Telémaco naufraga en marlamentos de ternura:
un árbol se desangra en Penélope frente al reloj
Por Ana Corvera*
¿Qué se necesita para escribir buena poesía? ¿Cómo se construye el interior de quien realmente puede ver y entender entre líneas, de quien es capaz de traducir con eficacia ese silencio en el que otros temen sumergirse, ante la inminente aparición de lo sublime e incluso de lo siniestro? No sé decir si un poeta nace o se hace, pero estoy segura de que Francisco Trejo no teme arrojarse al aparente vacío ni fundirse en él, con un sangrante y por ello honesto amor al oficio del poema.
Como en todo arte, hacer poesía significa asumir una forma de estar en el mundo. Arriesgarse a mostrarle a un lector atento o indiferente, aquello que obsesiona o se idolatra. Quien se sumerja en cualquier texto de nuestro autor, encontrará vestigios de lecturas atentas a la filosofía, a la historia, a la mitología, pero lo que más destaca de su trabajo escritural es la capacidad de transmitirnos emociones intensas, universales, porque ha conseguido, como quería Rilke, traducir con belleza el tesoro más preciado del silencio: la verdad.
“Cada poeta tiene algo que decir sobre cómo llegó al mundo/y sobre cómo llegó al verso en el que vive”, dice Trejo en dos versos contenidos en su libro Penélope frente al reloj, y es precisamente en este volumen donde atestiguamos el andamiaje de una voz lírica potente, expuesta a la herida que causa el mero hecho de existir, y dispuesta a sacar de la oscuridad, de lo no dicho, los dolores contenidos en esos instantes que para otros pasan desapercibidos pero para nosotros, desde nuestra inherente subjetividad, se convierten en símbolos de los que no nos salva ningún viaje.
Como el título sugiere, en este volumen hay referencias directas a la mitología griega. El rey de Ítaca, Odiseo, se ausenta de su palacio durante 20 años; su esposa Penélope lo espera fielmente, cuidando de su pequeño Telémaco. Este breve relato sirve a Francisco Trejo para retratar una historia vivida por muchos aún en el siglo XXI: la del padre migrante y la madre e hijos que esperan, además de las vidas secretas que cada personaje lleva dentro de sí y no puede o no quiere compartir, pero que alguien debe decir/escribir para darle sentido a la aventura.
No son Penélope ni Odiseo quienes dan voz a esta triada doméstica, sino un Telémaco de nuestro tiempo. Desde su infancia y hasta su adultez, recrea un espacio físico y emocional, donde Penélope madre trabaja en una fábrica de relojes y debe cuidar de sus tres descendientes mientras el padre, más allá de la frontera, lleva una vida misteriosa de la que no quiere hablar décadas más tarde. De la metáfora involuntaria del tiempo y de la brasa marítima que la fecunda, brota un tallo quebradizo, un árbol capaz de sangrar. Agua dulce que no se aclara si no es ante la mirada del amor.
Escribir para las heridas: Penélope y Odiseo
En este libro hay textos tan contundentes que bien pueden leerse como postulados vitalo-artísticos del autor, sin embargo, en uno brevísimo es donde se describe el papel que toma esta voz lírica ante los dos filos que la descarnan, hiriéndola y construyéndola al mismo tiempo: “Mi madre me llamó Francisco./ Desde entonces/me convertí en un hilo entre su mano/y la pata tozuda de mi padre./ Escarabajo verde con las alas en guerra/ contra el viento”[1].
Por un lado está el vínculo sutil pero indestructible con la madre, porque existe un sufrimiento compartido y una convivencia que permiten el reconocimiento en el otro, incluso en aspectos aparentemente sombríos; por el otro lado está querer amar al padre que se fue, sin conocerlo ni entenderlo del todo, a pesar del dolor provocado por cada día de ausencia, perdiéndose momentos definitivos tanto en la infancia de sus tres hijos como en la vida de la esposa que le sigue fiel, pese a las dudas sembradas por los de afuera.
