Arqueles Vela. La señorita etcétera

 

Presentamos un texto de uno de los autores claves del Estridentismo en México.

 

 

 

Arqueles Vela

 

 

La señorita etcétera

(Fragmento)

 

Ya tenía mucho tiempo de vivir en la ciudad y no conocía nada de la ciudad. Apenas si conocía algo del cuarto que ocupaba en el hotel.
Al principio tuve intención de pagar, en una casa de huéspedes mediocre, un mes de vida… Las súbitas impresiones me llenaron de penumbra el cerebro y no pude hacerlo. Tomé un cuarto en el hotel más lujoso de la ciudad. Un cuarto que jamás utilicé, porque pasaba los días y las noches en lugares inusitados.
No me sentí vivir en el hotel sino cuando ella penetró, con sus pasos medidos, en el ascensor.
Subíamos lentamente y tan irreales como ese humo que enferma la garganta de las chimeneas…
La vida casi mecánica de las ciudades modernas me iba transformando. Mi voluntad ductilizada giraba en cualquier sentido. Me acostumbraba a no tener las facultades de caminar conscientemente. Encerrado en un coche me paseaba sonambúlico por las calles.
Yo era un reflector de revés que prolongaba las visiones exteriores luminosamente hacia las concavidades desconocidas de mi sensibilidad. Las ideas se explayaban convergentes hacia todas las cosas. Me volvía mecánico.
Me conducían las observaciones puestas en cada uno de los objetos que usaba.
Cuando el ascensor concluyó de desalojarnos y me encontré frente a ella y la observé detenidamente, me estupefacté de que ella también se había mecanizado. La vida eléctrica del hotel nos transformaba.
Era en realidad, ella, pero una mujer automática. Sus pasos armónicos, cronométricos de figura de fox trot, se alejaban de mí, sin la sensación de distancia; su risa se vertía como si en su interior de desenrollara una cuerda dúctil de plata, sus miradas se proyectaban con una fijeza incandescentes.
Sus movimientos eran a líneas rectas, sus palabras las resucitaba una delicada aguja de fonógrafo… Sus senos temblorosos de “amperes”…
Ya en el diván de su cuarto comenzamos a recordar las mismas cosas de siempre…
Nos escuchábamos ambos desde lejos. Nuestros receptores interpretaban silenciosamente, por contacto hertziano, lo que no pudo precisar el repiqueteo del labio.
Me sentí asido a sus manos, pegado a sus nervios, con la aferración de polos contrarios.
Las insinuaciones de sus ojos eran insostenibles; yo los asordinaba con una pantalla opalescente.
Cuando ella desató su instalación sensitiva y sacudió la mía impasible, nos quedamos como una estancia a obscuras, después de haberse quemado los commutadores de espasmos eléctricos…
Ella había llegado a ser un APARTMENT cualquiera, como esos de los hoteles, con servicio “cold and hot” y calefacción sentimental para noches de invierno…