Enrique Noriega

Barco a la deriva

 

 

 

 

 

ACERCA DE LO INSTRUCTIVO QUE RESULTA VIAJAR

 

Le pregunto al taxista

si cree que va a llover.

Se agacha para ver por el vidrio del parabrisas

con más detalle el cielo,

y me dice que sí, que más tarde.

“Por cierto”, agrega,

“¿usted cree en los cuentos de la ciencia

de que el agua se evapora y luego cae como lluvia?”

“Por lo que veo, usted no”, le respondo.

“Para nada. Y verifique por sí mismo si tengo o no razón:

en este momento hay nubes de un gris desvaído,

pero dentro de una hora serán de un gris espeso,

del diluvio que se nos vendrá encima.

Para mí la lluvia es el sudor de Dios.

Él trabaja incansable para que

lo que Es, Sea.”

Su razonamiento, aunque “poético”,

me parece descabellado

y no me tomo la molestia de rebatirlo.

Mas bien le pregunto: “¿Es usted evangélico?”

“¿A qué iglesia asiste?”

“Ni soy evangélico ni asisto a iglesia alguna.”

“¿Entonces?”

“Hago penitencias que el Señor me indica.”

Por primera vez lo miro directo a la cara

para saber con qué clase de loco me ocupo.

Pero no.

Es un hombre de aspecto sano y sencillo;

pudo haber llegado

de un pueblo a la ciudad no hace mucho.

Es de los que llevan el corte de pelo discreto,

se rasuran a diario y se bañan temprano;

de los que tienen por hábito vestir ropa limpia.

Nuestra conversación continúa.

El calor es cada vez más húmedo y sofocante.

El tráfico en las calles estrechas del Centro

va lento, sin embargo, gracias a lo sugerente

de su charla, el tiempo ha volado,

estamos por llegar al sitio a donde me dirijo,

le doy las últimas indicaciones y le pago.

Me da el vuelto y yo

me olvido del asunto.

Y no es sino

hasta antes de iniciar este texto

que retomo nuestra conversación.

Dijo “penitencias”;

dijo que el domingo dejaba el taxi

en casa y se marchaba a pie,

desde el kilómetro diecisiete hasta el kilómetro cero,

en Catedral;

que en ocasiones lo acompaña su nieta.

“Penitencias en serie de siete”, enfatizó.

Y yo, como si en ese momento estuviera a su lado,

frente a Catedral, lo veo alzar la vista al cielo

como diciendo: “He cumplido.”

“Aunque uno sabe”, comenta él en mi mente,

“que nunca se cumple del todo.”

No me cabe duda que es un hombre de convicciones.

De pocas convicciones, quizás, pero suficientes

para sostenerse en la vida contra viento y marea.

Habló de la violencia que ocasiona

el negocio de la droga;

del impuesto territorial que cobran las maras;

de extorsiones y secuestros;

habló de ritos satánicos oficiados

por criaturas de la misma edad de su nieta;

habló también de lo que la delincuencia

le paga a “la autoridad”

para que se haga de la vista gorda.

En todo caso, antes de concluir

me pregunto si, como él, podré yo ser

tan afortunado o ingenuo

para generar “convicciones simples”,

que me permitan sobrevivir en mi caótica realidad

no tan distinta de la suya.

En todo caso, pienso para mí,

si no merecerá nuestro respeto

el hombre que declara la teoría de la lluvia

como producto

del esfuerzo de Dios, y que, por lo mismo,

en este siglo de verdades científicas incontrovertibles,

tenga que apuntalarlas con penitencias

en serie de siete.

En fin, creo que debí, mínimo,

preguntarle su nombre y, por ahí,

en algún momento,

solicitarle su número de teléfono para un nuevo viaje,

o mejor aun, para una charla provechosa.

 

 

 

 

LUCIDEZ Y FIRMEZA

 

En Alemania, un cuento de invierno,

Heine habla de “la biblioteca de Satán”.

