Oh, cálida mosca detrás de los vitrales
1.
De esas largas piernas de Zeng Jinlian hablaremos en otra ocasión;
de esos labios tiernamente definidos en su curvatura hablaremos en otra ocasión,
porque hoy nos llegan noticias desde Hunan:
Zeng Jinlian ha muerto.
Mas nosotros aún vemos el claro manojo de sus cabellos,
nosotros aún podemos distinguir cada una de sus trenzas
que harían temblar hasta las comunes columnas del templo del emperador.
Nosotros aún vemos esas manos sostenerse en los hombros de sus padres.
De ese rostro tantas veces avergonzado de Zeng Jinlian
aún vemos levantarse una alegre sonrisa,
diciéndonos que nada tiene sentido.
Y esto contradice toda verdad,
por más poética que sea.
2.
Oh, cálida mosca detrás de los vitrales,
con toda tu sabiduría
aún ignoras el aroma de la mostaza del Barnum & Bailey Circus,
y el verdadero espectáculo es ese aroma.
Yo estuve esa tarde en la feria de Parc Sohmer;
yo vi las gruesas manos de Louis Cyr
ganarle fácilmente a Édouard Beaupré en un mano a mano.
Hombre, con esas mismas manos Cyr sacaba a pasear a su mascota.
Hombre, con esas mismas manos Cyr espantaba las moscas del retrete.
Y todo fue en esa misma tarde.
En esa tarde bajo el cielo de Montreal las carpas del circo se marchitaban,
y en la asamblea de hombres
y mujeres del Barnum & Bailey Circus
yo fui uno más entre la muchedumbre
donde se reflejaron el buen vino y el tabaco.
Hombre, con esas mismas manos con las cuales Cyr espantaba las moscas del retrete.
Hombre, con esas mismas manos que lanzaban golpes hacia arriba.
3.
Como a esos nefilim,
hijos de los ángeles,
a Robert Wadlow le fue permitido tocar con la yema de los dedos
los cumulunimbus,
los nimboestratos;
ordenar la sagrada lluvia según la conveniencia de su granja en Alton Village.
Como a Robert Wadlow,
hijo de Harold y Addie,
los nefilim no pudieron sacar su nariz debajo del agua de lluvia.
Duerma Robert Wadlow bajo la roja tierra.
Duerman ángeles y demás desaparecidos bajo la roja tierra.
1.
De Chen Guilan y Tangyong Li hemos hablado en más de una ocasión,
y sin embargo repetimos aquellas palabras con las mismas palabras;
con las mismas hojas con las que se forman los libros
también hemos escrito éste, no obstante el secreto masculino de los versos.
Por ello queremos repetirlo,
por si alguno de ustedes no estuvo presente,
y una vez más decir que entre una línea y otra
el soleado pescuezo de la novia tenía ese tono de piel con el que conversan los enamorados;
es decir que tenía el color de una hoja de cuchillo partiendo en dos la carne.
Como si la retórica se detuviera.
Pero esto habrá que remediarlo todo de algún modo.
¿Basta decir que sólo hay eso y nada más?
¿Acaso existe algo que podamos añadir?
En Foshan, después de la boda aún suena el coro de mujeres:
un coro maduro de tanto uso.
Por eso este libro habla tanto de la poesía como de esa fiesta de boda;
habla del futuro lleno de propósitos que pisan Chen Guilan y Tangyong Li.
Y así los días nos están mirando,
aunque el futuro pase de largo y se detenga en otro sitio lejano del nuestro.
Sólo por ese durísimo detalle,
no repetiremos de nueva cuenta que ellos son personas muy bajas:
mejor diremos que el cielo les es muy alto.
Puedes llegar un poco tarde a la ceremonia,
puedes llegar un poco tarde si lo prefieres,
puedes llegar si así lo prefieres.
2.
Bienaventurados sean quienes viven en Sindangan en plena alegría del siglo XXI.
Pero más dichosos sean quienes aún oyen balbucear tu palabra que aquí no puede ser
reproducida.
Dichosos aquellos que ven tus manos amigas abofetear el aire,
como lo hiciera el gran Pac-Man Pacquiao
o pintarrajear tus cuadernos sin mancharte la ropa, pero sí las manos.
Desafortunados son quienes no pueden soportar tu alegre sonrisa, tu cansada sonrisa.
¿Así que este pequeñito que luce su camisa del Guinness Book es Junrey Balawing?
Él se oculta en las habitaciones de su casa;
se asoma por entre las rendijas de la persiana cuando lo dispone la cámara Nikon,
evidenciando que toda presunción es apenas circunstancial cuando se trata de perdurar.
Es verdad, Junrey, es verdad; te voy a decir un secreto:
no hace mucho tiempo yo era un chico como tú.
3.
“Mas primero es lo primero”,
decía Pauline Musters desde los bordes de la infancia.
“Primero es el trabajo y luego el reposar”, insistía,
y parábase a ensayar una vez más;
una y otra y otra vez más.
Yo tuve mi propio carillón;
lo tocaba mientras Princess Pauline bailaba sobre un pie.
No hace mucho tiempo viví bajo los puentes de Nueva York
y hoy soy feliz cuando recuerdo ver bailar a Princess Pauline,
tal como esos abetos movidos por el viento.
“Mas primero es lo primero”, decía,
y parábase a ensayar su baile sin hacer la digestión de las bitterballen.
Lo sé, lo sé.
Nuestra ambición era muy grande y Nueva York entonces era demasiado pequeña.
Lo sé, lo sé.
Yo toqué para Princess Pauline esa noche de 1895;
esa terrible noche cuando Princess Pauline creyó ver el rostro de Dios bajo un puente,
pero resultó ser un afiche publicitario de su propio espectáculo.
“Primero es lo primero”, decía bajo esa muda sonrisa que aún guardo en mi pupila.
“Primero es lo primero”, repetía antes de comenzar su actuación.
Desde aquellos años a la fecha,
el suelo que ella pisó se halla gastado de tanta acrobacia
y por más que lo intento a mi sombra de amor no la he podido encontrar.