Garza gris
Garza gris
Ébano sucio era
el plumaje de la garza
que alzó vuelo
con imprevista gracia,
yendo del agua al cielo.
Allí en lo alto volaba
con desencanto
porque no había pez
en la laguna
que atrajera con su canto.
Abandonó los esteros
en ayunas.
Fuese como había venido
turbio el color de sus plumas.
Pajaritos
Ahora los pajaritos
vuelan en bandadas
dibujando pentagramas.
Con ellos la música asciende
lenta por el firmamento.
Este es el momento
para cerrar los ojos mientras
los pájaros se refugian
en una oscura arboleda.
¡Mi grandioso sonajero!
Gigantesco diapasón
que sacude con su música
las hojas y los árboles
de una plaza de Deán Funes
frente a la estación de buses.
Caracolilla
En la playa ancha,
allá desde donde se ve
una barquilla blanca,
hallé una caracolilla
pequeña, diminuta,
ínfima.
Y sin embargo, de ella
salía un respiro,
un parloteo que escapaba
de los vericuetos
de su laberinto en sombra.
Habla caracolilla,
cuéntame cosas;
hazme recordar aquellas
de cuando era niña
entre mis tías y sus amigas
a las que escuchaba
en silencio.
Oscuridad
La oscuridad se corta
con un hilo.
Es como una blanda
torta de chocolate.
Casiopea
Y justo cuando le decía
“Ésta es Casiopea”
se me quebró la voz
como la quebrada línea
que ella dibuja en el cielo:
zigzagueo estrellado
N celeste.
Aldebarán
En la noche ardiente del desierto
Aldebarán, escolta de estrellas,
jugosa naranja, pupila del cielo,
es la única puerta
desde donde puedo soñar.
Orión
¿Qué puede hacer el alma
para encontrar la piedad
del universo?
¿De qué modo solicitar
a las estrellas,
a Orión, sobre todo,
que de mí se adueñe
con su luz, con su música,
con su amparo?
-Los poemas incluidos forman parte de un volumen inédito: Terrestre, celeste.