Michele Brancale

Las luces del mar

 

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

 

LA VOZ

 

A pesar de que hayan pasado años

desde el fin de la guerra, me despierto

de sobresalto en la noche, presa

de aquella misma voz que me empuja,

cada día, a construir un dique

al mal que estalla, a la explosión.

 

 

 

 

LAS LUCES DEL MAR

 

En el mar no hay una madre que vaya

a hablar, a llevar sus curas

a un hijo arrollado por las olas.

 

El llano sumergido vive en la oscuridad,

es un abismo profundo, alumbrado

por quien hace un alto pensando en el fondo.

 

 

 

 

A DONATO

 

Fuera se ha desatado una tormenta.

La siento por la noche como también

el mistral que agita el valle,

el mismo viento, la furia del cielo

cuando prestábamos turno de centinela,

de guardia, observando las chispas

de la chimenea, la proa valiente

desafiar el mar y sus caminos oscuros,

un destino que ahora vaga por el agua.

 

Desde el fondo de las olas parecían

brotar las formas de seres negros,

los que venían a relevarnos,

como yo mismo te revelaba a ti en el cuarto

de los radiotelegrafistas, entregando

el auricular a tus manos, a los ojos hinchados

de sueño el borrador, la seguridad

del rumbo en un fondo de relámpagos.

 

 

 

 

EL CANTO DEL AÑO NUEVO

 

El daño del jadeo parece que vuelve

al punto de salida, en el rincón

de la casa al lado donde está escrito

en la puerta: «Ayer».

Alrededor del fuego

esperamos el instante que lleve

el tiempo a los sitios del granero,

tan capaz: las flores al florista.

 

 

 

 

Anónima la aldea, periferia

del mundo conocido, pesebre

de revueltas y frustraciones infieles,

María lleva la gracia del inicio

y no se corrompe en ella la confianza

sin agredir, el agradecimiento

a pesar de la turbación, el resultado,

inédito, por lo cual Dios se hace hijo

de una joven muchacha de Judea

en el pueblo que siempre permanece elegido.

Los elegidos fueron traicionados en casa,

por sus vecinos, por Mussolini,

que en este día deja el pedestal

y un País hecho añicos. Desde Cassibile

se oye la voz irresponsable

que, tras abandonar a la gente a sí misma,

se ha refugiado en la retórica

de la radio, la que no llega a los campos

de concentración, donde tus hermanos, María,

y tus hermanas están recluidos,

teniendo a la espalda a una Italia madrastra.

 

 

 

 

Me muevo en la ciudad pero a través

del tiempo. Lo veo desde el parabrisas

el mismo lugar que ha cambiado y parece

igual, aquel límite disputado

en derredor por los árboles crecidos,

por las fachadas remodeladas, mientras

a veces, empeoradas por el descuido

y por el barrido del reloj

parecen pedir un poco de alivio.

A lo largo de la directriz de aquella calle,

o a través de los pasos elevados, se revelan

allí como en otra parte, esas apariciones

que se vuelven gratitud rendida,

capaz de dar sentido a las cosas,

a aquella frase, a aquella imagen

de ti y de los demás que sube de la tierra

y que tan solo tú consigues ver.

 

 

 

 

Los inmigrantes ilegales son seres humanos

que tienen el invierno en el corazón y alrededor

una tormenta y las mordeduras de los perros

en el sol de las esperas. Y la vuelta

al horno de donde salieron

les es reprochada, con acompañamiento

de un hielo evidente, hecho de roces,

como un deber hijo de la culpa,

como si por juego hubieran salido,

huidos.

Cada noche un barco zarpa.

 

 

 

 

Llegan exhaustos los petirrojos

a los campos, mientras los otros alados,

tórtolas y palomas, con bandadas sacudidas

por el frío, y las golondrinas que desde los lados

del poblado chirrían agudas,

dejan el horizonte: como inmigrados,

los unos y los otros, con tropas no astutas,

igual que los tordos que llegan a invernar,

que están sometidos a las partidas

de caza, que vienen de ultramar.

 

 

 

 

“Le es grato al paso del migrante el sentido

de la dirección, que sea seto o colina,

una salida en el horizonte inmenso.

Breves trechos se vuelven corolas

de silencio sobrehumano, de quietud

aparente en espacios, a veces terrones,

indefinidos a causa de concretos

miedos, del susurro clandestino

del viento entre las plantas que inquietas

no dan refugio. Es un instante hasta

el naufragio hecho de infinitas

esperas y llega de repente: confinamiento

de esperanzas devueltas a la voz dócil

y luego inhospitalaria que ahora combino

con estaciones atrevidas. ¿Al mar echadas?”.

 

Michele Brancale Nacido en la región de Basilicata en 1966, vive en Florencia. Como poeta ha publicado: La fontana d’acciaio (2007), Salmi ... LEER MÁS DEL AUTOR