Aiban Wagua

Cada cosa tiene su nombre

 

 

 

 

MIS VERSOS

Llevo en mis versos
el rostro rebelde de mi pueblo,
y pegada como lapa su decisión
de contar con un mañana hijo propio.

Recojo mis versos de los pechos indios,
como se recoge el morral de un hermano caído,
y los balbuceos tímidos
con la tristeza y la esperanza húmedas.

De mis versos intento
una forma tan lisa y tan redonda
que no los aferre el enemigo.
Una forma tan armada y tan aguda
que no los resistan los labios
de quien pretenda utilizarlos
para socavar mi tierra…

Quiero de mi palabra,
arma del explotado,
chicha de maíz tierno
para mi hermano
que baja sudando descalzo por la colina,
y lima para su coa cansada…

Es mi pueblo quien me afila palabras
que intentan llevar la ropa de la leña
que arde suave junto al amigo que reposa
con su machete a la cintura,
su cantimplora y su cesta de semillas…
Y… mi pueblo, implacable guerrero,
ha quemado el miedo en su brasero
y he visto su ceniza tirada junto al mar.

 

 

 

RÍOS DE VERSOS

Torrentes de versos
crujen armados por los montes de América.
El indio cierra su puño para danzar a la vida.
La muerte es casi su hermana,
porque es la única
que no le abandona, ni le traiciona;
y llega puntual
con la riqueza de los terratenientes,
con el racismo criminal de los gobiernos,
con la bendición de los cristianos
que callan a destiempo…

El indio prefiere encontrar a los amigos
ahí donde le niegan el derecho
de poseer las armas de los ancianos.
Ahí donde el dolor le impide caminar
y aún no le rinde.
(¡Cristóbal, llegaste donde menos
te esperaban!).

Los niños repiten los nombres de sus muertos
y, pegados a las tetas de su madre,
anuncian que vivirán, aunque todos se les opongan.
Yo recojo esa esperanza subversiva de mi pueblo
para el coraje de mis versos,
que no conocieron al padre de mi padre,
pero saben que no es tiempo de bajar las armas.
!No vale hijo neutral!

 

 

 

CADA COSA TIENE SU NOMBRE

Un día tu niño te pedirá un nombre,
una finca, una choza,
la verdad de tus viejas cicatrices.
¡Déjalo mirar, entonces, las altas colinas
y los llanos donde pastan hoy
las vacas del hacendado;
allá por donde justamente los abuelos
fueron libres y advirtieron
que esta tierra les pertenecía,
antes de la maldita ley que nos hizo mendigos…

Un día tu niña pegará su oído al pueblo,
zurcirá en su cuerpo
el canto armado de la justicia.
Lleno su macuto de quejidos de la tierra,
te exigirá el color puro de la historia.
Entonces,
di a tu niña que a su madre
la arrastraron una tarde
por la arena del río,
y a empujones la mataron.
Y esa niña apurará la aurora de su pueblo.

Los tres, heridos como los guerreros
que no se ablandan en la emboscada,
volverán a ser entonces
la vena de Atahualpa que no se cerró,
que nos volvió rito solemne de libertad.

Deja, hermano indio, que tus hijos
se agarren a los abuelos
que, aun después de muertos,
saben resistir y no se bambolean.

Hermano amigo,
haz de tu palabra capaz de curar heridas,
arma y barricada.
Prohíbete una lágrima de debilidad,
regala a tu pueblo hijos libres,
renueva tu orgullo indio.
No importa lo que digan:
¡Somos propietarios de Abia Yala!

 

 

 

ME HAN ROBADO UN DIOS

Me acaban de robar un dios distraído
en la boca de un río inédito.
Mi dios no tiene universo
(así lo han dicho).
Pantorrilla del homo pekinensis.
Costilla del dinosaurio.
Bostezo del indio resignado
a morir como un asno viejo.

Lo dejé en una isla descalza
y en una cabaña donde él se complació
con el indio -hatillo de utopía-,
y con el nudo que hacían los niños
con la mano, los ojos, el futuro.

Acuso al sol, a la lluvia,
a la selva, gusanos peludos
y roto el aguamanil…

Y, ¿dónde lo habrán escondido?

 

 

 

VÉNDAME LOS OJOS

Si muero cruzando el mar,
véndame los ojos y déjame allí:
dile a mi gente que he muerto
negándome a vender mi rostro vegetal.

Si muero desgranando la mazorca,
déjame con la mano alzada:
dile a mi madre, que el maíz
me enlutó acuñando sobre mí
su símbolo agresivo de segrí.

Si muero en la calle cincuenta,
arrástrame al Parque Remón
y olvídame allí,
voy a medir lentamente la espera
de la gente sin trabajo.

Amontona sobre mí,
todos los manifiestos que ha pintado el obrero.
Trátame como a quien va a volver a herir.
Voy a reclamar la mano barata de mi hermano indio.
Voy a dar mi saludo
a la criatura cubierta en la Bananera.
Promesas y dólares y un rincón estéril.

Si muero sentado,
ábreme los ojos, ponme de rodillas
y déjame solo.
Voy a pedir la vida bajo la piel
de algún presidiario.

Si muero ahora, ayúdame
a escribir la última medida
y no me resignaré antes de terminarlo.

 

 

 

A LOS GUERREROS DE 1925
(2018)

No los busque, hermano, en las tumbas
donde siembran a los muertos…
¡Aunque te digan que allí los han enterrado!
No los busque en los parques,
aunque te digan que allí los plantaron,
hechos de cal y cemento,
tiesos y llenos de pájaros…

No los busque, hermano mío, entre crónicas añejas,
porque te dirán que sólo obedecieron
a un gringo loco, aventurero y acosador de albinos.
Búscalos entre la gente que camina decidida,
musitando el nagbeigar, sin vender sus tierras.

