Manuel González Prada

La confesión del Inca

 

 

 

 

 

LA SOMBRA DE HUÁSCAR

 

En su lecho, prisionero,

Yace Atahualpa dormido;

Mas despierta, se incorpora,

Arrojando al aire un grito.

 

-«¿Quién me toca con sus manos?

¿Quién me llama con gemidos?

¿Qué visión de los sepulcros

Turba mi sueño tranquilo?»

 

-«Quien te llama y te despierta,

Quien suspira en tus oídos,

Es Huáscar ¡ay!, es tu hermano,

Es el cadáver del río.

 

En vano sueñas rescate

Y el real poder antiguo;

De mí piedad no tuviste,

No la tendrán, no, contigo.

 

A la tierra de los muertos

Pronto irás, bastardo inicuo:

Atahualpa, fui delante

Para enseñarte el camino».

 

La adusta sombra de Huáscar

Se disipa de improviso;

Atahualpa se estremece

De mortal escalofrío.

 

 

 

 

LA APARICIÓN DE CORAQUENQUE

 

Es la fiesta del Intip-Raymi.

No luce aún el Oriente,

Y ya el Inca se apercibe

Al holocausto solemne.

 

En pompa regia, descalzo,

Con su estirpe y sus mujeres,

Deja el regalo del sueño,

Deja la paz de su albergue;

 

Y, en la antigua, extensa plaza

Bajo emplumados doseles,

Aguarda mudo y contrito

La luz del Padre celeste.

 

Adelgázanse las sombras,

Y un albor dudoso y tenue

Nace, vacila y se ensancha

Del Oriente al Occidente.

 

Asoma el Sol, y sus rayos

En hilos de oro descienden

A inflamar los hondos valles,

A fundir las altas nieves.

 

Todos gritan fervorosos,

Todas las manos suspenden,

Y a la región de las nubes

Lanzan ósculos ardientes.

 

Todos dilatan los ojos

Y la luz primera beben,

Como un sediento devora

El humor de viva fuente.

 

Y, entre músicos acordes,

Consagran himnos y preces

Al Padre eterno y fecundo,

Al dador de inmensos bienes.

 

Coge el Monarca en la diestra

Un vaso de oro luciente,

Y, de ofrenda al Sol divino,

La espumosa chicha vierte.

 

Coge a par en la siniestra

Un vaso de oro luciente,

Y el licor sabroso escancia

A sus hijos y mujeres.

 

Todos liban; y retumba,

A son de música alegre,

El lejano clamoreo

De los nobles y la plebe.

 

Mas, de súbito, al bullicio

Quietud profunda sucede

Y al regocijo y contento,

El espanto de la muerte.

 

Es que asoma por las nubes

Y en vuelo tácito y leve

Gira en torno de la plaza

Un hermoso Coraquenque.

 

Hacia el Príncipe heredero

Vuela el pájaro tres veces,

Y con dos pintadas plumas

Adorna al mozo la frente.

 

Triste fue la magna fiesta,

Que, a la luz del Sol poniente,

El Monarca ya dormía

En los brazos de la muerte.

 

 

 

 

LA CONFESIÓN DEL INCA

 

-«Sol, padre fiel de mis padres,

A ti me acuso contrito:

Oye, y lava mi pecado:

Di veneno al hijo mío».

 

Dice el Inca; vuelve el paso

A las márgenes del Tingo,

Lava su frente y sus manos,

Y prosigue en alto grito:

 

-«Dije al Sol mi enorme crimen,

Recibe el crimen, oh río:

Ve, y sepúltale en el fondo

De los mares cristalinos».

 

Oye al Rey culpable un cuervo,

Y se aleja en raudo giro,

Y por campos y ciudades

Va diciendo en su graznido:

 

-«(Horror, horror al Monarca!

Es horrendo su delito.

El Monarca es filicida:

Dio mortal veneno al hijo».

 

Y en la choza y el palacio,

Y en la ciudad y el retiro,

Incansable grazna el cuervo:

-«Dio veneno el Rey al hijo».

 

-«(Muerte al cuervo, muerte al cuervo!»

Grita el Rey tremante y frío;

Y el negro pájaro muere

De mil flechazos herido.

 

Mas, de entonces, el Monarca

Vive mudo y pensativo,

Que la voz tenaz del cuervo

Repercute en sus oídos.

 

 

 

 

LOS AMANCAES

 

I

 

Fuimos siete adolescentes,

Siete Vírgenes del Sol,

Que manchamos la inocencia

Con la culpa del amor.

 

Siete Príncipes hermanos

De invencible y dulce voz,

Cautivaron con su hechizo

Nuestro frágil corazón.

 

Perecimos en las llamas,

Y el benéfico Hacedor

En humildes, tiernas flores

Compasivo nos trocó.

 

 

II

 

Fuimos siete adolescentes,

Siete Vírgenes del Sol,

Y amarillos, solitarios

Amancaes somos hoy.

