Los signos contrarios
Por José Natarén*
De acuerdo con María Zambrano: “Lo más irrenunciable para la poesía es el dolor y el sentimiento; por eso la poesía mantiene la memoria de nuestras desgracias” (1). Y en este sentido, se inscriben algunos de los mejores poemas de Evodio Escalante (Durango, 1946), maestro en el arte de edificar puentes a la obra literaria y fincar acotaciones para los sentidos que la traspasan, pero también propiciador de estados de suspensión de ánimo y asombro originario propios del alba del lenguaje. Pienso en “Dominación de Nefertiti”, de 1977, publicado originalmente bajo el sello La máquina de escribir y que conforma también la primera sección de Todo signo es contrario, selección editada como parte de la colección Asteriscos por la Universidad Autónoma de Puebla en 1988. El verso epónimo de la compilación pertenece a la “Elegía de otro tiempo”, compuesta a la memoria de Salvador Corral que “murió buscándolo” (2):
Todo desastre, todo signo contrario.
Lo que suele perderse no es la camisa del invierno,
no es la voz extraviada, el terco
tormento de las horas, la escrofulosa espera, loca
loca como este invierno humano en que te han
liquidado.
Estrofa contundente. No hay más que perturbación, indicio de adversidad. La frase poética irrumpe, asalta el silencio, se impone sobre el mundanal ruido, parida por el horror de la historia. El dolor por la pasión y muerte del amigo, de quien se esperaba el regreso, imposible. Y esa esperanza, y la operación psicoafectiva que la genera, más parecida a la “fabricación de un sueño al que nada le falta” es, como tal:
Inútil, bárbaramente inútil, como un sol devastado,
como un amor hincado ante las llamas, sin destino
un amor suspendido de su propia impotencia.
Pero al tiempo, es algo más: realidad: sustancia, mudez del suceso en sí, de la conmoción, el hartazgo, la desolación, la derrota y la conciencia de que el mundo, mundo es y no será cambiado, ni por revolución, guerrilla, o lucha alguna. Pausas bien señaladas determinan el tono solemne que encausa la desolación. Escalante dice al final del poema:
Algo más que tu cuerpo y que tu nombre.
Más que la red cansada de palabras,
más que los signos muertos de no poder tocarte.
Algo más que la torpe fantasía de mi clase.
No sé, todavía no sé.
Todo signo es contrario.
Es demasiada la mañana.
Es demasiado el sol que no sale a buscarte.
Escalante bebe de la belleza y la posee sin más, hasta el hartazgo y con la insatisfacción que impele a volver a ella, a la belleza, en calidad de esclavo en busca de la imposible consumación. Imágenes insólitas, provenientes de un código personal, de un universo propio, cuyos símbolos se enhebran en un tejido sensual. Los seres y objetos más comunes del ensueño poético y la visión onírica, son convocados en la evasión de toda trivialidad, permitiendo la emergencia de sentidos a partir del encuentro de significantes y el entrelazamiento de significados que, fuera de este poema, no se hubieran interferido. Este poema es el último de “Dominación de Nefertiti”, el cuarto momento de “Archidotado para el viento”.
Lenguaje coloquial, lo menos hermético y barroco posible, pero con la destreza lúdica para yuxtaponer los múltiples sentidos entre los que se apunta a la carnalidad (“acabar”). Con un sentido casi narrativo -impedimento marcado por el tiempo copretérito, no hay aquí historia que contar, más que una mera posibilidad, el desarrollo de una proyección- las imágenes suceden, mutan de una a otra (cifrado por el copulativo “y”) con soltura cinematográfica, hasta configurar la escena. No sin ciertas detenciones (dadas por adversativo “pero” y la preposición “sin”). Tiempo suspendido en una atmósfera enrarecida; encuadre en un punto frágil, como el espejismo del deseo acechado por la admonición y la vuelta a lo cotidiano.
El encuentro de dos muertos, el hombre y la belleza, el poeta y la poesía, o el de un hombre y una mujer, tal vez, acontece en el poema, óptima arquitectura, equilibrio triangular del ritmo, la imagen y el sentido. Escalante dice:
Podría, después, caer abierta como un pájaro,
la belleza, atontada de miedo, en tu ventana,
pedir refugio por un rato.
Y tú, la mirarías congelado también,
muerto del mismo sol, y le abrirías,
y beberías de su boca con tu sed de cuchillos,
y no estaría mal tu forma de tocarla,
pero saldrías después a caminar, cansado, fastidiado,
sin haberla gozado enteramente
y sin darle tiempo de acabar en tus manos.
