La vida con un agujero
(Traducción al español de Pura López Colomé)
Panorama
Qué panorama se contempla desde los cincuenta,
Dicen los alpinistas experimentados;
Así pues, pasado de peso e inestable,
Me vuelvo y doy la cara al camino
Que me trajo hasta este día.
En vez de campos y cimas nevadas
Y senderos floreados serpenteantes,
El camino se hace polvo a cada paso
Y se disuelve entre la bruma.
Aquel panorama ya no existe.
¿Dónde ha ido a parar la vida?
Que me esculquen. Sólo me queda la melancolía.
Sin hijos, sin esposa, me siento capaz
De verlo todo claramente:
Tan concluyente. Y tan próximo.
La podadora
La podadora se atascó dos veces; al agacharme a ver,
Hallé un puerco espín atorado entre sus filos,
Muerto. Se había escondido entre el pasto crecido.
Yo ya lo conocía, hasta le había dado de comer,
Y ahora, acababa de destrozar sin remedio la sencillez
Toda de su mundo. El entierro no sirvió de nada:
A la mañana siguiente, yo me levanté y él no.
El día después de una muerte, la nueva ausencia
Es siempre igual; debemos tener mucho cuidado
Unos con otros, debemos demostrar nuestra bondad
Mientras aún tengamos tiempo para hacerlo.
La vida con un agujero
Cuando echo la cabeza para atrás y aúllo,
La gente (más bien las mujeres) dice(n)
Pero si siempre has hecho tu voluntad,
Siempre te has salido con la tuya,
Una inversión perfectamente vil
Y mezquina de lo que ha ocurrido.
Lo que las pobres tontas quieren decir
Es que nunca he hecho lo que no.
Entonces, el tipo de aquel viejo palacete
Que cumple con sus quinientas palabras
Y se la pasa el resto del día
Entre chapuzones y tragos y pájaros
Está tan lejos como siempre, pero también
Lo está el pobre maestrucho de anteojos
(Seis chamacos, la mujer embarazada
Y sus padres que vienen de visita)…
La vida es una inmóvil y cerrada lucha
De tres manos entre los deseos propios,
Los del mundo acerca de uno y (peor aún)
La invencible y lenta máquina
Que trae lo que uno habrá de recibir. Reprimidas,
Viven en tensión en torno a la sangre ya estancada
Del deber, el temor, el rostro ajeno.
Los días se ciernen por ahí constantemente. Los años.
Viejos locos
¿Qué se creen que ha pasado, viejos locos,
Para hacerlos como son? ¿Acaso se imaginan
Que es más adulto traer siempre la boca abierta y la baba caída,
Orinarse en los pantalones todo el tiempo y no acordarse
Quién llamó esta mañana? ¿O que, si les diera la gana,
Podrían alterarlo todo y volver a bailar la noche entera
O ir a su boda o manejar el fusil cualquier día de éstos?
¿O es que creen que en realidad no ha habido cambios,
Y siempre se han portado como inválidos o tiesos,
O se han quedado sentados días y días soñando,
Viendo el movimiento de la luz? Si no es así (y no puede
serlo), qué raro: ¿por qué no gritan?
A la hora de la muerte, uno se desmenuza: los antiguos padacitos
Comienzan velozmente a distanciarse unos de otros para siempre,
Sin testigos. Sólo el olvido, ciertamente:
Lo tuvimos antes, pero se iba a acabar,
Y se estaba mezclando siempre con el único propósito
De hacer brotar a la flor de mil pétalos que se llama
Estar aquí. La próxima vez no podrás fingir
Que habrá algo más. He aquí los primeros síntomas:
No saber cómo, no escuchar quién; el poder
De elección, ausente. Su mirada muestra que lo apoyan:
Cabello de ceniza, manos de sapo, cara de pasa de surcos
secos… ¿Cómo ignorarlo?
Acaso la vejez sea tener estancias iluminadas
Dentro de la cabeza, y gente en ellas, actuando.
Gente conocida, cuyos nombres no se recuerdan ya; cada uno
Se entreteje como una honda pérdida restaurada, desde puertas
Conocidas aproximándose, bajando una lámpara,
sonriendo desde una escalera, tomando
Un libro conocido del estante; o a veces sólo
Las estancias mismas, sillas y fuego encendido,
El arbusto en el viento desde la ventana, o la tenue
Amistad del sol en el muro de una solitaria
Tarde de lluvia detenida a mediados del verano. Ahí viven:
No aquí y ahora, sino donde todo ocurrió alguna vez.
Por eso proyectan
Un aire de ausencia frustrada, intentando estar allá
Pero estando aquí. Pues las estancias se alejan más y más,
Dejando ahí el frío incompetente, el estira y afloja constante
Del aliento arrebatado, y ellos arrastrándose debajo
De la extinción, viejos locos, incapaces de percibir
Qué cerca está el final. Quizá por eso están tranquilos:
La cima siempre a la vista, dondequiera que vayamos,
Para ellos es terreno que se alza. ¿Acaso no saben
Qué los está jalando y en qué terminará todo? En la noche,
No. Rodeados de extraños, no. ¿Acaso nunca, a lo largo
De esa niñez horrorosa e invertida? En fin,
Ya habrá tiempo para averiguarlo.