David Ledesma Vásquez. Balada del transeúnte

 

Presentamos tres textos claves del legendario poeta ecuatoriano.

 

 

 

David Ledesma Vásquez

 

 

 

BALADA DEL TRANSEÚNTE

Nada me pertenece. Soy apenas
como el viajero que una noche toma
en alquiler el cuarto de un hotel.

Nada me pertenece. Ni siquiera
esta cosa con pelos y sonrisa
que cuido y nutro como un cuerpo propio.

 

 

 

MELANCOLY RHAPSODY

Hablo de la nostalgia que camina
como perro callado, en derredor,
con su pelambre espesa de recuerdos.
Y el rabo entre las patas. Desolado.

Lily era una niña mitad ángel;
la otra mitad caricia.
Pegada de su nombre con resina
de viajes. De olvidados charcos de agua.

Detrás de su mirada chapoteaban
pececillos inquietos. Y garuaba
sobre su corazón una ternura
siempre a punto de brisa. De esfumarse.
Ella me amaba. Pude amarla.

Hablo de los antiguos barrios. De las casas
donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos sueles y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciarla.
Son las 4 a.m. de un día largo y plomo.
Y llueve en la ventana. Y en los ojos.

 

 

 

EL POEMA FINAL

De pronto,
como cortado o incompleto,
como un silencio nada más,
desciendo,
como una sequedad en la garganta,
como una pausa en que vacila el aire.
Amor mío… Amor mío…
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan sólo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad y nada más.
Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien.
Es tuyo.
Solamente recuérdalo,
cierta fecha de octubre,
porque donde tú naces yo termino.
Y mientras tú me pienses, viviré.
De pronto
toda la vida se hace un punto,
se hace un grito,
se hace la más perfecta y dulce música.
Perdóname si sola, si desnuda,
si limpia te he dejado;
torno a la soledad. Allí he vivido.
Perdóname, tú, madre.
No me entienden.
Si un ruido horrible suena en la cabeza,
si una cosa sin nombre nos agobia,
si algo estalla de pronto… ¿Qué ha de hacerse?

El prudente tal vez buscará un médico,
el ocioso tal vez dejará estarse las venas en su sitio,
pero el que es todo corazón y siente
por el pellejo igual que las arterias,
¿qué ha de hacer, me pregunto?
Si de pronto
uno repugna ante uno mismo.
Si cada corazón
cada pulgada
de íntimo dolor pesa y resuena
como pasos andando adentro,
como trompadas…
Amor mío, perdóname… Lo sé,
ahora puedo amarte. Nada más.
Puedo decir que estoy en ti, que vivo
libre, sin huesos,
como un aire vivo,
como algo que sí puedes amar.
¡Ah! Lo demás. Ya lo demás no importa…
Simplemente no se es.
No quedan huecos.
Apenas un momento de silencio
y nada más.
La rueda sigue andando.

El molino no deja de moler.
Ni nadie pierde su trabajo
a causa de un tornillo que se rompe.
¿Lloran? No sé.
Yo no he querido el llanto.
Adoro las inmensas bocas frescas
que se abre al impulso de la risa.
Y la música adoro. Y la alegría.
Y las cosas más limpias de los seres:
por ejemplo los besos, los adioses,
la mano que se pone sobre el hombro,
los niños y los perros indefensos.
Pero de pronto es necesario irse.

De pronto, es necesario ser no-ser,
abrise una ventana,
o acabarse
sencillamente
como podremos hoy, mañana o el domingo,
tú, yo o fulano
hacer paréntesis,
borrarse del paisaje, hacerse humo.

(Texto encontrado dentro de su camisa
la noche de su muerte)