

Presentamos tres textos claves del mítico poeta griego en la traducción al español de Cayetano Cantú.
Constantino Cavafis
Murallas
Sin consideración, sin lástima, sin pena
me encerraron en altas y sólidas murallas.
Ahora estoy sentado aquí sin esperanza.
No pienso en nada más. No hay esperanza.
No pienso en nada más; a mi alma la devoró la suerte.
Eran tantas las cosas que pude hacer afuera.
¿Por qué no me di cuenta cuando levantaron las murallas?
Nunca escuché a los albañiles, nunca un ruido…
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.
1911
La ciudad*
Dijiste:
“Iré a otro país, veré otras playas;
buscaré una ciudad mejor que ésta.
Todos mis esfuerzos son fracasos
y mi corazón, como muerto, está enterrado.
¿Por cuánto tiempo más estaré contemplando estos
despojos?
A donde vuelvo la mirada,
veo sólo las negras ruinas de mi vida,
aquí, donde tantos años pasé, destruí y perdí.”
No encontrarás otro país ni otras playas,
llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad;
caminarás las mismas calles,
envejecerás en los mismos suburbios,
encanecerás en las mismas casas.
Siempre llegarás a esta ciudad:
no esperes otra,
no hay barco ni camino para ti.
Al arruinar tu vida en esta parte de la tierra,
la has destrozado en todo el universo.
1911
* Originalmente: “En la misma ciudad” según una carta escrita por el poeta a su amigo Pericles Anastasiades; no lo aceptaba Cavafis como un buen poema y lo guardó durante 15 años, hasta 1909 que se publicó en la revista Nueva Vida; pero no fue incluido por Cavafis en su antología final.
Los caballos de Aquiles*
Cuando vieron a Patroclo muerto,
tan fuerte, joven y gallardo,
prorrumpieron en llanto los caballos de Aquiles.
Su naturaleza inmortal se conmovió
al ver la obra de la muerte;
movieron las cabezas, agitaron las crines en el aire
y golpearon la tierra con sus patas.
Lloraban a Patroclo al darse cuenta que estaba sin vida,
su carne inerte,
su alma perdida, sin aliento, salida a la gran nada.
Zeus vio las lágrimas de los inmortales caballos
y se entristeció: “No debí actuar impulsivamente
en la boda de Peleo. No debí regalarlos.
Tristes caballos.
¿Qué tenían que hacer allá,
entre los desdichados humanos, juguetes del destino?
Ustedes, para quienes no existe la muerte ni la vejez,
si algún problema humano los alcanza
caerán también en la desdicha.”
Sin embargo, los caballos continúan llorando
por el interminable desastre que es la muerte.
1911
* Los dos inmortales caballos (engendrados por Céfiro —viento del Oeste— y la arpía Podarge) se llamaban Balio y Janto. El poema es adaptado de la Ilíada; XVI (149-154) y XVII (426-447).