

Presentamos algunos textos claves del reconocido autor alemán y Premio Nobel de Literatura en la versión al español de Eustaquio Barjau.
Günter Grass
Danza de los velos
Y cae otro
pues tu vestuario, inagotable:
el cajón de los saldos, en liquidación.
Y menos enredada en cada uno,
hay una historia:
continuará.
Y, velada siempre de nuevo,
entregas sorpresas,
a veces trágicas, a veces cómicas.
Y cada tela revela, transparente,
la que sigue, que a su vez
es transparente.
Y en torno a ti, sólo en torno a ti,
gira, gira
a cámara lenta todo.
Y queda intacto
lo que tu codicia -rica en lágrimas-
ha ahorrado.
Y así, una y otra vez,
la belleza tapada sigue siendo
especulación.
Y como cinco mil años y más,
bajo velos, están almacenados,
no cesa nunca, tu danza.
Y yo -acostumbrado al striptease-
te voy mirando, impaciente,
y un poco enervado.
Danza en la nieve
Después de tantos cambios de tiempo,
duros se levantaban unos árboles ante un gris mojado,
ninguna otra cosa se le ocurría al invierno-
¡nieva!, ¡nieva!
Sobre el este y el oeste cae nieve,
cubre, iguala,
como si, por obra del tiempo,
hubiera vencido el socialismo
y Mariano Medina, el hombre del tiempo que empuja las nubes,
fuera -inmediatamente después del telediario-
su profeta.
Bailemos en la nieve, así,
mientras siga aquí, dejaremos huellas
en el blanco que crepita,
huellas que queden, huellas que queden,
hasta que -está anunciado- llegue el deshielo,
este u oeste, desnudos de nuevo
y sin manto, se puedan distinguir.
Bailemos en la nieve.
Sobre pies de barro
Luego, casi lista
y habiendo conseguido una figura esbelta,
en mitad de la danza, se desplomó
una pareja,
cayó hecha añicos.
Bellamente, en el suelo, los miembros,
en desorden.
Grietas, a lo largo de la espalda,
y roturas limpias
liberaban espacios huecos.
Ellos seguían danzando,
lisiados, aplastados
los pies de barro,
ella desatinada, él todavía
con mirada firme.
De nuevo quiero dejar
que los dos surjan,
más altos, habiendo conseguido mayor esbeltez aún,
con el paso de danza afianzado,
inmunes a toda caída.
Sin embargo, lo sé: posiblemente
siguen hechos añicos.
Tango mortale
Orden, como desde arriba: el cuerpo que huye el cuerpo,
estirado, está en fuga,
así es como esto nos arrebata.
Ningún abismo, pero una vastedad a la que,
como si hubiera espejos alrededor,
lanzamos miradas que se pierden.
Y luego, ordenado: volver hacia dentro.
Nos movemos en el sitio, en lo más interior del sitio
y seguimos el compás.
Caídas contadas, las casi-caídas,
los pasos que siguen, vacilan, retrasan,
arrastran, posponen el fin.
¡No muere, no muere! Este yo de dos,
en tanto que el tango, el tango mortale
siga una forma de paso.
Con lo que queda de aliento en la fiesta sin nadie.
Los dos se celebran, y al final, no obstante,
esperan aplausos.
El dolor es sólo máscara. En disfraz nos deslizamos
en pista sin límite, pisándole a la muerte los talones
y a nosotros también.