Conocedor de la historia de la literatura, de la obra de los poetas esenciales de diversas tradiciones, así como también académico con dominio de la estética, la hermenéutica y la fenomenología, Evodio Escalante concibe, ensaya y compone en continuo, tenso y fecundo diálogo con la tradición. En el “Responso por el tigre” le canta al dios muerto, por la escolástica y por la razón, a la desaparición de la substancia, de lo que de sí se tiene más allá del nombre, la muerte de lo real. El nombre-imagen que recubre a la cosa, cuando no colma el vacío primordial. Verso a verso, Escalante debilita, desmonta, desconfigura, desdibuja y niega al tigre, al tigre de Blake, pero también al tigre de López Velarde Lizalde y al de Borges. Al de Kipling y al de Salgari. Así, todos los tigres. Así, ningún tigre, así, nada. Solo el simulacro del universo, el catálogo incompleto, a punto de ser “la tiniebla antigua”. Agua y sed, sustancia y condición, los opuestos se identifican en la negación. Sí, en el principio el verbo es, pero sin llegar a materializarse. “una ingrata palabra que no termina de grabarse”. O, al menos, un mundo sin el tigre al que se canta. En un tiempo especial, el instante poético. Escalante dice:
Un tigre eres, una máscara,
la tiranía de un sueño desprovisto de rostro.
Bajo tu nombre repetido, y casi degradado,
un tigre altísimo se acaba,
pierde la compostura, el deseo de pelear,
la noche misma pierde de un solo salto en el seno
nocturno.
Bajo su nombre que se parece a los nombres terrestres
y de la noche desatada,
pierde la fiera simetría, y el placer del olfato,
y su misma razón de ser tigre la pierde,
y hasta descubre que no ha sido un tal dichoso tigre,
rondando entre los árboles.
Solo una sed químicamente pura, destilada
una ingrata palabra que no termina de grabarse.
Pensemos en otro poema la misma estirpe, de celebraciones de tono nihilista, pero de una sensorialidad notoria, ya que prima la textura de lo escrito, puesto que no hay nada al fondo, ni debajo ni por encima del texto. La piel del poema es la sangre y el espíritu del poema. Las palabras son organismos que solo se remiten entre sí, un espacio compacto, una habitación de espejos colocados unos contra otros y entre los cuales no hay más que luz y sonido, la imagen sonora abierta hacia sí misma. No existe nada, a lo más, la intuición de la fugacidad, de la espectral simulación de realidad, alejamiento de la posibilidad de significar. No hay nada en el poema, salvo el poema. Leemos en “Inexistencias”:
No hay un pájaro verde en la ventana.
No hay ni siquiera un pájaro
en la frase.
El fantasma respira.
El pequeño fantasma capturado
respira y alza el vuelo.
No hay un pájaro aquí.
Nadie sujeto al orden,
a la tierra
(…)
No hay un pájaro verde en ningún lado.
No hay ni siquiera verde para un pájaro.
Instante poético, tiempo vertical, opuesto al tiempo horizontal, al que usualmente se sujetan los sujetos, en lo cotidiano. Este tiempo, en el que se produce el instante poético “necesariamente complejo, relación armónica entre dos opuestos, antítesis sucesivas contraídas en ambivalencias, el instante andrógino del misterio poético” a decir de Gaston Bachelard (3). A propósito del tiempo detenido, en el poema Atzimba, de la tercera parte del libro “Rondó intempestivo” Escalante sentencia -más allá y más acá de toda abstracción filosófica- previo el desarrollo de una escena en un lupanar:
En la rígida luz de medianoche
la vida es lo que es
no hay raptos: el tiempo está pasmado.
Rondó, es una forma musical. Profana y repetitiva, contiene un texto amoroso. ¿Qué centro temático o anímico se advierte en estos poemas? Claro que “es una espesa fatiga/ un ansia de trasponer/ estas lindes enemigas”. Pulsión de aniquilarse. Y el texto amoroso, “Atzimba”, como se dijo, apunta hacia el amor venal. Eva vuelta Lilith, harta del árbol del conocimiento del bien y el mal.
Un escenario y la cansada danza
De una mujer que lo conoce todo.
Ahí repite lo aprendido.
Inútil que pretenda
sobreponerle un rostro a la figura:
la roja luz magulla cruel las redondeces
y el simulado coito se queda detenido
en un lugar que desconozco.
El rondo intempestivo de Escalante es un tour de force hacia la muerte, catorce estancias de una andanza nocturna, por la amargura, la culpa por las trasgresiones de la ley, la ebriedad, el suicidio. En el “Nocturno para el padre”, el poeta escribe:
Sin saber a cuál pacto secreto me rindo
sin presentar batalla, ignorándolo todo
acerca de la muerte, saco mi espada a relucir
y la hundo en mi boca que ya tiene estertores.
