Barco a la deriva
ACERCA DE LO INSTRUCTIVO QUE RESULTA VIAJAR
Le pregunto al taxista
si cree que va a llover.
Se agacha para ver por el vidrio del parabrisas
con más detalle el cielo,
y me dice que sí, que más tarde.
“Por cierto”, agrega,
“¿usted cree en los cuentos de la ciencia
de que el agua se evapora y luego cae como lluvia?”
“Por lo que veo, usted no”, le respondo.
“Para nada. Y verifique por sí mismo si tengo o no razón:
en este momento hay nubes de un gris desvaído,
pero dentro de una hora serán de un gris espeso,
del diluvio que se nos vendrá encima.
Para mí la lluvia es el sudor de Dios.
Él trabaja incansable para que
lo que Es, Sea.”
Su razonamiento, aunque “poético”,
me parece descabellado
y no me tomo la molestia de rebatirlo.
Mas bien le pregunto: “¿Es usted evangélico?”
“¿A qué iglesia asiste?”
“Ni soy evangélico ni asisto a iglesia alguna.”
“¿Entonces?”
“Hago penitencias que el Señor me indica.”
Por primera vez lo miro directo a la cara
para saber con qué clase de loco me ocupo.
Pero no.
Es un hombre de aspecto sano y sencillo;
pudo haber llegado
de un pueblo a la ciudad no hace mucho.
Es de los que llevan el corte de pelo discreto,
se rasuran a diario y se bañan temprano;
de los que tienen por hábito vestir ropa limpia.
Nuestra conversación continúa.
El calor es cada vez más húmedo y sofocante.
El tráfico en las calles estrechas del Centro
va lento, sin embargo, gracias a lo sugerente
de su charla, el tiempo ha volado,
estamos por llegar al sitio a donde me dirijo,
le doy las últimas indicaciones y le pago.
Me da el vuelto y yo
me olvido del asunto.
Y no es sino
hasta antes de iniciar este texto
que retomo nuestra conversación.
Dijo “penitencias”;
dijo que el domingo dejaba el taxi
en casa y se marchaba a pie,
desde el kilómetro diecisiete hasta el kilómetro cero,
en Catedral;
que en ocasiones lo acompaña su nieta.
“Penitencias en serie de siete”, enfatizó.
Y yo, como si en ese momento estuviera a su lado,
frente a Catedral, lo veo alzar la vista al cielo
como diciendo: “He cumplido.”
“Aunque uno sabe”, comenta él en mi mente,
“que nunca se cumple del todo.”
No me cabe duda que es un hombre de convicciones.
De pocas convicciones, quizás, pero suficientes
para sostenerse en la vida contra viento y marea.
Habló de la violencia que ocasiona
el negocio de la droga;
del impuesto territorial que cobran las maras;
de extorsiones y secuestros;
habló de ritos satánicos oficiados
por criaturas de la misma edad de su nieta;
habló también de lo que la delincuencia
le paga a “la autoridad”
para que se haga de la vista gorda.
En todo caso, antes de concluir
me pregunto si, como él, podré yo ser
tan afortunado o ingenuo
para generar “convicciones simples”,
que me permitan sobrevivir en mi caótica realidad
no tan distinta de la suya.
En todo caso, pienso para mí,
si no merecerá nuestro respeto
el hombre que declara la teoría de la lluvia
como producto
del esfuerzo de Dios, y que, por lo mismo,
en este siglo de verdades científicas incontrovertibles,
tenga que apuntalarlas con penitencias
en serie de siete.
En fin, creo que debí, mínimo,
preguntarle su nombre y, por ahí,
en algún momento,
solicitarle su número de teléfono para un nuevo viaje,
o mejor aun, para una charla provechosa.
LUCIDEZ Y FIRMEZA
En Alemania, un cuento de invierno,
Heine habla de “la biblioteca de Satán”.
Tras veinte años de ausencia, él
—imaginariamente— ha vuelto
a pisar su amado suelo alemán. Los guardias
de la aduana registran sus maletas,
en ellas no hay contrabando alguno.
Es en su cabeza —aclara Heine— donde trae
los libros prohibidos, “la biblioteca de Satán”:
poemas, artículos, ensayos;
el nuevo evangelio de la religión
sin dios de los explotados.
¡Qué duda cabe! A su patria,
nada le impide ingresar. Ingresa.
Del corazón de los alemanes,
ni el nazismo lo pudo sacar.