Busca en los corazones nuevos
que visten la tierra
depositando surco a surco el grano de maíz
y esperan la lluvia temprana y tardía…

Búscalos, ahí donde ya nadie los busca:
Cuando silencia el mar,
cuando la luna pega duro,
cuando la vida te pone
entre el dinero fácil y la sangre de los abuelos
que aún huele y duele.

Pídeles, entonces, que te roben el alma,
que metan fuego a tu furia,
porque mamá yace sangrando,
y tenemos que continuar la brega.

Entonces, dejarás de buscarlos
y caminarás con ellos,
alzados, tocando suave el gangi y el gogge rituales;
silenciosos como caminan los héroes;
advertidos y alertados como pasean los vigilantes;
sonrientes y cabales como se comportan
los hacedores del futuro, de la utopía y la ternura

 

 

 

1925: PUÑO DE CORAJUDOS.
(2002)

Cuentan los mayores
que arreciaba el mar,
golpeándose salado volvía espumajo mortal;
y el viento, gruñendo sordo y arisco
esparcía sal y arena por la costa de Gunayala.

Las ancianas usdubdorgan,
con la pipa humeando,
susurraban sentidas palabras de primeras luces,
y resistían el límite crudo del holocausto.
Y a medianoche, la más años a de todas
se alzó lenta y tambaleándose,
tomó consigo el mageb,
revolviéndolo con la ceniza de colibrí,
y… arrullando la masa contra su vientre
garantizaba parir
una paz colmada para Gunayala.

Recuerdan que, la noche fue pedernal
miedo se posó horrendo en los críos.
Trémulo el silencio
sangraba la rigidez de simiente
a punto de lacerar la historia de Panamá.
Silencio… silencio, silencio
amargo y correcto, decidido y bravío:
Idéntico silencio al de la mujer
que ya no se queja porque el niño
desgaja ya su cuerpo de madre.

Dicen que Nele, desde su hamaca,
se hizo, entonces, puño pelado;
su seña solemne y grave,
resonó justiciera
y consolidó la vida total.

Simral Colman agitó enfurecido su bastón
contra la noche color de jagua;
endurecida, y tenaz su voz,
y turbado de dolor su pecho,
apuró la dignidad de sus hijos,
y sentenció resuelto que triunfaría la vida.
¡Y no admitió dudas en su mochila de guerra!

¡Desde cayucos cargados de combatientes
madrugó la vida en Gunayala,
y allí, rompió Ibeler
el último tinajón de arcilla parda!
Retienen que, la tropa no falló,
puntual y exacto llegó a Agligandi,
y allí se afinó el bramido de la ofensiva
y se tiñeron de grana las armas:
Irrumpió el ímpetu de Bugasui;
y saltó Duiren enérgico
en la furia de la gente cara pintada
que arrullaba la historia guna;
los urigan, arcos fatales,
cruzaron hostiles,
borrachos por la sangre vertida
y cultura ultrajada.
¡Pueblo torturado advierte con sangre
su derecho a la vida,
ten cuidado, si hoy, lo angustias todavía!

Refieren que, los guerreros:
Unos arrastrándose sobre la arena,
otros corriendo con palos y hachas
y algunos avanzando a tientas…
devolvían inapelable y a puño seguro,
palabras de fuego al pueblo despojado.
En el brutal combate, era Ibeler
con el índice tieso hacia arriba
rugiendo de coraje
en defensa de su madre agredida.

Entonces el arma del pobre fue sañuda,
púa y crótalo;
policías entrenados a despreciar,
domeñados para hambrear niños
y violar mujeres,
fueron carne de plomo y machete.
Los abuelos sentenciaron, entonces,
que no trepaba tan caliente la ira de la sangre
que cuando uno se sentía oprimido
y utilizado en su propia casa.

En Dadnaggwe Dubbir la noche era compacta
y en el cuartel, la policía armada libaba.
En Uggubseni giraban ebrios, los wagas
e insolentes compelían bailar a las abuelas…
¡Carnaval, carnaval, carnaval!

Cuentan que, entonces,
los soldados de Olodebiliginya,
levantando las armas,
mascando el pánico,
segaron la carcajada de salteadores
y saqueadores de Gunayala:
A golpe de puños,
a golpe de palos,
a golpe de hachas,
a golpe de piedras,
a uñadas de abuelas,
se protegía mi pueblo,
se liberaba entera mi patria.
La pólvora tomó el olor de menta,
y respondió el humo de la guindilla,
que accionó la fragancia de cacao rojo.

Los niños increparon desde el arenal:
¡Miguel Gordón!
¡Viva Miguel Gordón, viva… viva!
Y eran cachorros de loba
que no perdonaban esputos,
porque la vida arreciaba volver
con maracas de viejas casonas.

¡Floreció la aurora;
bramó el estruendo de la libertad,
y el rito del fuego fustigó la crónica de Panamá!
Todos leyeron muy claro, entonces,
que el gunadule no suplicaba respeto a su dignidad,
que la exigía erguido y armas en mano.
Demandaba, así, hasta el último jurel
que había consumido el policía sin bregar;
hasta el último coco arrebatado;
hasta la última chaquira esparcida por tierra;
hasta la última gota de lágrima
de una madre forzada a bailar:
¡Entonces tuve patria!
Entonces, fui propietario de historia,
entonces, me hice persona levantada,
¡me hice palabra y plomo
con mi pueblo liberado!

 

Aiban Wagua Nació en Ogobsukun, Comarca Kuna Yala, Panamá, el 3 de septiembre de 1944. Está considerado como uno de los grandes escritores de la Naci ... LEER MÁS DEL AUTOR