Dylan Thomas

Un cambio en los climas del corazón

 

 

 

(Versión al español de Elizabeth Azcona Cranwell)

 

 

 

UN CAMBIO EN LOS CLIMAS DEL CORAZÓN

 

Un cambio en los climas del corazón

vuelve seco lo húmedo, la bala de oro estalla

sobre la tumba helada.

Un clima en la comarca de las venas

cambia la noche en día; la sangre entre sus soles

ilumina al viviente gusano.

 

Un cambio en el ojo advierte a tiempo

la ceguera hasta el hueso; y el útero incorpora

una muerte mientras surge la vida.

 

Una sombra en el clima del ojo

es a medias su luz; el mar sondeado irrumpe

sobre una tierra sin arpones.

La semilla que del lomo hace una selva

divide en dos su fruto; y la mitad se escurre

lenta en un viento dormido.

 

Un clima en la carne y el hueso

es seca y húmeda; el viviente y el muerto

se mueven como espectros ante el ojo.

 

Un cambio en el clima del mundo

vuelve espectro al espectro; y cada niño dentro su madre

se repliega en su doble de sombra.

Un cambio echa la luna dentro del sol,

tira de las ajadas cortinas de la piel;

y el corazón entrega a sus muertos.

 

 

 

 

ANTES QUE LLAMARA

 

Antes que llamara y la carne me abriese,

que mis líquidas manos golpearan en el vientre,

yo, que era entonces informe como el agua

que formaba el Jordán junto a mi casa

era hermano de la hija de Mnetha

y hermana del gusano que gestaba la vida.

 

Yo que era sordo ante la primavera y el verano,

que no sabía los nombres de la luna y el sol,

ya sentía el latido bajo la armadura de mi carne,

aunque existía sólo en forma de infusorio,

veía las plomizas estrellas, el martillo lluvioso

que mi padre balanceaba en su cúpula.

 

Conocía el mensaje del invierno,

los dardos del granizo y la nieve pueril

y el viento era mi hermana pretendiente;

en mí saltaba el viento, el rocío infernal;

y mis venas fluían con los climas de oriente;

antes que me engendraran supe el día y la noche.

 

Antes que me engendraran ya por cierto sufría;

el potro de tortura de los sueños

enroscaba mi osamenta de lirio

en una cifra viva,

la carne era cortada para cruzar los bordes

de las horcas en cruces sobre el hígado

y las zarzas de los cerebros estrujados.

 

Mi garganta conocía la sed antes de la estructura

de vena y piel alrededor del pozo

donde palabras y agua se entremezclan

sin pausa alguna, hasta pudrir la sangre,

mi corazón conocía el amor, mi vientre el hambre;

al gusano yo olía entre mis propias heces.

 

Después el tiempo envió a mi mortal criatura

a derivar o ahogarse en los océanos

habituados a la aventura de la sal

en las mareas que jamás tocan las orillas.

Yo que era rico, me hice más rico aún

sorbiendo poco a poco el vino de los días.

 

Nacido del espectro y la carne, no era espectro

ni hombre, sino espectro mortal.

Y luego me abatió la pluma de la muerte.

Fui mortal hasta el último suspiro prolongado

que llevó hacia mi padre

el mensaje de su agónico cristo.

 

Tú que te inclinas en la cruz y el altar

acuérdate de mí y apiádate de Aquel

que mi carne y mi sangre tomó por armadura

y llegó a traicionar el vientre de mi madre.

 

 

 

 

SI ME HICIERA COSQUILLAS EL ROCE DEL AMOR

 

Si me hiciera cosquillas el roce del amor

si una niña tramposa me robara a su lado

y horadase sus pajas rompiendo mi vendado corazón,

si ese rojo escozor pudiera dar a luz

la risa en mis pulmones como pare el ganado,

no temería yo a la manzana ni al diluvio

ni a la sangre maligna de la primavera.

 

¿Qué será, macho o hembra? se preguntan las células

y como un fuego arrojan desde la carne la ciruela.

Si me hiciera cosquillas la cabellera incubadora,

el hueso alado que crece en los talones,

la comezón del hombre sobre el muslo del niño,

no temería al hacha ni a las horcas

ni a las varas cruzadas de la guerra.

 

¿Qué será, macho o hembra? se preguntan los dedos

que llenan las paredes de niñas inmaduras

con sus hombres dibujados a tiza.

Si me hiciera cosquillas la avidez del granuja

que insufla su calor al nervio en carne viva

no temería al diablo sobre el lomo

ni a la tumba veraz.

 

Si me hiciera cosquillas el roce de los amantes

que no borra ni las patas de gallo ni la risa sin dientes

sobre magras quijadas en la vejez enferma,

el tiempo y las ladillas y el burdel de amoríos

me dejaría frío como manteca para moscas,

las espumas del mar bien podrían ahogarme

cuando rompen y mueren al pie de los amantes.

 

La mitad de este mundo es del demonio, la otra mitad es mía,

bobo por esa droga fumada en una niña

y enredado en el brote que bifurca su ojo.

La tibia del anciano y mi hueso tienen la misma médula

y todos los arenques huelen dentro del mar,

yo me siento y contemplo bajo mi uña al gusano

que corroe lo vivo.

 

Y éste es el roce, único roce que hormiguea.

