Si pudiera quitarme alguna parte del cuerpo…
1
Mi refrigerador
es muy pequeño.
No le cabe una vaca
ni un león;
tampoco acepta
una flor
del Japón
ni siquiera permite
un blanco sueño.
Pero yo puse en él
mi corazón,
hice a un lado
el ojo pedigüeño,
rompí todos los platos
y su dueño el diente
y me perdí
con mi ilusión.
Ahora, ahí me encuentro,
en una luna
donde los lobos corren todo el día.
Cuando me ven,
mueven su larga cola.
No puedo creer más
en mi fortuna.
La onda fría del hielo
lanza su ola
en esta Alaska eléctrica y baldía.
2
Mi refrigerador
está dispuesto a recibir un brazo,
un corazón,
una cabeza grande
y un pulmón
y hasta la fina oreja,
que no he puesto.
Pero tú ¿qué te atreves a poner?
¿Pondrías
tu bellísima mirada?
¿La arriesgarías?
¿Tu pirueta de Hada
la pondrías a un lado
para ser?
A lo que me refiero es ser conmigo:
andar la rapidez de un avestruz,
sentir la sed
de un galgo
tras los osos.
Me como un higo
y juego a mi enemigo,
pienso en tu boca
y caigo en otra luz,
te oigo y vuelvo
a tus brazos minuciosos.
3
Si pudiera quitarme alguna parte del cuerpo
cortaría sin ninguna duda los brazos.
Puedes ver la luna
sin los brazos,
también puedes mudarte
de habitación sin ellos.
Hay mil y una buenas razones
para despojarse de los brazos incómodos
y darse tiempo
de perseguir otra fortuna.
Sin brazos
ya no toco tu cadera,
sin brazos
no deseo desvestirte
y tus pechos maduran sin mi mano.
Sin brazos
me da igual
tu cabellera
y no importa
si tienes ganas de irte
al Acapulco de un país lejano.
4
Anoche comprendí
que no tenía lengua ni boca
cuando te encontré.
Desde mi oscura silla
me quedé mudo
viendo correr
el bien del día.
Pensaba: cómo
acariciar tu pie,
cómo mirar
de nuevo la alegría que vi
en la sed de tu melancolía,
una alegría donde te pensé.
Pensaba: si me arranco un dedo,
lo uso de oreja
para oír todas las cosas
que suben en tus ojos
y en tus trenzas.
Y ahora te oigo
en el iluso huso de las horas
y escucho el peligroso sonido
de las rosas
cuando piensas.
5
No sé hacia dónde debo caminar.
En el inexplicable recorrido de los días
levanto un muro y mido su ancho y su altura
para dibujar en el muro
una puerta con sentido,
una puerta genuina
que de al mar con todos los deseos de nadar,
una puerta
que me hable en el oído y que diga:
la noche está ahíta
y en las estrellas
hay un mar neumático;
y los delfines nadan
pisos flojos.
Una puerta
en la que una pajarita
abra las alas
bajo un sol acuático
y me tumbe el sombrero
y los anteojos.