Las luces del mar
(Traducción al español de Emilio Coco)
LA VOZ
A pesar de que hayan pasado años
desde el fin de la guerra, me despierto
de sobresalto en la noche, presa
de aquella misma voz que me empuja,
cada día, a construir un dique
al mal que estalla, a la explosión.
LAS LUCES DEL MAR
En el mar no hay una madre que vaya
a hablar, a llevar sus curas
a un hijo arrollado por las olas.
El llano sumergido vive en la oscuridad,
es un abismo profundo, alumbrado
por quien hace un alto pensando en el fondo.
A DONATO
Fuera se ha desatado una tormenta.
La siento por la noche como también
el mistral que agita el valle,
el mismo viento, la furia del cielo
cuando prestábamos turno de centinela,
de guardia, observando las chispas
de la chimenea, la proa valiente
desafiar el mar y sus caminos oscuros,
un destino que ahora vaga por el agua.
Desde el fondo de las olas parecían
brotar las formas de seres negros,
los que venían a relevarnos,
como yo mismo te revelaba a ti en el cuarto
de los radiotelegrafistas, entregando
el auricular a tus manos, a los ojos hinchados
de sueño el borrador, la seguridad
del rumbo en un fondo de relámpagos.
EL CANTO DEL AÑO NUEVO
El daño del jadeo parece que vuelve
al punto de salida, en el rincón
de la casa al lado donde está escrito
en la puerta: «Ayer».
Alrededor del fuego
esperamos el instante que lleve
el tiempo a los sitios del granero,
tan capaz: las flores al florista.
Anónima la aldea, periferia
del mundo conocido, pesebre
de revueltas y frustraciones infieles,
María lleva la gracia del inicio
y no se corrompe en ella la confianza
sin agredir, el agradecimiento
a pesar de la turbación, el resultado,
inédito, por lo cual Dios se hace hijo
de una joven muchacha de Judea
en el pueblo que siempre permanece elegido.
Los elegidos fueron traicionados en casa,
por sus vecinos, por Mussolini,
que en este día deja el pedestal
y un País hecho añicos. Desde Cassibile
se oye la voz irresponsable
que, tras abandonar a la gente a sí misma,
se ha refugiado en la retórica
de la radio, la que no llega a los campos
de concentración, donde tus hermanos, María,
y tus hermanas están recluidos,
teniendo a la espalda a una Italia madrastra.
Me muevo en la ciudad pero a través
del tiempo. Lo veo desde el parabrisas
el mismo lugar que ha cambiado y parece
igual, aquel límite disputado
en derredor por los árboles crecidos,
por las fachadas remodeladas, mientras
a veces, empeoradas por el descuido
y por el barrido del reloj
parecen pedir un poco de alivio.
A lo largo de la directriz de aquella calle,
o a través de los pasos elevados, se revelan
allí como en otra parte, esas apariciones
que se vuelven gratitud rendida,
capaz de dar sentido a las cosas,
a aquella frase, a aquella imagen
de ti y de los demás que sube de la tierra
y que tan solo tú consigues ver.
Los inmigrantes ilegales son seres humanos
que tienen el invierno en el corazón y alrededor
una tormenta y las mordeduras de los perros
en el sol de las esperas. Y la vuelta
al horno de donde salieron
les es reprochada, con acompañamiento
de un hielo evidente, hecho de roces,
como un deber hijo de la culpa,
como si por juego hubieran salido,
huidos.
Cada noche un barco zarpa.
Llegan exhaustos los petirrojos
a los campos, mientras los otros alados,
tórtolas y palomas, con bandadas sacudidas
por el frío, y las golondrinas que desde los lados
del poblado chirrían agudas,
dejan el horizonte: como inmigrados,
los unos y los otros, con tropas no astutas,
igual que los tordos que llegan a invernar,
que están sometidos a las partidas
de caza, que vienen de ultramar.
“Le es grato al paso del migrante el sentido
de la dirección, que sea seto o colina,
una salida en el horizonte inmenso.
Breves trechos se vuelven corolas
de silencio sobrehumano, de quietud
aparente en espacios, a veces terrones,
indefinidos a causa de concretos
miedos, del susurro clandestino
del viento entre las plantas que inquietas
no dan refugio. Es un instante hasta
el naufragio hecho de infinitas
esperas y llega de repente: confinamiento
de esperanzas devueltas a la voz dócil
y luego inhospitalaria que ahora combino
con estaciones atrevidas. ¿Al mar echadas?”.