Está aún la presencia de las cosas
(Traducción al español de Emilio Coco)
LA HORTENSIA
Si la hortensia se cura fielmente
con un acto amoroso, ella vuelve
a retoñar, unas flores tras otras
se abre en copos, y consume el tiempo
verano tras invierno en nueva vida,
deprimida y luego remozada,
otra vez vieja y apergaminada
y después de unos meses muestra un rostro
sin una arruga, con piel delicada
y juvenil, completamente en forma.
Podríamos vivir también nosotros
cada seis meses, como hace la hortensia,
perdiendo fuerza y recuperando
el brío y el vigor, la juventud
en cada pétalo, crece el cabello,
se reafirma la carne en nuevas hojas
de gran envergadura. Todos viejos,
al mismo tiempo jóvenes, sin savia
respirando mal o audaces todos
en el cuerpo que envejecer no teme.
En la triste estación yo pensaría
mañana reflorezco sin arrugas,
con hojas luminosas e inflorescencias,
que quiero de color blanco y azul.
*
Está aún la presencia de las cosas,
la incómoda mirada de las lámparas,
el despertar que cuenta sus minutos
y pierde el ritmo, el televisor
que ha de repetir el cuadro negro,
cucharas distraídas en la espera.
Cuando se va quien habita la casa,
desaparece y no vuelve más,
queda tan solo un aliento, la mano
que busca en la mesa aquellas hojas,
la lista de las compras, unos pasos
de la puerta de entrada a la cocina
todavía por andar, acaso sean
no muchos, puede ser una decena,
no son tantos, avanza solo la huella.
*
Hubiera sido aún un año nuevo,
tan solo uno, qué podía costarle,
sol resplandeciente como a veces
acaece el domingo en diciembre,
unos pasos del lecho a la cocina,
de la cocina al baño, el mismo olor
de todas las mañanas de domingo,
mezcla de aftershave y taciturnos
suspiros de inquietud y de café.
Hubieras visto al menos esa luz
penetrar en el cuarto: yo estoy lejano,
para ti ya no existe el año nuevo
y también el pasado no va a ser
sino vacío, entonces de qué sirve,
arrepentirse solo y olvidar.
*
Es en la timidez el nuevo arranque,
la mano que acaricia el punto cero,
de aquí se empieza, un cauto respirar
y quedarse suspenso en este instante
de provisoria e intacta traición
al pasado, una espera permanente
del día después, si en otro de nosotros
nos volveremos. En la timidez
de vernos diferentes e imperfectos,
nuevamente imperfectos y absolutos,
en el gesto que persigue estás el brindis,
en el pensar que libera y termina
en ningún caso, donde arribaremos
es nuevo mundo, estamos aquí ahora
en el límite frágil e infinito.
*
En la idea más secreta innatural
la coliflor confiesa su deseo
de saberse distinta: rododendro
de dócil temperancia, alhelí
en primaveras, como flor de cala
consumirse a la espera de caricias,
ostentar dignidad como el geranio,
la flojedad antigua de la rosa.
La coliflor quisiera oler bien,
emular a la dalia en elegancia
y al jazmín en humildad fragante,
saberse esbelta, oponer ligereza
a la tormenta, no ya la fijeza
de sus escamas, el mísero refugio
de su redondez: harto imperfecta
para ser círculo, en sí absoluta
por no tener defecto, rigurosa
la coliflor no tiene amenidad
ni tiene flor, en suma una condena
su cuerpo acorazado, crisantemo
sin pétalos ni hojas indecisa
alma con su incierta identidad.
*
Necesita poner orden exacto
al cielo de la noche, esas estrellas
ocultas en lo oscuro, muy lejanas
para contarlas, cada vez más leves,
una por una, ajadas en chirridos
perdidas luego en antros, distracciones.
Sabe solo el esparrago de monte
mirar hacia lo alto, de la tierra
distante por tendencia natural
y por destino astral e inclinación,
una nave espacial en su despegue
y misión vegetal, dedo atraído
por el arce que expolia bostezante,
por la ola del castaño y el encanto
de la vida que franquea las copas
del abedul y el carpe, el esparrago
así asomado imagina la luna
como arribo y escenario del amor,
lugar soñado, escala hacia el sueño.