¿Quién fui para mi padre en sus veinte años de distancia?/¿Quién fui en su memoria mientras mudó la piel/de su juventud en otras latitudes?/¿Acaso sabe el hombre por qué soy una cuerda con nudos/y preguntas? […] ¿Quién soy ahora, al usar los signos del lenguaje/como si fuera el poema una aguja/y los recuerdos de la ausencia de mi viejo la palma/de mi mano/donde asoman sus puntas las astillas?[2]
De frente a esta condición de familia, el papel que funge la madre, Penélope, se vuelve, entonces, fundamental. No sólo se reconoce su pena, sino que se distinguen en ella comportamientos humanos, sus resistencias, como cuando espera bajo las sábanas a su Odiseo o como cuando debe llevarse sin permiso un par de zapatos para uno de sus hijos, mientras en el interior de los otros dos se sigue abriendo una herida difícil de cicatrizar. Desde su esencia más pura, Telémaco reconoce la vulnerabilidad de nosotros como hijos frente a nuestros padres, pero también la vulnerabilidad de ellos frente a las hostilidades dentro y fuera de casa.
Cuánto hay para contar sobre los golpes que me diste,/madre./Cuánto sobre la vez que me abriste la boca/y el grifo de las lágrimas/por romper la calma de la casa en día domingo […] Aprendí el dolor del mundo/como se aprende la rabia del océano en las orillas […] Me lastimaste algunas veces, Teresa,/y sin embargo te amo,/como el pájaro al viento que ayer tiró su nido./Y en este acto, mujer, encontré una ruta/para llegar a la poesía/y descubrir a los amigos en el festín donde se canta[3]
De las debilidades, fortalezas, aciertos y desaciertos de Penélope y Odiseo, se abre un camino del que ya no habrá marcha atrás para la voz lírica de Telémaco. Él tampoco se salva, pero hará música con las palabras para acompañarse a sí mismo y encontrar a su jauría. Como en un acto iniciático, esta vez elegido, su interior brotará de dos úteros: el del amor puro pero imperfecto de la madre, y el de la poesía, cuya agua no es más clara que la de la primera placenta, pero sí una piel gruesa, fina, aterciopelada; no cubre pero sí embellece lo más hondo que haya que decir sobre ser humanos.
la frontera es la invención/que se parece más a mi tristeza./Pero, sin ella, sin sus muros polifémicos,/jamás hubiera llegado a la poesía,/a su lenguaje roto/como par de alas/que duele/cuando se abre.[4] // Para escribir una carta de esta magnitud,/se debe ir al mar, a padecer la sed, pese al agua./Debe la carne ser golpeada por el animal de la memoria./El poema, sobre todo, debe ser útero/del que renacen/los que cantan incompletos[5]
El Telémaco que nos habla desde Penélope frente al reloj evoca el destino incierto de un Odiseo que borró su memoria antes y después de cruzar el Río Bravo; también abraza la resignación de una Penélope reencarnada en mujeres que nos son cercanas por la entereza con la cual, solas, se hacen cargo del hogar, de los hijos, del sustento y de sus propias caídas
Como dije, es difícil asegurar si todos los poetas nacen o se hacen, pero estoy segura de que con este libro el lector atestiguará cómo se construye un poema infinito en alguien que nació para traducir incluso los silencios más incómodos, por encima de cualquier temor, a sabiendas de que se abren aún más las heridas. Francisco Trejo se arriesga y nos evidencia los nombres, virtudes y defectos de su árbol genealógico, espejo innegable del árbol del que provenimos cada uno de nosotros, y se reconoce rama, tronco, follaje, pájaro, lamento marítimo, duda que sangra y no puede más que entregarnos su vocación a través de la poesía.
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*Ana Corvera (Zacatecas, 1984). Maestra en Estudios de Literatura Mexicana por la Universidad de Guadalajara y Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Autora de Nocturno corazón de los insectos (Ediciones de Medianoche, 2011) y de No volverse agua (El Ángel Editor, 2022). Sus textos de creación y de teoría literaria aparecen en revistas de Chile, Estados Unidos, Perú, Uruguay, México, Venezuela, España y Colombia como Altazor, Aérea, Nueva York Poetry Press, Santa Rabia Poetry, Esteros, Norte/Sur, Campos de plumas, Círculo de Poesía, Sincronía, Letralia, Liberoamérica y La raíz invertida. También en los libros Pensamiento Novohispano (UNAM), Dolores Castro, palabra y tiempo (BUAP), Palabras vivas: ensayos de crítica literaria en torno a María Luisa Puga (IZC) y Ficcionario de Teoría Literaria (Texere). Fue docente de la Academia de Escritores en Venezuela y ha participado en festivales internacionales de poesía en México, Colombia y Ecuador.
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Notas
(1) Trejo, Francisco. Penélope frente al reloj. UACM/UJED. 2021., p. 24.
(2) Ídem, p. 100.
(3) Ídem, p. 29.
(4) Ídem, p. 48.
(5) Ídem, p. 93.