Entre ello, el oficio de la poesía y la conciencia de su inutilidad. La cínica lucidez, para advertir con ironía a los que vienen enseguida, de un poeta a otro. En “Consejos de un poeta olvidado por las antologías”, nos dice:
¿Qué puede la poesía? Los versos
son un correr los ojos
por los desfiladeros -el ciervo
que se triza los dedos en peñascos
Las alusiones a la música de jazz como a la música culta, no son gratuitas, además de la lógica interna del poema, el autor también es instrumentista -ejecuta el saxofón- y ha tocado eventualmente, de hecho, grabó algunos temas con un grupo de escritores músicos. Es posible que la poesía no salve a nadie de nada, eso sería, por otra parte, atribuirle un sentido utilitario, instrumental y con ellos degradar a la minusválida de las artes -de acuerdo con la expresión de Eduardo Lizalde-, pero lo que claro es que la música por momentos es un refugio, una entidad óptima para conjurar el malestar del mundo o invocarlo, según sea el escucha.
Si bien, como señala George Steiner: “el significado de la música está en su ejecución y audición y apenas puede decirse nada de la substancia de la composición” (4), allende la condición necesaria del sustrato sonoro del poema, de la indisolubilidad del nexo entre música y poesía, que no es ligazón tautológica (todo poema implica un ritmo, más no al revés), músicos de diversos los géneros han sido motivos y temas de varias composiciones poéticas, y no faltan tanto los poetas que crean música, como los músicos que escriben poemas. En la actualidad, es fácil referir los casos de Bob Dylan, Leonard Cohen, Patti Smith; Sun Ra y Cecil Taylor, por mencionar músicos de rock y jazz. Escalante escribe:
La verdad no ha estado de tu parte.
Buena razón para apagar el noticiero
Y entregarte a una música sin palabras.
Las hormigueantes frases de un saxofón alto, por ejemplo
Si ese saxofón es el de Jimmy Lyons.
El golpeteo incesante de una batería
Si esa batería es la de Sunny Murray.
La errática danza de un bajo
Eternamente a contrapelo
En esta ocasión de John Lindberg
Y de un silencio tuyo que se destrenza
Igual que un surco imaginario
Encima del frenesí y la amargura más completa.
Tanto Lyons como Murray fueron colaboradores de Cecil Taylor, en especial para la grabación “Nefertiti, the Beautiful One Has Come”, grabada en vivo en el Café Montmartre, en 1962 y que se anticipa a las exploraciones del avant-garde y free-jazz. Esa Nefertiti, la Bella que viene, es la que domina, no solo el primer libro de Escalante, sino al poeta mismo.
NOTAS
1.María Zambrano. Filosofía y poesía. p. 38.
2.Salvador Corral, originario de Chihuahua, fue amigo mío de Escalante en los años de estudiantes, hacia fines de los años 60, cuando se involucraron en un movimiento radical de orientación comunista. Un par de años después (1974, según consta en informe desclasificado), durante la etapa de represión contra la Liga 23 de septiembre, apareció muerto en un tiradero, con señas de martirio.
3.Gaston Bachelard. El derecho de soñar. p. 223.
4. George Steiner La poesía del pensamiento. pp. 19 y 21.
FUENTES
EVODIO ESCALANTE
Todo signo es contrario. Universidad Autónoma de Puebla, 1988.
BACHELARD, Gaston. El derecho de soñar. FCE. 1985. 250 pp.
STEINER, George. La poesía del pensamiento, trad. María Cóndor, Siruela-FCE, México, 2012, 231 p.
ZAMBRANO. María Filosofía y poesía. FCE, 1996, 121 pp.
LIBROS CONSULTADOS
BARTHES, Roland. S/Z. Siglo XXI Editores, 1980. 221 pp.
CHUMACERO, Alí. El sentido de la poesía y otros ensayos. Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), México, 1999. 150 p.
GADAMER, Hans George. Poema y diálogo. Gedisa Editorial, 2004. 159 pp.
GOROSTIZA, José. Notas sobre poesía, Canciones para cantar en las barcas, Del poema frustrado, Muerte sin fin. FCE. México, 1964.
MONTAIGNE, Michel. Ensayos escogidos. UNAM, 1958. 174 pp.
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*Promotor cultural y secretario técnico del Instituto Tuxtleco de Arte y Cultura. Estudió física y matemáticas en la Universidad Autónoma de Chiapas. Trabajó en proyectos de investigación de carácter literario y filosófico. Ha colaborado con el Sistema Chiapaneco de Radio y Televisión y con la Radio de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas con programas de rock. Poemas suyos han sido publicados en New York Poetry Review y La Otra; ensayos sobre poetas mexicanos en diarios de circulación local y nacional, así como en las revistas Taller Ígitur y Altazor.