Marisa Martínez Pérsico

Los ojos de Marisa

 

 

Por Luis García Montero*

 

La poesía de Marisa Martínez Pérsico tiene unos ojos insaciables. Se preocupa, sobre todo, de mirar al presente con una curiosidad propia del extranjero, o del turista, o del nómada digital, o del paseante que recorre los bulevares de la vida y de la cultura. Para ella mirar la vida es vivir las cosas por dentro. Y ese ejercicio le da intensidad a sus ideas, sus sentimientos y sus palabras, porque el presente no es, en las manos de su conciencia, un reclamo tranquilizador, ni una superficie sin fondo, ni una prisa sin huellas. El presente es un conflicto.

Los sentimientos sirven para pensar y las ideas para sentir en la poesía de Marisa Martínez Pérsico. Su sensualidad intelectual y su vitalismo letraherido se ven en la obligación de ir más allá de los órdenes establecidos para mezclar las cosas. En una mirada se puede descubrir que las almenas son reptiles y que los teléfonos móviles están cargados de melancolías medievales, porque el presente conflictivo de la poeta mezcla la cultura, la naturaleza y las historias, hasta el punto de que un jilguero puede mantener una conversación sobre Oscar Wilde y una escena cualquiera puede ser un espejo en el que preguntarse por los propios ojos cuando están mirando.

Pensar en la escritura supone para una poeta como Marisa el ejercicio de mirarse a los ojos en el espejo. Lo que uno suele hacer en el cuarto de baño, en momentos de intimidad solitaria, sucede también en la calle, con un latido de intimidad pública, porque el presente conflictivo no sólo mezcla naturaleza y cultura, sino también la cocina, el dormitorio, las calles, los aeropuertos, las ciudades distantes y los pasados remotos. Y todo acaba en una manera de escribir, una voz capaz de mirarse a los ojos en cada mirada hacia la realidad.

La mejor intimidad lírica es la que sabe disolverse en lo colectivo. Pocas explicaciones hay que dar cuando nombramos aquello que nos afecta como seres humanos. Llegan a cobrar sentido hasta las cosas que compramos en los viajes, unas compras siempre llenas de riesgos y de opciones equivocadas. Viajar en serio, igual que vivir en serio, no es salir de compras, pero compramos para evitar una desaparición. Resulta una tarea difícil despedirnos del lugar que vamos a abandonar sin llevarnos algo con nosotros. En esa dificultad del adiós, el corazón, que no puede anclarse en un lugar, encuentra motivos para aferrarse a la vida ante el abismo, para vivir entre los amores que pasan y vuelven.

Estar en la vida es para la poeta una peregrinación, un camino convertido en conversación, un dialogar con el conflicto entre la belleza y lo efímero, el deseo de plenitud y la realidad, el amor y la muerte. Por eso, en el conflicto de un presente que lo aloja todo, la poesía es una buena forma de no darse por vencida.

Una advertencia final al presente: dejará huella, se sabrá cómo se portó, porque la poesía está pensando en él.

 

Rota, abril de 2022

 

Altazor publica el prólogo que el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, escribió para Las cosas que compramos en los viajes (Esdrújula, Granada) de la escritora argentina Marisa Martínez Pérsico. El libro se presentará próximamente en el marco de la 40ª. Feria del Libro de Granada (España). Con el título Un cielo para los gatos mereció en 2021 el XXIV Premio Latinoamericano de Poesía “Ciro Mendía” del Municipio de Caldas (Antioquia, Colombia).

 

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*Luis García Montero (Granada, España, 1958). Ha publicado libros como Habitaciones separadas (1994), Completamente viernes (1998), Vista cansada (2008) o Balada en la muerte de la poesía (2016). Catedrático de Literatura española en la Universidad de Granada, poeta, narrador, ensayista, ha recibido, entre otros, el Premio Nacional, el Premio de la Crítica, el Premio Poetas del Mundo Latino y el Premio Carlo Betocchi. Actualmente dirige el Instituto Cervantes.

 

 

Tres poemas de Las cosas que compramos en los viajes 

 

 

 

LOS HALCONES NAUMANNI

 

En Umbria,

el anfitrión de la posada en que me hospedo

tiene cinco halconcillos adentro de una jaula.

«Han perdido a su madre», me dice,

«y son la presa predilecta de los zorros».

 

Con parsimonia acerca cacillos a las barras

y alimenta a los huérfanos hasta que puedan volar.

 

En este entorno agreste, de cebada y alondras amarillas,

un hombre enmienda las taras de la naturaleza.

 

Los halcones me miran con pupilas enormes

y degluten su pedazo de carne

que aguardaban como caballeros silenciosos.

 

«Son migrantes de verano. Vienen solo a empollar»

(Ah… Los disparates que se hacen por amor

no son exclusivos de nosotros…)

«Después se van al Sahara

y pasan el invierno en África o Irak»

 

Yo los entiendo, halcones Naumanni.

Es un sitio dichoso para venir a ligar y tener cría.

Hasta que un día descubrimos

que nos queda tiempo suficiente

tan sólo para la eternidad.

 

 

 

 

LOS NIÑOS DEL FUTURO

 

Disfruté mucho el toque

de queda en el ’94

y ver películas todo el día

por la supuesta llegada del EZLN

a Tuxla. Todo parecía fiesta

y espectáculo, pero acompañé a mi padre

a hacer un trámite a los altos

y pude ver los cuerpos

tendidos en las calles de San Cristobal

de las Casas, durante el levantamiento

zapatista. Luego fue

el terremoto. Luego Acteal.

 

Fueron tiempos difíciles

para los niños de Chiapas.

Siempre son tiempos difíciles para los niños

hasta que pasamos a vestir

el uniforme de los otros.

 

 

 

ANUTKA Y LOS BÚHOS

 

Ha muerto la vecina de la planta baja.

Desde el balcón observo

el camión de la mudanza. Oigo

a sus hijos dando asépticas

órdenes a los empleados.

 

Ha muerto así, serenamente,

sin morteros, ni túneles, ni mujeres violadas.

«Qué envidia morir sin enterarse»

opinan mis vecinos del grupo de los vivos.

Pero yo la escuché que cantaba hacia adentro

arrullando un dolor convertido en necrosis.

 

Coleccionaba enanos de jardín

y yo bajaba a verlos, cuando vine a esta casa.

Un día me leyó «Anutka y los búhos»,

un cuento imprevisible

con lobitos y canarios jugando a las canicas.

 

¿Reverbera su ausencia en algún borde de mí?

medito mientras busco

objetos familiares

en las cajas abiertas que suben al camión.

 

Me turba

un sentimiento de normalidad,

la sensación de luto razonable

si se está de regreso.

 

Un día, en la farmacia,

frente a la máquina expendedora de turnos,

un letrero decía: «ritirare il biglietto dalla feritoia».

Feritoia, «ranura», pero yo entendí «herida».

Retirar el numerito de la herida.

Quizás tengan razón nuestros vecinos

y en este gran mercado irremediable y confuso

la suya sea la forma

más bella –y ordenada– de morir.

Marisa Martínez Pérsico (Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina, 1978). Poeta, traductora del idioma italiano, investigadora y profesora universitaria radicada en ... LEER MÁS DEL AUTOR