Pez de piedra y otros textos
DEJAR
Y vas dejando tu alma en lugares ajenos:
algo de tu piel,
algo de tus doloridos sueños.
Ahora,
estará triste la palabra,
estará incómodo el silencio.
Es incandescente
este límite de hielo que se impone en la garganta.
Este límite antiguo que no sé si cruzar o contemplar,
como se contemplan las hojas en otoño.
Y el asombro mantiene vivas las venas.
Ahora,
no hay parásitos que merodeen nuestra carne.
Ahora,
estamos a salvo de los ritos
que no acontecen en nuestro espíritu.
He dejado algo de mí por todas partes.
No duele ese dejar.
Esperamos siempre
que vuelva
el sigilo de los secretos menudos.
Más allá de mí
habrá una sombra errante,
contornos,
siempre contornos,
buscando un fondo.
Antes no había ni rastro de nuestros sueños.
No había retratos que nos delaten.
Antes, ¿qué solíamos decir?
Y el deseo de hablar es extraño:
resulta como un tic involuntario.
Hay que escapar,
estar lejos de las voces que nos llaman.
(Y somos las voces).
Fui distinta alguna vez.
Lejana de alguien que ya no está.
El tiempo es como una vestidura que nos desnuda sin tregua:
harapos.
(Me acomodo al nombre,
no al lugar).
Soy ajena a este trozo de tiza: nada escribo.
Una pared alta,
de tierra
abre un espacio extraño en mi memoria.
(De Como monedas viejas sobre la tierra, 2011)
TE ATRIBUYO EL TORRENTE DE MI SANGRE
Son las palabras
con su urgencia de viento
las que arremeten contra este cuerpo
cubierto de recuerdos vegetales.
El alma trata de quedar ilesa,
pero hay un huracán que sacude
hasta el rincón más oscuro de los zapatos.
Las cuencas del tiempo nos miran absortas,
preñadas de lluvia lista para deshojarnos con caricias maternales.
Será un sempiterno venir y caer de horas.
Mas no tiene remedio este reloj que canta los desvelos.
¡Qué urgida está la mañana con sus flores tenues y su pan fresco!
¿Cuál es la profundidad?:
nuestra piel envejecida,
nuestros papeles perdidos y desordenados,
nuestro accidentado recorrido por el día.
Las puertas que cruzas son como bocas ajenas a tu propio cuerpo.
En el viejo tejado no hay más que murmullos:
murmurios de palomas lánguidas
acontecidas por una campana de toques
geométricos.
No hay más que los labios mordidos por una erosión del lenguaje.
Lo profundo es esta voz cicatrizada y el ombligo extraño de mirada cíclope.
(De Como monedas viejas sobre la tierra, 2011)
PEZ DE PIEDRA UNO
(fragmento)
Sé que estos huesos
me serán ajenos de pronto
y me son ajenos ya,
ahora,
cuando estoy más lejos de mi voz.
***
Una luz lejana invade los retratos de mis muertos,
me acongoja el paladar,
me florece la triste sílaba que no alumbra mi cabello,
me digo a mí misma estas cosas
que son siempre las mismas,
y son casi siempre el agua.
Cosas con las que voy a caminar por alguna calle reciente
en mi memoria.
***
No hay tristeza ni alegría:
hay un estar extraño que hace conmigo
lo que las migas de pan
cuando estoy lejos de casa.
Son los dones que quiebran las horas:
solitarias a veces,
solitarias nunca.
PEZ DE PIEDRA DOS
(fragmento)
Las letras se agazapan
como arañas transparentes
y no llego a comprender mis manos.
De barro
son los ojos que me invaden,
son de silencio
los pasos.
Este sol azul
que recorre el tiempo
es nuestro idioma solitario.
Y nos dice más sombras,
más objetos delirantes,
más recuerdos.
Hay unos ojos nuevos,
unas manos que ponen la piedra blanca en el pétalo.
Es un sueño nacido de mi sueño.
Para besar las piedras me preparé un siglo.
No hubo lágrimas,
ni risas,
ni palabras.
PEZ DE PIEDRA TRES
(fragmento)
Este es un intento de caer
al fondo de la soledad más pura:
el de no hablar.
La forma de los atardeceres me hiere,
me alegra su color tardío
cercano al vientre,
cercano a cada latido
que comienza
a encenderse
por las calles
extrañas y propias.
Sueños remotos me llaman,
esperan.
Tendrás tiempo para tomar el té,
vendrá el calor,
vendrá la lluvia,
vendrá el olor a tierra mojada.
Tus flores
se duermen
en pequeños sueños
eternos.
Los días son como un pañuelo bien planchado
donde las moscas no se atreven.
(De Pez de piedra, 2007)