Medardo Ángel Silva. Hora santa

Presentamos tres textos claves del célebre poeta ecuatoriano.

 

 

 

Medardo Ángel Silva

 

Hora santa

Los espejos de límpida mirada
con una voluptuosa complacencia
copiaban tu imperial magnificencia
de blondos y de seda perfumada.

Las bujías de ardiente llamarada,
en el salón de asiática opulencia,
fingían, circundando tu presencia,
los ojos de una fiera hipnotizada…

Un llanto largo y musical vertía
Chopin en una rara melodía…
Huyeron ritmos como sueños vanos…

Flotó un perfume de yacentes lilas…
¡Y ante la inmensidad de tus pupilas
dejé mi corazón entre tus manos!

 

 

Epístola

Al espíritu de Arturo Borja

Hermano, que a la diestra del padre Verlaine moras
y por siglos contemplas las eternas auroras
y la gloria del Paracleto,
un mensaje doliente mi cítara te envía,
en el cuello de nieve de la alondra del día,
cuyo pico humedecen las mieles del Himeto.

Ya no se oye la voz de la siringa agreste,
ni el vuelo de palomas rasga el vuelo celeste,
ni el traficante escucha la flauta del Panida;
los augures predicen la extinción de la raza:
Sagitario hacia el Cisne con su flecha amenaza;
pronto será la estirpe del Arcade extinguida.

Sobre el mar, del que un día olímpico deseo
hizo surgir, como una perla rosa,
el cuerpo de Afrodita victoriosa,
hoy, sólo de Mercurio se ha visto el caduceo.

Los sacerdotes jóvenes del melodioso rito
que han consultado el áureo libro de lo Infinito
y escuchado la música de las constelaciones,
recibieron los dardos de arqueros mercenarios;
y los viejos cruzados se yerguen solitarios
en el azul, lo mismo que mudos torreones.

Tú, que ves la increada luz del alba que ciega,
tú que probaste el agua de la Hipocrene griega,
ruega al Supremo Numen por la estirpe de Pan,
Mientras Zoilo sonríe, en la sombra conspira.
Tal la postrera fase que solloza la Lira,
Nuestros Dioses se van.  Nuestros Dioses se van.

 

 

Reminiscencia griega

Pan recobró su otoñal caramillo
y hace vibrar la dorada floresta
y es en un claro del bosque amarillo
danza rosada de ninfas en fiesta.

Sombras desnudas temblando en la brisa
siempre más fina, más suave, más leve,
mientras el agua la imagen precisa
de piernas rosas y cuerpos de nieve.

De lo más negro del bosque fragante,
como la sangre se va de la herida,
fluye la voz pastoril y galante
del armonioso instrumento panida.

Suave se riza la yerba menuda
bajo el jazmín de los pies nacarados
y va borrando la danza desnuda
la sombra gris de los sueños pasados…

¡Y es un dolor armonioso, una angustia
imprevisible, una amargura ambigua
ver tan lejana la dulce edad mustia
y la belleza de esta tarde antigua…!