Un Eco Contemporáneo insoslayable
Por Floriano Martins
FM | Eco Contemporáneo es de las revistas más consistentes en términos de contenido de su época. La opción por una pauta de ensayos, encuestas y manifiestos funcionó bien como complemento a la opción por un destaque a la poesía en las demás revistas. ¿Cómo surge Eco Contemporáneo y cuál es su repercusión internacional?
MG | Mi revista fue el resultado de una progresión de acontecimientos que fueron entrelazándose en mi vida a partir de 1957, cuando yo tenía 20 años. Cursaba el tercer año de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y la vida universitaria de entonces bajo un gobierno militar era existencialmente chata y culturalmente mediocre: estaba políticamente escindida entre los dos antiperonismos de aquellos días, el católico y el comunista. Me refugiaba casi diariamente en el consumo de películas, especialmente cine-arte. De niño, mi madre me había inscripto en el Liceo Británico, y yo dominaba el idioma inglés. Leía como loco las revistas norteamericanas que conseguía en los quioscos de la calle Florida: Time, Life, Newsweek, Look. Fue así que me enteré de la aparición de la Generación Beat en USA y de los Angry Young Men en Gran Bretaña. Leía también O Cruzeiro de Brasil, Ercilla de Chile y Bohemia de Cuba. Era una fiebre: por fuera de la superficialidad comercial de la época sentí el nacimiento de algo nuevo. A través de la librería inglesa Pigmalion conseguí On the Road de Jack Kerouac y Howl de Allen Ginsberg. En 1958 largué la universidad y me puse a estudiar arte escénico en la escuela de la Sociedad Hebraica. Una compañera me introdujo a la obra de Albert Camus: me aluciné con El hombre rebelde. Me involucré en el movimiento de teatro independiente, entonces potentísimo. En 1959 traduje unos poemas de Ginsberg y escribí a la editorial City Lights de San Francisco pidiendo permiso para publicarlos en revistas literarias. El propio poeta me contestó desde Tánger y nos hicimos amigos por correo. Empezaron a conocerse en la zona del Río de la Plata las películas de Ingmar Bergman. Avanzaba la Revolución Cubana. Los chinos invadieron el Tíbet. Descubrí a Pablo Neruda. Y escribí mis primeros poemas. Apareció luego la “Nouvelle Vague” del cine francés. Hubo dos eventos cruciales en 1960: el estreno de La Dolce Vita de Federico Fellini y hacia septiembre la eclosión de la Bossa Nova en Río de Janeiro. Mi querido amigo Zito decidió irse a Nueva York para estudiar en el Actor’s Studio. Persiguiendo jóvenes actrices yo me había hecho amigo de un talentoso escritor desconocido, Antonio Dal Masetto, también enamorado de la bossa brasileña. A fin de 1960 los dos pusimos el “pé na estrada” y pasamos la noche de Año Nuevo 1961 acampados en las Cataratas del Iguazú. Una semana después llegábamos a Rio de Janeiro: nos dieron alojamiento en la Casa do Estudante do Brasil, a corta distancia del aeropuerto Santos Dumont. Conocí a algunos poetas cariocas, entre ellos Walmir Ayala. Almorzaba por dos cruzeiros en O Calabouço (un restaurante estudiantil). Con permiso especial del delegado local fuimos los primeros que durmieron en una barraca en la playa de Paquetá. Después, permanecí tres meses anclado en la playa de Ipanema, enamorado de una pintora, carnaval incluido. Regresé a Buenos Aires alucinado, con libros de Drummond de Andrade y Clarice Lispector, y muchos discos. Había descubierto al movimiento Nadaísta de Colombia, a nuevos poetas peruanos, mantenía correspondencia con L. Ferlinghetti y LeRoi Jones. Trabé amistad con el maestro surrealista Aldo Pellegrini. Traté de publicar todos esos materiales en revistas de Buenos Aires, pero tanto las publicaciones “de izquierda” como “de derecha” manifestaban desprecio por las nuevas corrientes latinoamericanas. Eco Contemporáneo nació una noche de primavera en un bar junto al cine-arte Lorraine y frente al Teatro Municipal (avenida Corrientes) cuando junto a Dal Masetto y Juan Carlos De Brasi (un estudiante de filosofía) decidimos hacer nuestra propia revista. Apareció a fin de 1961.
