Dejo la puerta abierta
UN GRAN SILENCIO
Hay después del poema un gran silencio,
pero no de final, de algo que acaba,
sino un silencio vivo, como de bosque o templo.
LA LLOVIZNA
Estar allí otra vez, en la mañana
de principios de junio,
andando de tu mano
por la gran plaza, en la que cae ahora
una leve llovizna.
Se desplazan solemnes por el cielo
las grandes nubes, y de pronto se abre
aquí y allá algún claro de oro vívido
en la vieja ciudad de las alturas.
Vienen y van las gentes
de sus quehaceres hacia sus asuntos
y no nos ven siquiera.
A nuestro lado indiferentes pasan;
qué saben de prodigios.
Bajo el paraguas gira nuestro mundo,
solamente por ti y por mí habitado.
Estar allí de nuevo,
en la mañana aquella.
Tus labios rojos en el aire gris,
y, entre risas, tus ojos que en lo oscuro
reflejan un relámpago.
SIN EDAD
En este cuerpo mío que envejece
habita el hombre sin edad que soy.
Cuánta melancolía. Y cuánta dicha.
No sabría decir si, de las dos,
una descuella, pues ninguna acaso
quiere imponerse: se entrelazan ambas
en un sentir más hondo y sin origen.
Los años han caído uno tras otro
—o de golpe tal vez— sobre mi espalda,
pero no sobre mí, que estoy a salvo
en el ser interior que me sustenta.
Miro la noche cálida y silente,
cuajada de luceros que rebullen
allí arriba, remotos, y transforman
en luz también, en lumbre de sosiego,
cuanto se acoge a sus rediles altos.
Noche, noche secreta, noche oculta.
¿Tan secreta? Sí, hermética, enclaustrada
en su abrirse ante todos, en su darse.
Quien en mí la contempla no soy yo
—que ando perdido en mis meditaciones
y no sé cómo estoy balbuceándola—;
es el de siempre y el de nunca, ese
que fue muchacho y hombre adulto y ahora
atisba ya el declive, sin edad,
alguien que está en el mundo y que lo canta
desde un asombro sucesivo y quieto.
SIEMPRE POR VEZ PRIMERA
Al terminar la clase
se acercó hasta el estrado una muchacha
a consultarme algo. No sé qué.
Me sonrió segura del poder que concitan
la juventud, la gracia, la belleza.
Y unos rizos oscuros del pelo le cayeron
sobre los ojos negros.
Le brillaba un piercing
en los labios y llevaba un tatuaje
—unas letras en chino— entre el cuello y el hombro.
No sé lo que me dijo ni sé lo que le dije,
pero hubo, sin embargo, entendimiento.
Fue ayer y antes de ayer y hace mil años:
tanto fulgor de pronto, siempre por vez primera.
Luego hizo con la mano un gesto así, de adiós,
y siguió caminando por la vida.
EN LA LUZ DE LA VIDA
(Luci)
Qué piedad en los sueños. Esta noche
volviste a estar aquí, en la luz de la vida,
aunque dicen que nadie de donde estás regresa.
Sí, volviste, muchacha maravillosa, y yo
doy fe de haber estado contigo, de una forma
natural, verdadera, como tantas
y tantas veces en los viejos días.
No hay mentira en los sueños, ni atrapan nuestras manos
vientos mientras suceden: le suman al vivir
un vivir muy profundo.
Te vi de nuevo niña, allí, en Las Lomas,
en el fulgor hermoso de un verano
familiar, cuando estaban nuestros mayores vivos
y se escuchaban risas y cigarras
en la casa y el huerto.
Y simultáneamente también iba a tu lado
andando por las calles de Lisboa,
con Marili y Joaquín, todos tan jóvenes.
El gran río pasaba, y no advertíamos,
a través de la dicha,
su lento discurrir vertiginoso.
Y en el caleidoscopio del soñar
mis ojos te encontraron,
sin transición ninguna y sin mudanza apenas,
en una imagen íntima
de tu casa de Murcia, en Santo Ángel,
ya en tus últimos años, junto a tu hija. Hablabais
de vuestras cosas dentro del amparo
de una mañana quieta, y la besabas,
y pasabas tu mano por su pelo.
Las escenas soñadas, tan distantes
en el tiempo entre sí,
estaban como unidas en un momento único
por tu limpia sonrisa y la viveza
de tus ojos oscuros.
Y luego, poco a poco,
comencé a despertar. Tú fuiste retirándote
de nuevo hacia tu muerte, muy plácida y conforme,
e igual que siempre aún me sonreías
desde el final del sueño.
REENCUENTRO
Hoy que vuelvo a la vida
y piso con pie firme este camino
que me conduce adónde,
entre toda la gente que va y viene,
por gracia del momento veo llegar a mi madre,
qué mañana tan clara, hijo mío, por fin
te he encontrado y te tengo,
por qué nos separamos
tan de repente, en qué lugar confuso
te solté de mi mano y te marchaste,
andabas muy deprisa y te dije o me dije,
por qué creciste, niño,
pero tú no me oías, porque ya estabas lejos,
y pasaron los años y al cabo, un día cualquiera,
ocurrió mucha sombra,
qué cosas tan extrañas nos suceden de pronto,
tal vez soñamos, hijo,
ahora te escucho, madre, mira, mira,
todo está a nuestro alcance, todo se alza
como ayer y mañana, igual que nunca y siempre,
qué raro es existir,
quizá soñamos dentro de un soñar perdurable,
aunque en este reencuentro se diría
que los dos respiramos un nacimiento nuevo,
déjame que te abrace, madre, deja
que camine contigo por tu vivir y el mío,
y dime, si lo sabes, por favor, dímelo,
cómo traes en los ojos, viniendo de la noche,
toda la luz del mundo.
DEJO LA PUERTA ABIERTA
Para vosotros, que vendréis al mundo
cuando yo me haya ido,
escribo este poema.
No sé; tal vez un día,
gracias a los azares que entreteje
la vida a cada instante,
os traerán vuestros pasos hasta él.
Dejo su puerta abierta por si acaso
y empiezo a imaginar como certeza
lo que es tan sólo un sueño.
En mi poema puede verse el cuarto
en el que escribo hoy. Entrad, entrad
con toda confianza,
a pesar de mi ausencia.
Y aproximaos al balcón. Transcurre
una tarde hermosísima
de finales de agosto.
Después de tantos días implacables
de luz arrasadora,
el tiempo ha dado un giro inesperado.
Son una bendición para los ojos
estas horas distintas. Se diría
que anda el verano ya de retirada.
Da pena despedirlo
(si fue clemente y pleno,
todo lo que se va nos duele al irse),
pero el cambiar también es alegría.
Por momentos están amontonándose
nubes negras y grises en el cielo
y el viento las trajina y las sojuzga
de muy mala manera.
La tarde se oscurece más y más.
Y al fin rompe a llover. Qué maravilla.
Llueve con fuerza, a ráfagas violentas,
y las fulguraciones enlazadas
de incesantes relámpagos
abren paso a los truenos,
que tropiezan y ruedan allá arriba
con estruendo imponente.
Mirad y oled la lluvia,
disfrutad de esta tarde en la que no
podremos estar juntos.
Sabed que la escribí con regocijo.
Y que pensé en vosotros.