Fernando Pessoa

El guardador de rebaños

 

 

 

Alberto Caeiro

(Versión al español de Mario Bojórquez)

 

 

 

I

 

Yo nunca guardé rebaños

Pero es como si los guardara.

Mi alma es como un pastor,

Conoce el viento y el sol

Y anda de la mano de las Estaciones

Siguiendo y mirando.

Toda la paz de la Naturaleza sin gente

Viene a sentarse a mi lado.

Pero yo quedo triste como una puesta de sol

Para nuestra imaginación,

Cuando enfría el fondo del llano

Y se siente la noche entrada

Como una mariposa por la ventana.

 

Pero mi tristeza es sosiego

Porque es natural y justa

Y es lo que debe estar en el alma

Cuando ya piensa que existe

Y las manos cogen flores sin que ella se entere.

 

Como un ruido de cencerros

Más allá de la curva del camino

Mis pensamientos están contentos

Sólo me da pena saber que ellos están contentos

Porque, si no lo supiera,

En vez de estar contentos y tristes,

Estarían alegres y contentos.

 

Pensar incomoda como andar en la lluvia

Cuando el viento crece y parece que llueve más.


No tengo ambiciones ni deseos.

Ser poeta no es una ambición mía.

Es mi manera de estar solo.

 

Y si deseo a veces,

Por imaginar, ser corderillo

(O ser el rebaño todo

Para andar disperso por toda la ladera

Siendo muchas cosas felices al mismo tiempo),

Es sólo porque siento lo que escribo a la puesta de Sol,

O cuando una nube pasa la mano por encima de la luz

Y corre un silencio por la hierba.

 

Cuando me siento a escribir versos

O, paseando por los caminos o por los atajos,

Escribo versos en un papel que está en mi pensamiento,

Siento un cayado en las manos

Y veo una imagen de mí

En la cima de un otero,

Mirando mi rebaño y viendo mis ideas,

O mirando mis ideas y viendo mi rebaño,

Y sonriendo vagamente como quien no comprende lo que se dice

Y quiere fingir que comprende.

 

Saludo a todos los que me leen,

Agitando el sombrero ancho

Cuando me ven en mi puerta

Apenas la diligencia se levanta en la cima del otero.

Los saludo y les deseo sol,

Y lluvia, cuando la lluvia es necesaria,

Y que sus casas tengan

Al pie de una ventana abierta

Una silla predilecta

Donde se sienten leyendo mis versos.

Y al leerlos piensen

Que soy cualquier cosa natural—

Por ejemplo, el árbol antiguo

A la sombra del cual cuando niños,

Se sentaban con un sofoco, cansados de jugar,

Y limpiaban el sudor de la cabeza caliente

Con la manga del mandil rayado.

 

 

II

 

Mi mirar es nítido como un girasol

Tengo la costumbre de andar por los caminos

Mirando a derecha y a izquierda,

Y de vez en cuando para atrás…

 

Y lo que veo a cada momento

Es aquello que nunca antes había visto,

Y me doy cuenta muy bien…

Sé tener el pasmo esencial

Que tiene un niño, si, al nacer,

Repara de veras en su nacimiento…

Me siento nacido a cada momento

Para la eterna novedad del mundo…

 

Creo en el mundo como en una margarita,

Porque lo veo. Pero no pienso en él

Porque pensar es no comprender…

El mundo no se hizo para que lo pensáramos

(Pensar es estar enfermo de los ojos)

Sino para mirarnos en él y estar de acuerdo…

 

No tengo filosofía: tengo sentidos…

Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es,

Si no porque la amo, y la amo por eso,

Porque quien ama nunca sabe lo que ama


Ni sabe porque ama, ni lo que es amar…

 

Amar es la inocencia eterna,

Y la única inocencia es no pensar…

 

 

III

 

Al atardecer, recargado en la ventana,

Y sabiendo de soslayo que hay campos enfrente,

Leo hasta que me arden los ojos

El Libro de Cesario Verde.

 

Que pena tengo de él. Era un campesino

Que andaba preso en libertad por la ciudad.

Pero el modo conque miraba las casas,

Y el modo como observaba las calles,

Y la manera como se interesaba por las cosas,

Es la de quien mira los árboles

Y de quien baja los ojos por la calle a donde va

Y anda observando las flores que hay por los campos…

 

Por eso tenía aquella gran tristeza

que nunca dice bien que tenía

Pero andaba en la ciudad como quien anda en el campo

Y triste como disecar flores en los libros

Y poner plantas en jarros…

 

 

IV

 

La tormenta cayó esta tarde

Por las orillas del cielo

Como un pedregal enorme…

Como si alguien desde una ventana alta

Sacudiera un gran mantel,

Y las migajas todas juntas

Hicieran un barullo al caer,

La lluvia llovía del cielo

Y ennegreció los caminos…

 

Cuando los relámpagos sacudían el aire

Y abanicaban el espacio

Como una gran cabeza que dice que no,

No sé por qué no tenía miedo

Me puse a rezar a Santa Bárbara

Como si fuera yo la vieja tía de alguien…

 

¡Ah! es que rezando a Santa Bárbara

Yo me sentía aún más simple

De lo que creo ser…

Me sentía familiar y casero

Y habiendo pasado la vida

Tranquilamente, como el muro del patio;

Teniendo ideas y sentimientos por tenerlos

Como una flor tiene perfume y color…

 

Me sentía alguien que pudiera creer en Santa Bárbara…

¡Ah, poder creer en Santa Bárbara!

 

(¿Quién cree que existe Santa Bárbara,

Pensara que ella es persona y visible

O qué pensará de ella?)

 

(¡Qué artificio! ¿Qué saben

Las flores, los árboles, los rebaños,

De Santa Bárbara?… Una rama de árbol

Si pensara, nunca podría

Construir santos, ni ángeles…

Podría pensar que el sol

Es Dios, y que la tormenta

Es una multitud

Enfadada por encima de nosotros…

¡Ah, como los hombres más simples

Son enfermos y confusos y estúpidos

Cerca de la clara simplicidad

Y la salud de existir

En los árboles y las plantas!)

 

Y yo, pensando en todo esto,

Quedé otra vez menos feliz…

Quedé sombrío y enfermo y taciturno

Como un día en que todo el día amenaza la tormenta

Y ni siquiera de noche llega…

 

 

 

-Fuente: revista Círculo de poesía

Fernando Pessoa (Lisboa, Portugal, 1888 - 1935). Poeta, ensayista, traductor, figura capital de las letras portuguesas del siglo XX. Dio origen a más de 70 ... LEER MÁS DEL AUTOR