Tras veinte años de ausencia, él

—imaginariamente— ha vuelto

a pisar su amado suelo alemán. Los guardias

de la aduana registran sus maletas,

en ellas no hay contrabando alguno.

Es en su cabeza —aclara Heine— donde trae

los libros prohibidos, “la biblioteca de Satán”:

poemas, artículos, ensayos;

el nuevo evangelio de la religión

sin dios de los explotados.

 

¡Qué duda cabe! A su patria,

nada le impide ingresar. Ingresa.

Del corazón de los alemanes,

ni el nazismo lo pudo sacar.

 

 

 

 

UN HOMBRE

 

Un hombre tenía un perro

Una casa

Una mujer en la casa

Y en el monte una parcela

 

Es una mujer estéril

Pensaba el hombre

 

Es un hombre incapaz

Pensaba la mujer

 

El hombre salía de madrugada a trabajar

 

A veces el perro se iba con él

A veces no

 

Es como si este perro fuera alguien

Pensaba el hombre

 

A veces le movía la cola

A veces no

 

A la mujer de a poquito

Se le fue perdiendo la sonrisa

 

Al hombre también

 

Cuando el hombre regresaba

La mujer lo recibía en silencio

Y en silencio lo atendía

 

Una noche el hombre tuvo un sueño

 

Cuando él salía de la casa y el perro se quedaba

El perro se transformaba en hombre

 

La mujer lo encontraba atractivo

Y lo aceptaba

 

El hombre vio que el hombre-perro

Penetraba a su mujer por detrás

 

Es porque es perro pensó

 

Cuando terminó de copular

El hombre-perro salió de la casa y se transformó en perro

 

La mujer se quedó como narcotizada

Tirada en el suelo

Desnuda

 

El hombre se le acercó y en el fondo de las nalgas

Justo en el ano

Le vio un charco de luz

 

En el charco de luz observó al perro

Moviéndole la cola

 

Allí mismo decidió tomar su machete y matar al perro

Pero se contuvo

 

Al siguiente día el hombre salió de madrugada

 

El perro no lo quiso acompañar

Y él tuvo que llevárselo

Amarrado del pescuezo

 

Lo mató en la parcela

 

Le cortó el pene y la cola y los enterró

 

Encima sembró una yuca

 

Cuando la planta creció lo suficiente

Desenterró dos yucas

 

Una para ella y otra para él

 

La que parecía pene para ella

La que parecía cola para él

 

Se las llevó a su mujer para que las cociera

 

Cada uno se comió la suya

Ensimismado

 

Al otro día el hombre le dijo a su mujer

No salgás puede que el perro al fin regrese

 

La mujer dijo que sí con la cabeza

 

El hombre se marchó

 

Dio una vuelta por el monte y regresó desnudo

Cuando aún no aclaraba

 

Adentro estaba la mujer tirada en el suelo

Bocabajo

 

El hombre-perro-hombre la penetró por detrás

Una y otra vez

 

Justo en el charco de luz

Donde el perro le movió la cola

 

Una y otra vez

Una y otra vez

 

De esa manera consumaron la dicha

De perro con su perra

De perro que no requiere

Sino del perro de sí mismo

 

Y precisamente por esa razón

Dijo el abuelo

La mujer era estéril

 

 

 

 

LOS GRANDES AMORES DE COPAS

 

Con sonrisa de “yo te conozco a ti

Tú no te acuerdas de mí”

Se aproximó a donde yo celebraba

 

Santo cielo muy a la altura

Del galán que se le insinuaba

Me estampó en la mejilla

La firma escandalosa de un beso

 

Con esa pechuguita moribunda

Sin duda exageraba el escote

Pero su aire de gran diva (hay que decirlo)

Se lo otorgaban sus portentosas caderas

 

“Ingrato (me susurró al oído)

Para que otra vez no se te olvide

Te dejo mi dirección”

Y con mano firme me estrujó “los blanquillos”

 

Fue “un toma que te los dejo” muy grato

Y contoneando el trasero se largó

(La muy hija de su tiznada)

A buscarse otro pendejo

 

“Cariño (le grité chunerazo)

¿Para coger hoy o mañana?”

