Ayotzinapa
Ayotzinapa
Mordemos la sombra
Y en la sombra
Aparecen los muertos
Como luces y frutos
Como vasos de sangre
Como piedras de abismo
Como ramas y frondas
De dulces vísceras
Los muertos tienen manos
Empapadas de angustia
Y gestos inclinados
En el sudario del viento
Los muertos llevan consigo
Un dolor insaciable
Esto es el país de las fosas
Señoras y señores
Este es el país de los aullidos
Este es el país de los niños en llamas
Este es el país de las mujeres martirizadas
Este es el país que ayer apenas existía
Y ahora no se sabe dónde quedó
Estamos perdidos entre bocanadas
De azufre maldito
Y fogatas arrasadoras
Estamos con los ojos abiertos
Y los ojos los tenemos llenos
De cristales punzantes
Estamos tratando de dar
Nuestras manos de vivos
A los muertos y a los desaparecidos
Pero se alejan y nos abandonan
Con un gesto de infinita lejanía
El pan se quema
Los rostros se queman arrancados
De la vida y no hay manos
Ni hay rostros
Ni hay país
Solamente hay una vibración
Tupida de lágrimas
Un largo grito
Donde nos hemos confundido
Los vivos y los muertos
Quien esto lea debe saber
Que fue lanzado al mar de humo
De las ciudades
Como una señal del espíritu roto
Quien esto lea debe saber también
Que a pesar de todo
Los muertos no se han ido
Ni los han hecho desaparecer
Que la magia de los muertos
Está en el amanecer y en la cuchara
En el pie y en los maizales
En los dibujos y en el río
Demos a esta magia
La plata templada
De la brisa
Entreguemos a los muertos
A nuestros muertos jóvenes
El pan del cielo
La espiga de las aguas
El esplendor de toda tristeza
La blancura de nuestra condena
El olvido del mundo
Y la memoria quebrantada
De todos los vivos
Ahora mejor callarse
Hermanos
Y abrir las manos y la mente
Para poder recoger del suelo maldito
Los corazones despedazados
De todos los que son
Y de todos
Los que han sido.
El peso de una chispa
Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ámbito
de arenas evangélicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viático de mi Hermano.
Salgo a los dédalos del mundo.
No renunciaré a este entrar y salir.
No escucharé las Órdenes. Tendré,
entre los fantasmas y los purgatorios,
sobre el calor de las manos que proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la dádiva necesaria. Sostendré,
al entrar y salir, el peso de una chispa
que sale de una gota o un río de sangre
-todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo.
Nocturno
Milímetros de ti convergen ahogándose, bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.
Tu mirada oscila con un cerrado esplendor,
y en tu saliva surgen pedazos de nombres, alas de quemaduras: la noche
resuena en tu paladar
con paso lentísimo de larva y roce tibio,
de animales numerosos extraviados en el reino de tus ropas, mezcladas
de cualquier modo en la silla sombría,
bajo techos muertos y lúcidos, recogido tú en los dones del sueño sobre
tu cabeza hipnotizada de silencio.
Algunos deseos
Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis.
Que vuelvas a la calle Monsieru le Prince
para asomarte a los escaparates
y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores.
Que vuelvas a recoger el brillo
de una escritura anhelada
en las tardes coyoacanenses.
Que abraces los árboles
y bebas el agua dulce
junto al amargo mar resplandeciente.
Que te inclines una vez más y siempre
sobe mi rostro
y que yo abra los ojos para verte.
El fuego visible
Esto es el fuego de la visibilidad,
astillas de trapos, enrojecidos restos
debajo de los pliegues de brasas, de las láminas
de yescas irritadas. Fuego de mesas
y de párrafos, de párpados entrecerrados
y de tintas de centellas; fuego
de curvas luminosidades; fuego
de danza y fenomenología, enraizado
en los filamentos de la apariencia.
Esto es el fuego que sale de los ojos:
el barro fino y frágil de las retinas,
los hilos de arcilla
de las heroicas pupilas. De tierra
el fuego en el aire de las aguas,
elemental, inconsciente maquínico
en su aleteo de adelgazado autómata
que se inflamara con pasiones y marioneta
en la mano fugaz y fervorosa
del oxígeno. Fuego central y fluido
de las cosas, los cuerpos. Fuego
de los nombres, pedacería de sonidos
ardiendo en los labios
del silencio imposible.
Olvidar
Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio
Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.
Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar.
Olvidaré estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas, este cuerpo
ajeno
en la llama de sándalo.
Plegaria
Señor, salva este momento.
Nada tiene de prodigo o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvación. Se parece
a tantos otros momentos…
Pero está aquí entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de París
donde fuimos felices. Sálvalo
en la memoria o rescátalo
para la luz que declina
sobre esta página,
aunque apenas la toque.
Incurable
(Fragmento)
Capítulo I
Simulacro
El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.
El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.
En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiración,
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso,
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.
Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo,
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido;
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo,
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronándose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar;
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino;
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
un roce plateado,
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahí un sueño de saliva y silencio;
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
fúnebre de reunión a oscuras…
¿Cómo comprobar entonces que estás ahí,
construido en el plinto de tu ser sujeto, continuo y manifestado
como un dato hundido en el fango de la evidencia,
pensando en medio de las cosas, entero y positivo como un
número estupendo? ¿Cómo saberlo, cómo sacarte de la multitud.
del tiempo, de los apretados espacios ponerte frente a mis ojos
como un discurso impreso,
como una tinta fluvial en las venas del mediodía?
¿Cómo sentir el jugo de tu vuelo, tu anatomía que fluye entre los
objetos maltratados;
tu percepción que registra el mundo como lo que es, la mancha
en el espejo, el simulacro?