Nicanor Parra. El túnel

 

Presentamos dos textos claves del celebrado antipoeta pertenecientes a su libro Poemas y antipoemas (1954).

 

 

 

 

Nicanor Parra

 

 

 

EL TÚNEL

 

Pasé una época de mi juventud en casa de unas tías

A raíz de la muerte de un señor íntimamente ligado a ellas

Cuyo fantasma las molestaba sin piedad

Haciéndoles imposible la vida.

En el principio yo me mantuve sordo a sus telegramas

A sus epístolas concebidas en un lenguaje de otra época

Llenas de alusiones mitológicas

Y de nombres propios desconocidos para mí

Varios de ellos pertenecientes a sabios de la antigüedad

A filósofos medievales de menor cuantía

A simples vecinos de la localidad que ellas habitaban.

Abandonar de buenas a primeras la universidad

Romper con los encantos de la vida galante

Interrumpirlo todo

Con el objeto de satisfacer los caprichos de tres ancianas histéricas

Llenas de toda clase de problemas personales

Resultaba, para una persona de mi carácter,

Un porvenir poco halagador

Una idea descabellada.

Cuatro años viví en El Túnel, sin embargo,

En comunidad con aquellas temibles damas

Cuatro años de martirio constante

De la mañana a la noche.

Las horas de regocijo que pasé debajo de los árboles

Tornáronse pronto en semanas de hastío

En meses de angustia que yo trataba de disimular al máximo

Con el objeto de no despertar curiosidad en torno a mi persona,

Tornáronse en años de ruina y de miseria

¡En siglos de prisión vividos por mi alma

En el interior de una botella de mesa!

Mi concepción espiritualista del mundo

Me situó ante los hechos en un plano de franca inferioridad:

Yo lo veía todo a través de un prisma

En el fondo del cual las imágenes de mis tías se entrelazaban como hilos vivientes

Formando una especie de malla impenetrable

Que hería mi vista haciéndola cada vez más ineficaz.

Un joven de escasos recursos no se da cuenta de las cosas.

El vive en una campana de vidrio que se llama Arte

Que se llama Lujuria, que se llama Ciencia

Tratando de establecer contacto con un mundo de relaciones

Que sólo existen para él y para un pequeño grupo de amigos.

Bajo los efectos de una especie de vapor de agua

Que se filtraba por el piso de la habitación

Inundando la atmósfera hasta hacerlo todo invisible

Yo pasaba las noches ante mi mesa de trabajo

Absorbido en la práctica de la escritura automática.

Pero para qué profundizar en estas materias desagradables

Aquellas matronas se burlaron miserablemente de mí

Con sus falsas promesas, con sus extrañas fantasías

Con sus dolores sabiamente simulados

Lograron retenerme entre sus redes durante años

Obligándome tácitamente a trabajar para ellas

En faenas de agricultura

En compraventa de animales

Hasta que una noche, mirando por la cerradura

Me impuse que una de ellas

¡Mi tía paralítica!

Caminaba perfectamente sobre la punta de sus piernas

Y volví a la realidad con un sentimiento de los demonios.

 

 

 

 

LA TRAMPA

 

Por aquel tiempo yo rehuía las escenas demasiado misteriosas.

Como los enfermos del estómago que evitan las comidas pesadas

Prefería quedarme en casa dilucidando algunas cuestiones

Referentes a la reproducción de las arañas,

Con cuyo objeto me recluía en el jardín

Y no aparecía en público hasta avanzadas horas de la noche;

O también en mangas de camisa, en actitud desafiante,

Solía lanzar iracundas miradas a la luna

Procurando evitar esos pensamientos atrabiliarios

Que se pegan como pólipos al alma humana.

En la soledad poseía un dominio absoluto sobre mí mismo,

iba de un lado a otro con plena conciencia de mis actos

O me tendía entre las tablas de la bodega

A soñar, a idear mecanismos, a resolver pequeños problemas de emergencia.

Aquellos eran los momentos en que ponía en práctica mi célebre método onírico,

Que consiste en violentarse a sí mismo y soñar lo que se desea,

En promover escenas preparadas de antemano con participación del más allá.

De este modo lograba obtener informaciones preciosas

Referentes a una serie de dudas que aquejan al ser:

Viajes al extranjero, confusiones eróticas, complejos religiosos.

Pero todas las precauciones eran pocas

Puesto que por razones difíciles de precisar

Comenzaba a deslizarme automáticamente por una especie de plano inclinado,

Como un globo que se desinfla mi alma perdía altura,

El instinto de conservación dejaba de funcionar

Y privado de mis prejuicios más esenciales

Caía fatalmente en la trampa del teléfono

Que como un abismo atrae a los objetos que lo rodean

Y con manos trémulas marcaba ese número maldito

Que aún suelo repetir automáticamente mientras duermo.

De incertidumbre y de miseria eran aquellos segundos

En que yo, como un esqueleto de pie delante de esa mesa del infierno

Cubierta de una cretona amarilla,

Esperaba una respuesta desde el otro extremo del mundo,

La otra mitad de mi ser prisionera en un hoyo.

Esos ruidos entrecortados del teléfono

Producían en mí el efecto de las máquinas perforadoras de los dentistas,

Se incrustaban en mi alma como agujas lanzadas desde lo alto

Hasta que, llegado el momento preciso,

Comenzaba a transpirar y a tartamudear febrilmente.

Mi lengua parecida a un beefsteak de ternera

Se interponía entre mi ser y mi interlocutora

Como esas cortinas negras que nos separan de los muertos.

Yo no deseaba sostener esas conversaciones demasiado íntimas

Que, sin embargo, yo mismo provocaba en forma torpe

Con mi voz anhelante, cargada de electricidad.

Sentirme llamado por mi nombre de pila

En ese tono de familiaridad forzada

Me producía malestares difusos,

Perturbaciones locales de angustia que yo procuraba conjurar

A través de un método rápido de preguntas y respuestas

Creando en ella un estado de efervescencia pseudoerótico

Que a la postre venía a repercutir en mí mismo

Bajo la forma de incipientes erecciones y de una sensación de fracaso.

Entonces me reía a la fuerza cayendo después en un estado de postración mental.

Aquellas charlas absurdas se prolongaban algunas horas

Hasta que la dueña de la pensión aparecía detrás del biombo

Interrumpiendo bruscamente aquel idilio estúpido,

Aquellas contorsiones de postulante al cielo

Y aquellas catástrofes tan deprimentes para mi espíritu

Que no terminaban completamente con colgar el teléfono

Ya que, por lo general, quedábamos comprometidos

A vernos al día siguiente en una fuente de soda

O en la puerta de una iglesia de cuyo nombre no quiero acordarme.