UN HOMBRE
Un hombre tenía un perro
Una casa
Una mujer en la casa
Y en el monte una parcela
Es una mujer estéril
Pensaba el hombre
Es un hombre incapaz
Pensaba la mujer
El hombre salía de madrugada a trabajar
A veces el perro se iba con él
A veces no
Es como si este perro fuera alguien
Pensaba el hombre
A veces le movía la cola
A veces no
A la mujer de a poquito
Se le fue perdiendo la sonrisa
Al hombre también
Cuando el hombre regresaba
La mujer lo recibía en silencio
Y en silencio lo atendía
Una noche el hombre tuvo un sueño
Cuando él salía de la casa y el perro se quedaba
El perro se transformaba en hombre
La mujer lo encontraba atractivo
Y lo aceptaba
El hombre vio que el hombre-perro
Penetraba a su mujer por detrás
Es porque es perro pensó
Cuando terminó de copular
El hombre-perro salió de la casa y se transformó en perro
La mujer se quedó como narcotizada
Tirada en el suelo
Desnuda
El hombre se le acercó y en el fondo de las nalgas
Justo en el ano
Le vio un charco de luz
En el charco de luz observó al perro
Moviéndole la cola
Allí mismo decidió tomar su machete y matar al perro
Pero se contuvo
Al siguiente día el hombre salió de madrugada
El perro no lo quiso acompañar
Y él tuvo que llevárselo
Amarrado del pescuezo
Lo mató en la parcela
Le cortó el pene y la cola y los enterró
Encima sembró una yuca
Cuando la planta creció lo suficiente
Desenterró dos yucas
Una para ella y otra para él
La que parecía pene para ella
La que parecía cola para él
Se las llevó a su mujer para que las cociera
Cada uno se comió la suya
Ensimismado
Al otro día el hombre le dijo a su mujer
No salgás puede que el perro al fin regrese
La mujer dijo que sí con la cabeza
El hombre se marchó
Dio una vuelta por el monte y regresó desnudo
Cuando aún no aclaraba
Adentro estaba la mujer tirada en el suelo
Bocabajo
El hombre-perro-hombre la penetró por detrás
Una y otra vez
Justo en el charco de luz
Donde el perro le movió la cola
Una y otra vez
Una y otra vez
De esa manera consumaron la dicha
De perro con su perra
De perro que no requiere
Sino del perro de sí mismo
Y precisamente por esa razón
Dijo el abuelo
La mujer era estéril
LOS GRANDES AMORES DE COPAS
Con sonrisa de “yo te conozco a ti
Tú no te acuerdas de mí”
Se aproximó a donde yo celebraba
Santo cielo muy a la altura
Del galán que se le insinuaba
Me estampó en la mejilla
La firma escandalosa de un beso
Con esa pechuguita moribunda
Sin duda exageraba el escote
Pero su aire de gran diva (hay que decirlo)
Se lo otorgaban sus portentosas caderas
“Ingrato (me susurró al oído)
Para que otra vez no se te olvide
Te dejo mi dirección”
Y con mano firme me estrujó “los blanquillos”
Fue “un toma que te los dejo” muy grato
Y contoneando el trasero se largó
(La muy hija de su tiznada)
A buscarse otro pendejo
“Cariño (le grité chunerazo)
¿Para coger hoy o mañana?”
“Papito (me respondió) aquí mismo si quieres
Pero que yo sepa
A un borrachín no se le empalma”
“¡Madre de los desamparados! (pensé)
Ésta sí que es una gran hembra”
MUJER EN LA VENTANA
Apoya la cabeza en las manos
En las manos apoya la cabeza
Apoya
Apoya los codos
En el marco de la ventana
Mas no es la cabeza lo que pesa
Pesa el aburrimiento acumulado
Pesa lo que no se mira
Pesa lo que insiste
Eso que se da discreto tangencial inabordable
Eso que a sabiendas de no existir se busca
Pesa
Pesan las cosas tontas tras las que se fue
Pesa el saberse ajeno a lo otro a lo infinitamente otro
Pesa el asedio de lo otro el opaco brillo de una garra
La pesadilla de un hocico
Pesa la fotografía del apoyar la cabeza en las manos
Pesa como talco inmasticable el mínimo destello de nostalgia
Pesa la muela barrenada el miembro amputado
Pesa la mano que copia de una copia la caricia
Pesa la caricia con la que uno mismo se consuela
Pesa la intención de la promesa con la que uno mismo se inventa
Y pesan
Infinitamente cómo pesan las sombras en los sueños
Infinitamente cómo pesan lo discreto lo tangencial lo inabordable
Y pesan como sucesos de la piedra lo detenido de los días
Lo que acuchilla y no desangra
Lo que la certeza mentirosa
Intensifica
Pesa pesan
En cada rostro que se detiene con las manos
En cada mirada tras ningún objeto
En lo incumplido
Con su música de escupitajo embadurnando
Con su sonrisa carnicera masticando polvo en el desprecio
Y pinchan cómo pinchan
Desde lo incompleto las mil maneras del bostezo
Desde la promesa de antemano incumplida
Las incontables ansias de otra vida
graffiti en la quijada de un burro (uno)
si como perro gustas
de palmaditas cariñosas y patadas
hasta tu dulcinea te premiará
con palmaditas cariñosas y patadas
graffiti en la quijada de un burro (dos)
sentimientos espontáneos
ideas frescas como una lechuga
lector he aquí lo que nos hace falta
ahora bien las preguntas son éstas
¿puede el garrote de la crítica
enderezar la rama torcida?
¿elevar por voz divina su
lázaro levántate y anda?
¿serán expulsados nuevamente
del templo los publicistas?
¿resurgirá la estética de la rosa?
en todo caso en el monte fuji
nevado por calzones y brasieres
el señor nos agarre confesados
BARCO A LA DERIVA
Me equivoqué
Me equivoqué de azules
Me equivoqué de azules horizontes
Me equivoqué de miedo
Me equivoqué de mí
No me tocaba ser yo
No me tocaba ser yo todavía
Me equivoqué de dirección
Me equivoqué de vocación
No soy lúcido sino hasta cuando me equivoco
No soy crítico sino hasta cuando me niego
No poseo las llaves del texto
Me equivoqué de libro
Me equivoqué de miedo
No me tocaba ser yo
No me tocaba ser yo todavía
No me tocaba ser yo en esta escritura
Oh azules horizontes de la línea
De lector no he pasado
Me equivoqué de mí
De palabras
De mar
De mar de palabras
De mí
de palabras
De fuga de palabras
De conceptos
De fuga de conceptos
De visiones
soy fuga de visiones
Y ya
Sólo conozco
alternativas
Alternativas inciertas
y caos
y mar
Y mar de palabras
(Eso he sido)
Mar de palabras
mar
amar
mal amar
eso he sido
barco a la deriva
incierta nave
eso he sido