Margherita Guidacci

Torrente y otros textos

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

MAPA DEL CIELO INVERNAL

Con el mapa del cielo invernal, que tú dibujaste para mí,
saldré antes del alba a una plaza ya vacía
de hombres y levantaré los ojos para encontrar
a los caminantes estelares que lentamente se mueven
alrededor del polo de la Osa. A los más resplandecientes
les preguntaré: «¿Eres tú Rigel? ¿Eres tú Betelgeuse?
¿O Sirio? ¿O Capella?», quedando aún en la duda
(tan grande es mi inexperiencia a pesar de tu ayuda)
de cúal es la respuesta. Y pensaré entretanto
en San Juan, porque aquella será la noche de Dios,
después de la noche de los sentidos y del alma; y las estrellas
reconocidas o inexploradas, serán para mí tantos ángeles
cuyo vuelo silencioso me conduce hacia el día.
Y pensaré también en ti, que desde otro paralelo contemplas,
igualmente absorto, el mismo firmamento,
sintiendo como yo un hielo por fuera y un fuego interior,
mientras nuestros corazones lejanos, aprisionados aún en el tiempo,
miden su ritmo al unísono.

 

 

POR EL REGALO DE UN CALENDARIO

Miro tu regalo, y siento esta multitud
de días desconocidos
que se reúne delante de mi puerta
y se aprieta en silencio. Tienen, todos, una capa
de color indistinto, y el rostro encubierto
por idéntica máscara. Pero sé
que uno a uno se revelarán
tras cruzar mi umbral: tristes, alegres,
amigables, hostiles, inexpresivos.
Algunos tan intensos que es imposible sostener
su mirada… (También el amor
y la muerte no tienen más paso
que éste donde los aguardo).
Se levanta
la aldaba y vuelve a caer, y le hace eco
mi corazón. Con mano temblorosa
abro la puerta (es la hora) y, delante de mí,
indescifrable aún, está mi primer
visitante. Ante él me inclino. Murmuro:
«Bendito seas, tú que vienes. Quienquiera que seas
y cualquiera que sea el mensaje que me traes,
sé que vienes en nombre del Señor».

 

 

NIÑO EN LA VENTANA, CON ESCARCHA

Rechazando el libro de imágenes
(hermosas, sin embargo) quiso alzarse en la silla
para tocar el vidrio helado y trazar en él unos dibujos,
raros nudos y rayas, mínimos abanicos
que se abrían como manos (reducidas sólo a huesos)
y círculos como caras sin ojos
y pese a todo, llorando. Luego reía,
lo empañaba todo con su aliento, comenzaba de nuevo.
Yo lo sostenía para que no cayera;
pensaba en el frío que corría de la punta
de aquel dedillo hasta ocultas raíces
de todo su ser. ¿Qué despertaba en su interior?
Mi pereza añoraba las hermosas imágenes acabadas
que hubiera querido entregarle, en el libro fácil de hojear
en el calor al lado de la estufa. Pero me sentía solidaria
con aquel juego inexperto, con esas absurdas figuraciones interrumpidas
y que, a la postre, nos asemejaban.

 

 

TORRENTE

Un torrente se precipita en mí, de antiguos hombres y mujeres
cuya sangre ha venido a ser la mía. El manantial queda envuelto
por las nieblas de una cumbre tan remota
que no llego a imaginarlo. ¿Por qué
abrupto camino, arrastrando consigo
qué guijarros y arcillas, desviado
por qué árboles caídos o murmurando ronco
en la sombra de qué matas, ha empujado hasta aquí sus oleadas?

Distingo tan solo las últimas: mis padres,
una abuela hermosísima y ardiente. Más atrás
no puedo remontarme, pero el estruendo
de innumerables vidas ignoradas
me atraviesa confuso: oigo las risas y el llanto,
voces imperiosas o suplicantes
en luchas y abandonos. Yo he nacido
de todo eso y lo guardo en mí
aumentado por mi tímido impulso
en el tramo que me fue asignado. Si corro
a tu encuentro, todo un pueblo
sale a encontrarte, y al pueblo que está en ti
ofrece su alianza. ¡Qué abismos
de espacio y tiempo,
y cuánta vida y cuánta muerte
caben en un solo latido de amor!

 

 

NO QUIERO

Todos vuestros instrumentos tienen nombres raros
y difíciles, pero yo lo tengo claro
y sé que en el fondo son sólo
metros y jaboncillos con los que medís
y marcáis – marcáis y medís
sin cansaros.
Sacáis alfileres de entre los labios, como un sastre:
me los fijáis al alma
y decís: «Aquí haremos un lindo dobladillo.
Luego estarás mucho mejor».
¡Yo no quiero que me cortéis un pedazo de alma!
Si tengo mucha para entrar en vuestro mundo,
pues bien, no quiero entrar.
Soy una poetisa:
una mariposa, un ser
delicado, con alas.
Si las rompéis, me retorceré en el suelo,
mas no por esto podré convertirme
en una alegre y disciplinada hormiga.

 

 

NINGUNA PALABRA

Ya que no me salía ninguna palabra
(la palabra era «adiós»,  pero no lograba decirla)
te di mi silencio
y escuché el tuyo,

y no fue un vacío, sino plenitud compartida
y otra vez alegría, mientras aceptábamos
como la tierra, un tiempo nuestro de nieve,
blanco regazo de espera de futuros veranos.

Margherita Guidacci Nació en 1921 en Florencia. Después de graduarse en Letras, se especializó en literatura inglesa y residió en Gran Bretaña y en Irlanda ... LEER MÁS DEL AUTOR