José Franco

Panamá defendida

 

 

 

 

JOSÉ FRANCO Y SU PANAMÁ DEFENDIDA

José Franco es uno de los mayores poetas vivos de Panamá; ligado a su historia, a su identidad, a las reivindicaciones a través de su poesía. Su enigmático poema-libro ha sido editado en más de cincuenta ocasiones en nuestro territorio y ha tenido una gran difusión en el exterior.

Sea esta publicación en la revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro, un homenaje a su vida y a su obra y a un canto épico que es leído e interpretado por generaciones de panameños.

Javier Alvarado

 

 

 

 

 

Panamá defendida

 

I

 

Entonces fue la Patria

los caminos del indio.

Los playones,

las montuosas

serranías atlánticas,

las salinas del mangle

y los estuarios.

Fue la Patria la tribu,

los juncales,

el fastidio del humo

en los bohíos,

la sierra agreste,

anónima.

Pesarosos, hostiles,

los senderos del hombre

fueron ríos,

cordilleras de rocas

y jaguares.

 

Del turbulento Atrato

al chiricano suelo pastoril,

la Patria ha sido siempre

los andantes caminos,

los galopes

del aire inmemorial,

territorio

de tránsito perpetuo.

La selva, las raíces,

la hierba adusta,

huraña,

las pesarosas tumbas

aborígenes,

seguían los pantanos,

las chozas familiares,

las aldeanas inscripciones

cerca de los riachuelos

solitarios,

donde nacen remansos

y marismas,

y el cardumen remonta

los bajíos.

 

Simples, rústicos

troncos ágiles,

fueron los indios flechas,

rupestres signos, manos

ornamentales; ollas

profundas de almidón

alfarero.

Modelaron el barro,

las hamacas

del viento forestal

las estatuarias

costas del Pacífico:

sonoras, armoniosas,

asientos del crepúsculo

y la espiga.

Porque antaño el maíz,

esmalte y fuego,

panal de arcilla roja,

fue corteza

en la “chákjaras”,

atavío textil,

sueño multicolor

del cántaro y la sangre,

 

¡Oh cenizas del indio en mi memoria!

Hallo en tu cesta rota

la liturgia

del vaso funeral:

que el hombre es solo barro,

mortal ánfora,

polvo común del tiempo

y el olvido.

Quizás en la amargura

de la piedra

tu muerte se prolongue,

dulce ocarina lánguida,

sementera filial,

danza de los abuelos

enterrados.

 

Me remonto a la noche

de tu primo elemento:

eras la red, la trampa

en el harpón, la pesca

humilde en los esteros.

Tus palabras

indagaron la tierra,

las azules

leyendas de los dioses,

las videncias

del primer jeroglífico

en la luna.

Padrenuestro del istmo,

candil triste.

Lirio de los volcanes

y el relámpago.

En tu nombre mi Patria

se hace origen,

texto de la palabra funeral,

remota imagen

del llanto memorable.

 

 

II

 

La Patria venía andando

como el agua,

del tiempo de los hombres

Como de las edades

las herrumbres

venía del silencio,

de las pesadas ubres

del sollozo.

Venía con los siglos,

con las anunciaciones

de las voces

antiguas,

los despeños

de la carne insepulta.

Andagoya, ¿recuerdas?

Los indios te contaron

la fábula,

la crónica perdida,

los encuentros

primarios con la muerte.

 

Con Cristóbal

navegó la conquista,

la borrasca inicial,

los primeros

chubascos de la guerra.

Entonces fue la angustia,

de la chonta

el lenguaje por las ruinas,

el tóxico festín de los detritos.

El tiempo

cuando Ojeda amontonaba

de niños degollados

los cadáveres y guirnaldas

diabólicas de cráneos

eran los caseríos…

Cuando Nicuesa era un

lamento echado al mar…

 

Y fue cuando Panquiaco

de brumosas

regiones señalando

las empinadas cimas,

así dijo a Balboa:

 

Allá donde terminan

las solemnes

aguas del Chucunaque,

más allá del macizo

valle donde Careta

tiene sus poderíos.

Cerca de los pantanos

insalubres de Ponca,

hay un mar generoso,

un imperio profundo.

Allí del altiplano

las soledades mueren

al golpe enardecido

de los vientos perpetuos.