 

“Papito (me respondió) aquí mismo si quieres

Pero que yo sepa

A un borrachín no se le empalma”

 

“¡Madre de los desamparados! (pensé)

Ésta sí que es una gran hembra”

 

 

 

  

MUJER EN LA VENTANA

 

Apoya la cabeza en las manos

En las manos apoya la cabeza

Apoya

Apoya los codos

En el marco de la ventana

Mas no es la cabeza lo que pesa

Pesa el aburrimiento acumulado

Pesa lo que no se mira

Pesa lo que insiste

Eso que se da discreto tangencial inabordable

Eso que a sabiendas de no existir se busca

Pesa

Pesan las cosas tontas tras las que se fue

Pesa el saberse ajeno a lo otro a lo infinitamente otro

Pesa el asedio de lo otro el opaco brillo de una garra

La pesadilla de un hocico

Pesa la fotografía del apoyar la cabeza en las manos

Pesa como talco inmasticable el mínimo destello de nostalgia

Pesa la muela barrenada el miembro amputado

Pesa la mano que copia de una copia la caricia

Pesa la caricia con la que uno mismo se consuela

Pesa la intención de la promesa con la que uno mismo se inventa

Y pesan

Infinitamente cómo pesan las sombras en los sueños

Infinitamente cómo pesan lo discreto lo tangencial lo inabordable

Y pesan como sucesos de la piedra lo detenido de los días

Lo que acuchilla y no desangra

Lo que la certeza mentirosa

Intensifica

 

Pesa pesan

En cada rostro que se detiene con las manos

En cada mirada tras ningún objeto

En lo incumplido

Con su música de escupitajo embadurnando

Con su sonrisa carnicera masticando polvo en el desprecio

Y pinchan cómo pinchan

Desde lo incompleto las mil maneras del bostezo

Desde la promesa de antemano incumplida

Las incontables ansias de otra vida

 

 

 

 

graffiti en la quijada de un burro (uno)

 

si como perro gustas

de palmaditas cariñosas y patadas

hasta tu dulcinea te premiará

con palmaditas cariñosas y patadas

 

 

 

 

graffiti en la quijada de un burro (dos)

 

sentimientos espontáneos

ideas frescas como una lechuga

lector he aquí lo que nos hace falta

ahora bien las preguntas son éstas

 

¿puede el garrote de la crítica

enderezar la rama torcida?

¿elevar por voz divina su

lázaro levántate y anda?

 

¿serán expulsados nuevamente

del templo los publicistas?

¿resurgirá la estética de la rosa?

 

en todo caso en el monte fuji

nevado por calzones y brasieres

el señor nos agarre confesados

 

 

 

 

BARCO A LA DERIVA

 

Me equivoqué

Me equivoqué de azules

Me equivoqué de azules horizontes

Me equivoqué de miedo

Me equivoqué de mí

No me tocaba ser yo

No me tocaba ser yo todavía

Me equivoqué de dirección

Me equivoqué de vocación

No soy lúcido sino hasta cuando me equivoco

No soy crítico sino hasta cuando me niego

No poseo las llaves del texto

Me equivoqué de libro

Me equivoqué de miedo

No me tocaba ser yo

No me tocaba ser yo todavía

No me tocaba ser yo en esta escritura

Oh azules horizontes de la línea

De lector no he pasado

Me equivoqué de mí

De palabras

De mar

De mar de palabras

De mí

de palabras

De fuga de palabras

De conceptos

De fuga de conceptos

De visiones

soy fuga de visiones

Y ya

Sólo conozco

alternativas

Alternativas inciertas

y caos

y mar

Y mar de palabras

(Eso he sido)

Mar de palabras

mar

amar

mal amar

eso he sido

barco a la deriva

incierta nave

eso he sido

 

Enrique Noriega (Guatemala, 1949). Poeta, editor, antologador, tallerista y promotor cultural, Enrique Noriega realizó estudios de literatura en la USAC de ... LEER MÁS DEL AUTOR