Es sencilla mi apariencia
(Versión al español de Selma Ancira y Francisco Segovia)
Del ciclo: “Magdalena”
(Poema 3)
De tus rumbos no voy a preguntarte,
Pues todo se ha cumplido ‒ ¡Mi adorada!
Cuando estaba descalzo, me calzaste
Con el chubasco de tu pelo
Y ‒ de tus lágrimas
No voy a preguntarte por el precio
Que por esos aceites tú pagaste.
Cuando estaba desnudo, con la ola
Del cuerpo me inundaste ‒ como cota
Completo me rodeaste.
Tu desnudez repasarán mis dedos
Sin ni siquiera pronunciar palabra alguna.
Yo era recto, mas tú, a mis pies cayendo,
Me enseñaste la inclinación de la ternura.
Hazme entre tus cabellos una fosa,
Sin lino empáñame.
‒ ¡Tú que das mirra! Y yo ¿quiero su aroma?
Tú me lavaste
Como una ola.
31 de agosto de 1923
Para S.E.
Yo me puse a escribir en la pizarra,
Y en las hojitas de abanicos secos,
Y en la arena del río, y en el mar,
Con los patines sobre el hielo, con el anillo en el cristal,
Y en los troncos, que tienen cientos de años,
Y al final ‒ ¡porque todos se enteraran!
¡De que eres tú mi amado! ¡amado! ‒ ¡amado!
Firmé ‒ con el arcoíris de los cielos.
¡Deseaba que cada uno floreciera
A mi lado en los párpados! ¡Debajo de mis dedos!
Mas luego, con la frente apoyada en la mesa,
Cruz sobre cruz fui tachando ‒ el nombre…
Mas tú, ¡oprimido en la mano venal
Del grabador! ‒ ¡Tú, tú que me muerdes el corazón!
¡Al que no he traicionado nunca! ¡Dentro del anillo!
Tú ‒ quedarás intacto sobre las tablas de la ley.
18 de mayo de 1920
No llegué a casa ‒ como una impostora,
Ni como una sirvienta ‒ no me hace falta pan.
Soy ‒ tu pasión, tu descanso el domingo,
Soy tu séptimo día, soy tu séptimo cielo.
Allá en la tierra me daban limosna
Y al cuello me amarraban rüedas de molino
‒ ¡Amado! ‒ ¿No me reconoces?
Yo soy tu golondrina ‒ Psique.
Abril de 1918
Es sencilla mi apariencia,
Pobre el techo de mi casa.
Y es que yo soy una isleña
Llegada de islas lejanas.
Vivo ‒ ¡nadie me hace falta!
Apareció ‒ y en vela la paso.
Por hacerle la cena a un extraño ‒
Le prendo fuego a mi casa.
Se asomó ‒ ya es conocido,
Entró ‒ quédate a vivir conmigo.
Nuestro código es sencillo:
En nuestra sangre está escrito.
En las palmas de las manos a la luna
Seduciremos ‒ ¡qué hermosa es!
Como si nunca hubiese estado ‒ se fue,
Y yo ‒ como si no hubiese sido nunca.
Miro la huella de la navaja:
¿La herida ya habrá cicatrizado
Al momento en que el primer extraño
Venga y al llegar me diga: ¡Agua!?
Agosto de 1920
Valle de lágrimas,
Amor terrestre.
Las manos: luz y sal.
Y los labios: sangre y alquitrán.
Del lado izquierdo del pecho
Sintió la frente el trueno.
La frente contra la piedra
¿Quién te amó de esta manera?
¡Oh, Dios con sus planes! ¡Dios con sus inventos!
Y: con la alondra, y: con la enredadera,
Y: a puñados: fui arrojada por completo
Con mis tranquilidades ‒ y mis fierezas,
Con mis arcoíris
Mis furtivos acercamientos, mis balbuceos…
¡Vida querida!
¡Aún voraz!
Acuérdate de la herida
En el hombro derecho.
Gorjeo en la oscuridad…
¡Con las aves me despierto!
Mi aparición radiante
En tus anales.
12 de junio de 1922
Encuentro con Pushkin
Subo por el camino blanco,
Polvoso, tintineante, empinado.
No se cansan mis dos piernas livianas
De conducirme a lo más alto.
A mano izquierda ‒ el escarpado lomo
Del Aiu-Dag, la azul profundidad ‒
El paisaje. Recuerdo al mago crespo
De estos paisajes líricos.
Lo veo en el sendero y en la gruta…
Sobre la frente la morena mano… ‒
Como si un carro de cristal vibrara
Frente a la encrucijada… ‒
El olor ‒ de la infancia ‒ a un cierto humo,
Tal vez a ciertas tribus…
El resplandor de la Crimea de antes,
La que vio los hermosos días de Pushkin.
¡Pushkin! ‒ Tú de un vistazo ya sabrías
Quién anda en tu camino. Y te iluminarías.
Mas no me invitarías a andar por los collados
Tomándome del brazo.
Sin apoyarme en la morena mano,
Yo te diría, andando,
Cuán hondo es mi desprecio por la ciencia
Y por los guías cuál mi malquerencia,
Cuánto amo las insignias y los nombres,
Las cabelleras y las voces,
Los tronos viejos, los añejos vinos,
¡Y a cada perro del camino!
La sonrisa esbozada a modo de respuesta,
Y a los monarcas jóvenes…
Cuánto amo el fuego de los cigarrillos
En la afelpada apretazón del parque.
A cada comediante y el sonido
Del tamborín, la plata igual que el oro,
El nombre irrepetible de Marina,
A Byron y el bolero,
Los amuletos, frascos, las velas y las cartas,
El olor de los nómadas, como el de sus pellizas,
Y las palabras falsas, que se hunden en el alma,
Por unos labios hechiceros dichas.
Estas palabras: “nunca” y “para siempre”,
Mas después de las ruedas ‒ y de los rieles…
Y las manos morenas, y los ríos azules.
‒ ¡Ay ‒ tu Mariula!
Del tambor ‒ el estrépito, y de los poderosos ‒
Las galas. Las ventanas de palacios y coches,
La pequeña floresta en la radiante boca
De cada chimenea, la estrella de los cohetes…
Mi corazón eterno y su entrega fiel
Solamente a él, al Rey.
Mi corazón y su reflejo
En el espejo… ‒ Cuánto amo…
Se acabó… ‒ No hablaría más,
Miraría hacia abajo… Usted se callaría
Tan triste, tan maravillosamente,
Abrazando un ciprés delgado.
Ambos callaríamos ‒ ¿no es verdad? ‒
Mirando cómo allí, a nuestros pies,
En alguna cabaña acogedora,
Se enciende la primera lucecita.
Y ‒ ya que de la más honda tristeza
No hay más que un paso ‒ ¡y sólo un paso! ‒ al juego ‒
Nos lanzaríamos, corriendo y riendo
Cuesta abajo tomados de la mano.
1 de octubre de 1913
—Marina Tsvietáieva
Poemas sueltos
Versión de Selma Ancira y Francisco Segovia
Colección El Oro de los Tigres III
Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria
Universidad Autónoma de Nuevo León