes de niños que sólo sabían
que debían acompañarse unos a otros: ellos para mostrar la supremacía
terrenal y ellas la capacidad de castrar un poco.
Todo este tiempo nosotros estuvimos golpeándonos la cabeza contra las paredes
en algún lugar de la orilla del mar,
soñábamos con ríos y ninfas y muchachos seráficos:
era una pelea uno a uno, pero aún no sabíamos la fuerza que
tiene lo telúrico cuando cargábamos con el pecado celestial.
CARTAS EN EL AIRE
(correo electrónico)
Una canción de Arcade Fire decía:
de tu ventana a mi ventana
así se nos abrieron mundos virtuales donde
iniciamos la conversación infinita.
Cuando el tiempo y el espacio ya no cabían
en relojes de arena ni en mapas imaginarios,
nos hemos dedicado a Mercurio y nos hemos convertido
en ángeles mensajeros de la era de la información.
Y confidencias, análisis e historias
cabían ahora en pequeñas misivas digitales;
ya no pudimos enviarle una carta a nuestro amante,
no esperamos como hace mucho tiempo.
Las lágrimas ya no manchaban la carta de despedida,
no se podía perfumar la pantalla
ni dibujar corazones. El cuerpo se iba desprendiendo
del discurso: una comunicación silenciosa.
Pero nosotros, los introvertidos, ahora podíamos
desatar nuestras lenguas trabadas. Algo en
la fluidez de este nuevo entorno nos estaba atrapando
a todos los niños azules.