 

Tristes, ácidos,

amargos, moribundos,

por las abandonadas

sembraduras,

por donde las caídas

hojarascas

y las sangrientas noches

agítense furiosas;

en los atardeceres

lentos, lúgubres,

cuando cohabita el puma

y el zaíno

en el invierno

luce sus harapos…

inútilmente

los caciques

convocaron cabildos,

a las sombras

reuniones de sus dioses.

Más todo fue agonía,

pérdida

dolorosa de la tarde.

 

 

III

 

En tu retorno, Patria,

con Bolívar,

Tomás Herrera

alondra fue del Istmo.

¿Por qué canto?

¿Por qué escupo

la piedra

de las genuflexiones?

¿Quién fue?

¿Qué representa?

Hoy invoco su nombre

como invoco

a Justo Arosemena,

las fechas sostenidas

en las puntas

del venablo,

del ingenio

y las viejas sepulturas.

 

Hoy invoco sus nombres,

porque el barro

donde crece la Patria,

que un día

lo formaron los valientes,

los ilustres,

los patriotas

como el buen

Santiago de la Guardia,

necesario es amarlo

en perenne actitud,

en anhelos de vidas

y de diálogos.

 

La Patria es una perla,

una conducta azul,

un lecho en vano herido.

 

Siempre la Patria fue

destino exacto,

múltiple reflexión

y manifiesto.

Cual si de pronto

un río se desbordara

por el pulmón

de América y las horas;

como si las vigencias

de los túmulos

roturaran el cántaro

de los sueños remotos;

cual si las policromías

del barro

y las vegetaciones coronadas

clamaran por sonrisas

y palomas,

así la libertad

era a tus playas

galope prolongado,

alusión del origen

hacia América,

abonada por dulces ataúdes,

florecidos

en las profundidades

de la tierra.

 

Porque reclinado

al manso animal

de su alma

el hombre nace,

besa los abrigos

crepusculares

de los pájaros;

y cae,

e implora

y muerde el polvo,

atado a las raíces

del devenir, principio

sustentado.

¡Oh, baúl de cadáveres

el tiempo!

América es la Patria

de los indios.

América es la Patria,

de los negros.

América es la Patria,

de los hombres,

amarillos y blancos,

porque la tierra es única

y amable.

¿Dime si nos es el porvenir

que canto

cultivada

ternura en lo terrestre?

 

Entonces Hidalgo era

la Patria, San Martín

y las tumbas de los héroes.

 

 

IV

 

Te comparo, de nuevo

Patria mía,

con un joven indígena,

con un joven maíz,

fruto de tierra y sol,

de lejanas canciones

y de vientos.

Para tu sed de siglos

la tierra fue tu origen;

América, tu casa,

el tiempo, tu navío

al mañana

partiendo irremediable.

El tiempo es Dios Universal,

mi Patria.

Humanamente busco

otra fuente más pura.

Lo encuentro

en la terneza de la piel,

en el agua,

en el aire del futuro,

como un águila

de alas extendidas

vigilando a los hombres

cual polluelos.

El tiempo

es el olvido de la muerte.

La muerte una morada

de escombros y palabras.

 

En la montaña, el viento

es un panal silvestre,

un trino popular,

un riachuelo de alhajas,

un techo

por donde andan

los crepúsculos.

¡Libre como el relámpago

es el viento!

 

Mas, ¿hay acaso flor

abierta más hermosa,

que la sutil mansión

de la paloma?

 

¿En dónde está la Patria?

me preguntan

mil manos campesinas,

jornaleras.

Está aquí

-les respondo-

junto al tiempo,

junto a los cafetales

y a las plantas,

más hondas de los ríos,

frente a las comunales

agonías

de la noche,

donde en llamas

madura el corazón.

 

Está aquí

-les repito cual los garfios

de antiguo guayacán

asido al fondo

de la tierra,

cual indígena joya,

insondable,

que lavan los ríos

subterráneos.

Está aquí como un grito,

como un cristal

perpetuo de relámpagos,

como un filo especial

de roca y sangre.

Está en las humedades

de los bajos,

en la saloma intacta,

en los profundos pies,

del monte y los caminos.

 

La vieron

los fluviales girasoles

en la fosforescencia

de los troncos

anónimos, perdidos,

del buen cereal

y la madera pútrida.

Porque el día vendrá

en que, por las planicies,

por las altas vertientes

erizadas,

por los difusos símbolos

del pasto y los jardines,

vendrán los combatientes

hijos de Urracá,

los aldeanos

taciturnos,

no a reconquistar sitios,

ni ciudades,

sino a exigir terruño,

paz y Patria final.

