

Presentamos tres textos claves del legendario poeta estadounidense de origen serbio, en la traducción al español de Nieves García Prados y Javier Gutiérrez Lozano.
Charles Simic
NIÑEZ EN EL CINE
Estábamos esperando al monstruo.
El tiempo pasaba lento en el oscuro bosque.
El jinete solitario en la pradera
hizo que mi corazón saltara de alegría.
Yo vivía en las nubes; estaba aprendiendo a volar.
Acechaba tormenta; la luna continuaba desvaneciéndose.
Seguí a un hombre que llevaba un abrigo negro
y cargaba sobre sus hombros un ataúd vacío.
Los árboles estaban embrujados, al igual que la casa.
Los cuervos sobre la carretera parecían juguetes de cuerda.
El marinero tocaba el acordeón en la barcaza de río.
La mujer de camisón transparente me miraba.
¡Hace tanto tiempo que todo esto sucedió!
Esperábamos al monstruo, encorvados en nuestros asientos
como tratando de esquivar los golpes.
El jugador de ajedrez mecánico llevaba un turbante rojo.
La tarde era cálida, las ventanas estaban abiertas.
El escorpión se arrastró hasta la cara de un niño que dormía,
pero cuando fuimos a mirar con los ojos llenos de miedo,
solamente había mar y cielo por todas partes.
LA AVENIDA DE LOS SUEÑOS
Hay una decrepitud monumental y milenaria
como requiere la tragedia. Una amplia
avenida con basura sin barrer,
algunas figuras solitarias del tamaño de una mota
encargándose de sus asuntos
en un mundo ya manchado por el borrador de un escolar.
No tienes ni idea de qué ciudad es esta,
¿de qué país? Puede que se trate de un sueño,
¿pero es tuyo? Tú no eres nada,
salvo una vaga sensación de pérdida,
un miedo penetrante y desgarrador
en una avenida sin nombre
con unas pocas figuras convenientemente pequeñas
y borrosas y que, en cualquier caso,
parece que te dan la espalda
mientras miran a otra parte, más allá
de la hilera de edificios grises y sus numerosas ventanas,
algunas de las cuales parecen rotas.
COMPAÑÍA SINIESTRA
Justo el otro día
en una calle concurrida
te detuviste para buscar en tus bolsillos
algo de cambio
y te diste cuenta de que te estaban siguiendo:
ciegos, sordos, locos y vagabundos,
que mantenían la distancia por respeto.
¡Eres nuestro Rey!, gritaron.
¡Nuestro jefe de filas!
¡El mejor domador de leones del mundo!
En cuanto a tus bolsillos,
había un agujero en los dos.
Y en esto que se acercaron,
tocándote por todo el cuerpo,
y te colocaron una corona de papel en la cabeza.