Enrique Lihn. Celeste hija de la tierra

 

Presentamos dos textos claves del inolvidable poeta chileno.

 

 

 

 

Enrique Lihn

 

 

 

DE ANCIANO A ANCIANA A TRAVÉS DE SUS CELDAS CIRCULARES

 

Leeremos poemas que escribí hace tres años,

después de haberte sido presentado

por un desconocido, junto al invernadero,

bajo un cielo de agosto manchado por la lluvia

tácita como el ángel que tú eras.

 

Ya habrá pasado todo ese futuro

que sólo fue un instante de tiempo reunido

durante nuestro encuentro, habrá pasado

lo que nunca llegará a suceder,

eso que, sin embargo, como un eje a sus ruedas nos reúne,

fundiendo nuestros viajes paralelos.

 

Leeremos mis versos, leeremos tus cartas de hace siglos,

dirigidas a mí que las besaba en una pieza roja de soltero;

buscando en ellas algo, una frase invisible que pudo comenzar.

 

¿Por qué, me digo ahora, no fue doble tu mano,

por qué callaste sílabas que hubiesen revelado

el revés del amor y sus satélites, negros,

en la negrura que ahora nos corona?

 

Pero estábamos tristes: debías regresar

continuamente al punto de partida

y el nuestro era un encuentro de dos seres que huyen

por una misma calle a mediodía

fingiendo caminar con lentitud.

 

 

 

 

CELESTE HIJA DE LA TIERRA

 

No es lo mismo estar solo que estar solo

en una habitación de la que acabas de salir

como el tiempo: pausada, fugaz, continuamente

en busca de mi ausencia, porque entonces

empiezo a comprender que soy un muerto

y es la palabra, espejo del silencio

y la noche, el fruto del día, su adorable secreto revelado por fin.

Tendría que empezar a ser de nuevo

para aceptar el mundo como si no fuese

solamente lo único que conservo de ti,

tendría que olvidarme

como se olvida lo más negro de un sueño,

soplar en mi conciencia hasta apagar mi imagen,

cerrar los ojos frente a los espejos,

deshacerme y hacerme, soñar siempre con otro,

morirme de mí mismo

para no recordarte a cada instante

como el ciego recuerda la luz y el condenado a muerte

la vida, toda ella, en un abrir y cerrar de ojos,

porque estás más adentro de mí que yo mismo

o existo porque existes

o yo no sé quién soy desde que sé quién eres.

No es lo mismo estar solo que estar sin ti, conmigo,

con lo que permanece de mí si tú me dejas:

alguien, no, quizás algo: el aspecto de un hombre, su retrato

que el viento de otro mundo dispersa en el espacio

lleno de tu fantasma desgarrador y dulce.

Monstruo mío, amor mío,

dondequiera que estés, con quien quiera que yazgas

abre por un instante los ojos en mi nombre

e, iluminada por tu despertar,

dime, como si yo fuese la noche,

qué debo hacer para volver a odiarte,

para no amar el odio que te tengo.