 

Son los hombres fecundos,

los humildes,

los que nunca

fueron Dioses

y fueron

tristes

y fueron contemporáneos

esclavos de los hombres.

Por eso cada aurora,

cada tarde

en que el monte

se llena de protesta,

y derrumban

los cercados

y cortan alambradas

los labriegos,

y prenden las montañas,

y encienden

mil lámparas de gritos, y

hay salomas intensas

como llantos

y machetes

rondando las campiñas,

se abre una trocha más,

se abre la puerta hermosa

de la espera.

 

 

V

 

Patria mía,

cuántas veces

tus horas

son horribles cloacas,

oscuros pozos

de miedo estremecido.

¡Cementerios de tristes excrementos!

Te miro a veces, Patria,

como un túnel

de cruces y burdeles,

como un golpeado muro de cantina.

Espectros insaciables,

cual brujas mitológicas,

chupan tu sangre humilde,

tus manos temblorosas como pétalos.

 

Lucho y tomo mi ruta,

la señal venidera…

sereno estoy, de frente

ante un desfile

omnímodo de lanzas,

ante las longitudes luminosas

del trino, y los aullidos

undívagos del lobo

nocturnal del destierro.

Porque en los villorrios

como en las ciudades

de esta Patria aturdida,

muerden los canes de la angustia,

mugen los toros de la tisis,

braman los trapiches

del hambre en las

huesudas manos frías

del mendigo cubierto de cenizas…

 

También “The Canal Zone”,

es una brasa ardiendo,

Patria Mía.

 

Si fuera el Canal

un sitio dulce,

si fuera un

sendero de alborozo,

si abriera sus compuertas

a la dicha

del hombre sin remilgos;

si la bandera nuestra

tremolara en sus aguas,

si no decapitaran

la alegría…

iríamos contigo,

saludando,

haciendo un mundo bueno.

Sería el Canal un sitio puro,

un eterno vehículo de amor.

 

Pero la gruta rubia del gold roll

ha sido un cráter sucio,

de esputo y pus, de huesos

y carne devorada.

Porque mientras exista un silver roll

de negros y un gold roll de blancos,

y haya un prostíbulo

por cada dólar

que penetre en nuestra tierra,

y los indios se pudran

como tallos

junto a las plantaciones

de banano,

no habrá paz,

ni habrá fundamentales

regocijos,

ni habrá un mantel de amor

para el dolor antiguo de la Patria.

 

Cuando termine la tristeza, cuando

no haya mendigos y haya frutos, cuando

sean las horas joyeles de alegría

y la leche no falte en los manteles,

cuando no se lastime la ternura

de las recién paridas madres jóvenes,

y los ríos extraños busquen sitios

a sus banderas de aguas amorosas,

cuando los barcos -islas errabundas-

del pueblo universal lleven la paz:

seguiremos creyendo en la memoria.

 

La Patria nunca muere.

Vive como una daga,

como un rastrillo joven.

La escuela

y los dulcísimos claveles

de los textos;

los oficios heráldicos

del fruto colectivo,

los goznes

de los céspedes del cosmos,

ábrenle el corazón

como una rosa.

 

Cantemos por su nombre.

Amemos su estructura

en los colegios,

un pensamiento suyo

en cada tarde.

Que vuelva la República

a su justo

litoral de alegrías.

Que vuelva la República

a su austero

ramaje de esperanzas.

Iluminen la Patria

los auténticos,

los tributarios guías

del pueblo laborioso.

Que la Patria es el Istmo,

América y el Mundo.

 

 

Epílogo

 

Oh, mi país amado,

Panamá.

Lirio continental,

sutil aroma ungida

al pórtico de América.

Te han golpeado

hasta en tus oquedades,

Patria mía.

Antaño fusilaron

tus indios,

los solemnes atabales,

los tambores

del adiós sin retorno.

 

Más tarde

fue molienda tu cintura,

jazmín heroico

tu ombligo asesinado.

Aún te siguen golpeando,

Patria mía.

Sin embargo,

mañana serás júbilo,

podré mirarte alegre,

oler tu casa limpia,

sentir la aurora libre

sobre tu patrimonio.

Junto a tu corazón,

mañana, te lo juro,

cantaremos un himno

por la vida.

José Franco (Calobre, provincia de Veraguas, 24 de marzo de 1936). Es un poeta, diplomático y constitucionalista panameño, autor de Panamá Defendida ... LEER MÁS DEL AUTOR