Felipe Benítez Reyes

Los expedientes de la madrugada

 

 

 

 

 

Celebración del sin porqué

 

Vuela tú, la canción, por dentro de ti misma

y vuela alto

y que tu vuelo

te aleje del pensar, para que así el discurso

que se contenga en ti acierte a conciliarse

con el sinsentido esplendoroso del mundo,

lugar de las estrellas y el olvido,

del soñar y los mares,

de toda realidad y fantasía.

 

Vuela tú, la canción: desvela tu secreto

y ven a celebrar este ser y no ser y ser de alguien

que nos ampara a cambio de ampararlo,

la mercancía que somos del vacío,

la tiniebla compleja que nos lleva

de su mano a la dicha o al dolor,

en tanto gira

la fortuna azarosa que daña o recompensa,

la abstracción de un destino imaginario,

mientras andamos por aquí,

conforme al privilegio

de sabernos fugaces y felices de serlo,

pues ¿quién convive consigo

y no quiere ser otro en otra nada?

 

¿Quién no acepta el final del espejismo?

 

¿Quién no ha aprendido aún que esta grandeza

lo es precisamente por efímera?

 

Vuela tú, la canción del sin porqué,

cuando mi vida va más lenta ya que el tiempo.

 

Vuela tú, mi canción, que iré contigo.

 

 

 

 

Episodio de infancia

 

Se fue la luz en la casa de campo.

 

Al reflejo ondulante de una vela,

veía yo la noche pasar, como un ser vivo, entre las cosas.

 

Se hizo un silencio sólido, acompasado

con la fantasmagoría inquieta de la llama.

 

Pero entonces oí la respiración de la montaña dormida,

el susurro melódico del viento entre los árboles,

el latir de la luna vagabunda.

 

En medio de aquella tenebrosidad dorada,

en mitad del vacío, hablaba el universo.

 

Aún intento descifrar qué me decía.

 

 

 

 

Divagación acuática

 

El agua que brota de noche del manantial

no sabe que está dormida:

va en su sueño a fundirse

con otras aguas veloces

que murmuran al fluir y a veces cantan

y juntas fluyen y cantan y se unen

en la corriente inquieta que sabe de antemano su camino,

que no es otro que un dejarse llevar,

como hacemos nosotros con la vida.

 

El agua con sonido que discurre

en una égloga renacentista

se me confunde ahora en la memoria inestable

con la lluvia otoñal que oí caer

desde una ventana del hotel Locarno, en Roma,

y que parecía el eco de una batalla de hace siglos,

un choque de metales en el aire,

un rápido morir.

 

Fernando Pessoa, en cambio, habló de la lluvia muda

de Lisboa, la lluvia silenciosa bajo la que anduve

con un libro de Pessoa en el bolsillo.

 

Un agua mansa

que cubría la ciudad como un velo de novia.

 

Oyes manar

el caño de una fuente fría y oyes un relato

que no te dice nada y dice todo,

la frase pasajera que contiene un enigma,

el verbo inexistente

que define un estado de conciencia.

 

Bajo la corriente presurosa de un río

una voz presocrática avisa

de la fugacidad anhelante que nos vincula al mundo.

 

(Hesíodo, por su parte,

supuso que todo aquel que cruza un río

sin purificar sus faltas ni lavarse las manos

será un aborrecido de los dioses,

que le enviarán padecimientos).

 

Oigo ahora llover y qué raro resulta

este concierto acuático que podría ser un caos y es un método.

Oigo ahora llover y soy la lluvia.

La lluvia que nos reúne bajo su imperio de fugacidades.

 

Porque somos el manantial

de lo ilusorio, lo que emana de un adentro

hacia dónde y para qué.

Porque somos

el niño sin apenas tiempo tras de sí

al que envolvió una ola inesperada

para arrojarlo luego, como a un náufrago, a la orilla.

 

Somos los que desde entonces aguardan en la orilla,

fundido ya el vivir con las mareas,

dormido ya el afán de un infinito.

 

Y el agua que nos trajo será la que nos lleve.

 

 

 

 

Donde eres y no

 

Igual que el sello de lacre blanco de la luna

—y es un modo de hablar— clausura el día,

las puertas del tiempo van cerrándose en tu memoria

como una sucesión de espacios inconexos,

y ese acaba siendo tu imperio de ilusionismo,

el lugar que gobiernas con un cetro de humo.

 

Tú, el centinela de la vida invisible,

miras ya el tiempo pasar como si nada

contuviera en su esencia esa abstracción

que demarca tus tránsitos,

la historia de fantasmas que ahora eres,

el perdido de ti cuando te buscas,

pero ausente de ti cuando te encuentras.

 

No puedes recordarte

en la sucesión de episodios que te han traído hasta aquí,

al lugar de las suposiciones

en torno a tu existir en torno a qué,

donde eres y no, donde al final no hay nadie.

 

Dentro de ti resuena la música de un mundo

desconocido para los demás,

pues en este entresueño todos vamos

componiendo una sinfonía exclusiva

que solo puede oírse si cerramos los ojos

y nos miramos por dentro

como quien deambula por el fondo de un mar.

 

Vas por dentro de ti como quien huye

de lo que va buscando,

dueño de esas palabras

que pronuncia en su caos la conciencia

para componer un discurso que suena en un vacío,

como quien habla en sueños.

 

Bajo la luz del día vas hacia lo oscuro.

Vas por la oscuridad en busca de qué aurora.

 

Vas adónde tú, en fin,

si vas ajeno contigo en tu dejar de ser.

 

Si las puertas del tiempo van cerrándose.

 

Si has perdido unas llaves que jamás existieron.

 

 

 

 

Excurso

 

(El viento

trae ahora

desde una verbena

remota

una remota

canción

de juventud

a tu ventana.

 

Como si nada

hubiera cambiado

desde entonces

—¡como si nada!—,

escucha esa canción

remota

que trae el viento

y da las gracias,

aunque no sepas

por qué).

 

 

 

 

 

 

-Felipe Benítez Reyes
Los expedientes de la madrugada
Colección Visor de Poesía
España, 2023

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Felipe Benítez Reyes Nació en Rota (Cádiz) en 1960. En Visor ha publicado Sombras particulares (1992), Vidas improbables (1995, Premio de la ... LEER MÁS DEL AUTOR