 

A los Príncipes llamamos

Con eterno y casto ardor,

Que si perdimos la vida

No perdimos la pasión.

 

En el día y en la noche,

Con las ansias del amor,

Esperamos, esperamos,

Y Ellos (ay! no vienen, no.

 

 

 

 

ORIGEN DEL ORO

 

Sacrifica el Rey anciano

Un llama negro y lustroso,

Y hacia los cielos eleva

El corazón y los ojos.

 

-A ti, Sol inmaculado,

Padre fecundo de todo,

A ti consagro la ofrenda

De mi culto fervoroso.

 

En vano tribus salvajes

Adoran sierpes y monstruos:

Yo mi único Dios te aclamo,

Yo te venero y te adoro.

 

-«Tú, que primero me adoras,

Dice el Sol, oh Rey devoto,

Padre serás de un Imperio

Rico, vasto y poderoso.

 

Si me ofreces negro llama,

Te doy inmenso tesoro,

Que hará tus hijos potentes,

Que hará tu Reino famoso».

 

Llora el Sol en larga vena,

Y tierras, lagos y arroyos

Beben con sed insaciable,

Que sus lágrimas son oro.

 

 

 

 

ORIGEN DEL RÍMAC

 

I

 

El viejo Rey de la Costa

Atribulado camina,

Que desoló sus regiones

Interminable sequía.

 

Con su prole y sus mujeres,

Domeñando la fatiga,

Va de ardientes arenales

A nevadas serranías.

 

-«No los Andes trasmontemos,

Que en las nieves de sus cimas,

A mi pecho falta el aire,

Falta el calor a mi vida.

 

Hijos, abrid en las rocas

Profunda cueva sombría:

Quiero tener en su fondo

Mi sepulcro y mi guarida».

 

Desciende a cueva profunda

Y allá, del fondo, suspira:

-«Con peñasco inamovible

Emparedad la salida».

 

 

II

 

El viejo Rey de la Costa

Siglos de siglos habita,

Sin que el sueño de la muerte

Cierre nunca sus pupilas.

 

Y soterrado en las sombras,

Llora tanto noche y día,

Que el torrente de sus ojos

Por grietadas peñas filtra:

 

A las tristes pampas lleva

El torrente la alegría,

Lleva el agua que es la madre

Misteriosa de la vida.

 

Si la nieve del Invierno

Amortaja las colinas,

Merma el agua del torrente,

Que el antiguo Rey dormita.

 

Mas si el Sol de Primavera

Candentes rayos fulmina,

El antiguo Rey despierta

Llorando a lágrima viva.

 

 

 

 

EL LLORA-MUERTO

 

I

 

Pierde a su Amada el Inca,

Y ya, de aquel momento,

No hay en su alma reposo,

En sus párpados sueño.

 

-«No cantes, oh Poeta:

Voces lúgubres quiero

Que de pena y angustia

Despedacen mi pecho»

 

-«Hay, Rey, en tus dominios

Un pájaro siniestro:

Su voz quebranta peñas,

Se llama el Llora-muerto»

 

-«Volad, oh mis vasallos,

Por llanuras y cerros,

Por valles y montañas:

Coged el Llora-muerto»

 

 

II

 

Fieles indios recorren

Los ámbitos del reino,

Y cazan en las selvas

El pájaro siniestro.

 

El pájaro se queja,

Y, a su primer acento,

Lanza el Rey de los Incas

Un grito lastimero.

 

El pájaro se queja,

Y, a su segundo acento,

Llora el Rey de los Incas

Dos lágrimas de fuego.

 

El pájaro se queja,

Y, a su tercer acento,

Queda el Rey de los Incas

Mudo, inmóvil y muerto.

 

 

 

 

EL AMOR

 

Si eres un bien arrebatado al cielo

¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto,

la desconfianza, el torcedor quebranto,

las turbias noches de febril desvelo?

 

Si eres un mal en el terrestre suelo

¿Por qué los goces, la sonrisa, el canto,

las esperanzas, el glorioso encanto,

las visiones de paz y de consuelo?

 

Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?

Si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?

Si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

 

¿Por qué la sombra, si eres luz querida?

Si eres vida, ¿por qué me das la muerte?

Si eres muerte, ¿por qué me das la vida?

 

 

 

 

AMAR SIN SER QUERIDO

 

Un dolor jamás dormido,

una gloria nunca cierta,

una llaga siempre abierta,

es amar sin ser querido.

 

Corazón que siempre fuiste

bendecido y adorado,

tú no sabes, ¡ay!, lo triste

de querer no siendo amado.

 

A la puerta del olvido

llama en vano el pecho herido:

Muda y sorda está la puerta;

que una llaga siempre abierta

es amar sin ser querido.

 

Manuel González Prada Nació en Lima en 1848 y falleció en su mismo país setenta años más tarde. Manuel era un acérrimo luchador de sus ideas políticas, ... LEER MÁS DEL AUTOR