El mono contrahecho que se hamaca a lo largo de su sexo

desde las húmedas tinieblas del amor y el tirón de la nodriza

no puede hacer surgir la medianoche de una risa entre dientes,

ni del momento en que encuentra una belleza entre los pechos

de la amante, la madre, los amantes o toda su estatura

en la punzante oscuridad.

 

¿Y qué es el roce? ¿La pluma de la muerte sobre el nervio?

¿es tu boca, amor mío? ¿El abrojo en el beso?

¿Mi payaso de Cristo nacido sobre el árbol entre espinas?

Las palabras de la muerte son más secas aún que su mismo cadáver

y mis heridas llenas de palabras tienen las huellas de tu pelo.

Me haría cosquillas el roce del amor, pues bien:

hombre, sé mi metáfora.

 

 

 

 

SOBRE TODO CUANDO EL VIENTO DE OCTUBRE

 

Sobre todo cuando el viento de octubre

el pelo me castiga con sus dedos de escarcha,

preso en el sol exasperante, marcho ardiendo

y tiro hacia la tierra un cangrejo de sombra,

a la orilla del mar, cuando oigo el alboroto de los pájaros

y oigo la tos del cuervo en los bastones del invierno,

mi atareado corazón que mientras habla tiembla

vierte el silabeo de su sangre y agota sus palabras.

 

Encerrado también en una torre de palabras

trazo en el horizonte que anda como los árboles

las siluetas verbales de mujeres, y las filas de niños

con sus gestos de estrella sobre el parque.

Algunas me permiten crearte de las hayas colmadas de vocales,

otras de las voces del roble, o desde las raíces

de múltiples comarcas espinosas te cuentan sus memorias,

otras me permiten crearte con los sermones de las aguas.

 

Tras un tiesto de helechos, el reloj oscilante

pronuncia la palabra de la hora, el sentido del nervio,

vuela sobre el disco imantado, declama la mañana

y cuenta al huracán en la veleta.

Algunas me permiten crearte con los signos del prado;

la hierba señalera que me relata todo lo que sé

traspasa el ojo con el invierno lleno de gusanos.

Algunas me permiten contarte los pecados del cuervo.

 

Sobre todo cuando el viento de octubre

(algunas me permiten crearte de hechizos otoñales

la de lenguas de araña y la colina resonante de Gales)

castiga a la tierra con puños como nabos

algunas me permiten hacerte de las palabras sin corazón.

El corazón quedó agotado, balbuceando en los remolinos

de la química sangre, advertido de la furia que avanza.

A la orilla del mar oye a los pájaros sombreados de vocales.

 

 

 

 

CUANDO, COMO UNA TUMBA VELOZ

 

Cuando el tiempo te alcance, como una tumba veloz,

cuando tu calma y tu ternura sean una guadaña de cabellos,

cuando el amor en su atavío se demore por la casa,

al subir por desnudas escaleras, paloma en coche fúnebre,

remolcada hacia el techo.

 

Cuando llegue el momento, como un sastre de acechantes tijeras,

entregadme que, tímido en mi tribu,

me hallo más desnudo de amor que la trampa del Cadáver

despojado de la lengua del zorro, su metro calibrado a medida del hueso,

 

entregadme, maestros míos, cerebro y corazón,

el corazón de la vela del Cadáver se funde

cuando la sangre con manos como pala y el tiempo de la lógica

hacen surgir los niños a golpes de pulgar

de la doncella y el cerebro.

 

Porque con rostro endomingado y plumeros en el guante,

casto y cazador, hombre con vista de fusil,

yo, a quien la capa del tiempo o el abrigo del hielo

tal vez no logren apresar con un círculo virgen

en la tumba precisa,

 

ando con fuerza propia por la comarca del Cadáver

mis maestros machacadores del cerebro teclean en la piedra

la desesperación de la sangre, la fe en el barro de la doncella,

la alarma entre castrados y la mancha de ácido

en la horquilla y el rostro.

 

El tiempo es una tonta fantasía, tiempo y tonto.

No, no, tú calavera amante, el martillo descendente

desciende, oh mis maestros, sobre la honra traspasada.

Tú, calavera héroe, el Cadáver guardado

ordena que el bastón se quiebre.

 

El gozo no es una nación que llama, señor y señora,

ni la fusión del cáncer, ni la pluma del verano

encendida en el árbol abrazado, ni la cruz de la fiebre,

ni el alquitrán de la ciudad, ni el túnel horadado para nutrir al hombre

a través del asfalto.

 

Apago las velas en tu torre del techo

el goce es el llamado del polvo, la bala del Cadáver

del retoño de Adán tras su envoltura,

el amor es una patria con luces de crepúsculo y el cráneo del estado

señor, es tu propia condena.

 

Todo termina, se termina la torre

(abandona la casa de los vientos) y la oscilante escena,

la pelota de pie que depende del sol

(tu verano se esfuma) con la piel de cemento

y el final de la acción.

 

Todos, hombres, mis hombres dementes, el viento insalubre

contagia la tos del silbador, el tiempo en acecho

prepara una muerte de ceniza; el amor con sus tretas,

es el hambre gozosa del Cadáver, mientras vosotros alcanzáis

el mundo a prueba de besos.

 

Dylan Thomas (Swansea, Reino Unido, 27 de octubre de 1914 – Nueva York, 9 de noviembre de 1953). Fue una de las grandes voces del siglo XX. Surgida de ... LEER MÁS DEL AUTOR