“Abombamiento” y otros poemas
Abombamiento
Es sólo un dulce abombamiento del aire
contra mi cerebro.
Gottfried Benn
Un ligero abombamiento queda entre las sábanas
en la cama recién tendida
Paso la mano y el aire se resiste a abandonar ese espacio
Lo dejo un instante para volver a mirarlo
No es más que aire atrapado, un leve temblor
de telas que se hinchan
la luz de la mañana y mi determinación
de hacer la cama
O una semilla flotante en medio de un rectángulo
dentro de un cubo
al que el Sol alcanza
mi habitación en la vertical del edificio
el casillero, el signo vacío
el fragmento en el que dejo que suceda
la no intervención
la acogida solitaria de la materia en el tiempo
y su vuelta al cotidiano.
Meditación
Esta tarde miré una vez más por el rabillo del ojo al diablo
justo cuando mis poros parpadeaban
y la sangre tibia
de pura vida
muerte pura
me recogía.
Música
La lluvia es una caverna porosa
atónitas mieles hechas roca
Amo saber que desde la lluvia
posé un dedo en tu mano
y aún escuchamos
su concierto.
Reconocimiento
En algún punto nuestras voces
estremecen los tejidos membranosos
en el negro túnel
de la garganta
opacos deslaves viajan
por la conversación
mientras reímos
pensando que aquello es divertido
Pero hay un claro donde reconocemos
la pérdida
bajo la luz que emanan los cuerpos
blancos
Lo común es no lamentarse
bajar la guardia
compartir la espada que ha cortado
nuestro aliento
y reposarla en un silencio de vitrina
para exhibir su brillo.
El fantasma de un árbol
Fue en el Mediterráneo que perdí el pequeño invierno de mi valle
fue en albergues y abejorros, bajo hechizos, que lo perdí.
Regresé una noche presintiendo el verano
la pátina con que pinta sus retornos de solsticio
se desplegaban praderas acendradas sobre el asfalto
vapores en la planicie.
Camino a casa recordé un árbol
un amasijo de cables le partía la fronda en la ribera
tus ojos resbalaban por las piedras
y el hato de tus manos, la prensa de las ramas
el nudo en mi garganta.
Fue la aparición de ti sobre el fantasma de un árbol en la luz mercurial.
Camino a casa pensé en la suavidad de los concretos
en praderas y lugares equivocados.
Hábitos pedregosos
Como tonada de lechuzas, oigo el chasquido atravesar la noche.
Aquí cae intenso el aroma de las flores que exudan amargas
y alejan animales silvestres.
Las antiguas máscaras de ceniza salen a presenciar el retoño
de la transformación, su cíclica muerte.
Me aparto y me adentro por un camino, crece el círculo del desierto
va llenándose de grava, emboscadas, regiones inaccesibles.
Acaricio a mis animales de hábitos pedregosos
su pulso transparenta la piel. Todas las coloraciones nocturnas
brotan, hablan.
Árido valle
A la sombra de una anacahuita, Narciso se desnuda.
Está que no comprende lo extraordinario de este bosque que mudó en árido valle.
Presa de un encantamiento, de las ninfas sólo escucha estremecerse la yerba
motores de autos lejanos.
Carrizos atoran en el arroyo el cuerpo de una niña
−salió de la secundaria y aún no regresa.
Mas nada penetra ese velo que es la soledad de Narciso
en su embudo lento, noche sin semilla.
La anacahuita florece
no hay sequía que la mate en el desierto.
Descenso al río
1
Hay un nudo donde la piedra es grande y de un gris casi blanco
un puente de pilares pesados, ruinas a punto de apagar
su fragor en las paredes del río.
El viento plancha la hierba y la piedra tañe un silbido.
Ahí permanece una puerta:
se está reventando la vida en una bola de cristal.
En la carretera, los tráileres serpentean en procesión.
Que nadie ose tocar ese tornado estalactita sin brillo sobre la piedra.
Que los huérfanos y los ebrios vayamos a casa sin las diminutas flores
detrás de los arbustos.