FM | ¿Qué antecedentes de Eco Contemporáneo podrían ser localizados en la Argentina?
MG | No había nada parecido a lo que nosotros hicimos. Excepto dos grupos literarios que también habían sintonizado la frecuencia de la poesía “Beat” y que la tradujeron y publicaron en sus ediciones: Aguaviva (con los poetas Eduardo Romano, Susana Thénon y Alejandro Vignati) y Airón (con escritores como Leandro Katz, Eduardo Costa, Marta Teglia y Basilia Papastamatiu), publicaron la primera traducción de Aullido.
FM | Mencionaste el nombre de Aldo Pellegrini. Él y los demás poetas surrealistas. ¿Qué relación mantenías con esos poetas y sus revistas?
MG | Aldo era un ser excepcional, vivía poéticamente y me premió con su amistad durante las tertulias de los sábados por la mañana en la librería francesa Galatea. Allí confluían para conversar muchos poetas, en particular los adscriptos al grupo Poesía Buenos Aires, ya activos desde los años 50: Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso, Enrique Molina, Edgar Bailey… y muchos otros como Mario Trejo, Franco Mogni. Personalmente, a mí no me atraía el surrealismo, por cuestiones ideológicas: no me interesaba Europa, sino América. Leí los manifiestos de Breton y sentí que repudiaba un mundo ajeno a mi naturaleza americana. Lo viví como algo de otro planeta. No obstante, Aldo me indicó lecturas cruciales, como Antonin Artaud o Arthur Rimbaud, que eran “iracundos” a su manera. En sus últimos años creó la Librería del Dragón en el centro de Buenos Aires, y yo lo visitaba con frecuencia. Su sector de poesía del mundo era sensacional. Surrealistas fueron nuestras conversaciones.
FM | El número inicial de Eco Contemporáneo es ya un fuerte ejemplo de la calidad de la revista y, sobre todo, de su conexión con los acontecimientos más importantes en todo el continente. Desde la encuesta sobre el ambiente político-ideológico latinoamericano, pasando por el relato de LeRoi Jones sobre su visita a Cuba, la declaración de los nadaístas sobre el Congreso de Escribanos Católicos, hasta el panorama de la poesía brasileña anotado por Walmir Ayala. El parágrafo inicial del primer editorial declara: “América nunca fue América. No solamente porque no la dejaron desarrollarse, sino también porque siempre la tergiversaron.” Vamos a dar un salto en el tiempo y traer a los días de hoy esta afirmación. ¿Cuál es su actualidad?
MG | Querido poeta: hace 50 años nuestro destino continental estaba dando sus primeros brotes generacionales, como un jardín joven en medio de mausoleos y ruinas ideológicas. En el mismo momento en que nosotros encuadernábamos Eco Contemporáneo en todas las grandes ciudades de América Latina había jóvenes poetas que hacían lo mismo impulsados por la misma pasión, el mismo amor fraternal. A mitad de 1961 comenzamos a intercambiar revistas, cartas y poemas por correo. Sigue siendo totalmente actual (potenciado por la Internet) porque la confluencia de las Américas precisó siempre poesía, pero también arte, espiritualidad, ecología y –ahora mismo– una visión política y profética. Durante décadas fue una siembra artesanal. Hoy tenemos que fecundar las almas de pueblos ya maduros para la gran comunión americana. Es una boda de evolución revolucionaria y un amanecer de trascendencia colectiva.
FM | Recuerdo aquí el Movimiento Nueva Solidaridad y el I Encuentro Americano de Poetas (1964), que fue una iniciativa tuya. ¿Por qué ese encuentro se realizó en México y no en la Argentina, que hubiera sido una opción natural, considerando que es tu país y también donde se hacía la revista Eco Contemporáneo?
MG | Eco Contemporáneo nació como “revista interamericana”, no como revista “argentina”. El gran puente entre el Norte y el Sur latino lo encarnaba en México la revista El Corno Emplumado. Cuando fundé el Movimiento Nueva Solidaridad en 1962 recibí más apoyos desde el exterior que de mi país. Julio Cortázar adhirió desde su exilio en Francia, así como lo hicieron Henry Miller y Thomas Merton desde Estados Unidos. México estaba a “medio camino” para todos. Y el poeta Efraín Huerta consiguió allá el Club de Periodistas como sede del Primer Encuentro. Mientras, en Buenos Aires estábamos bajo un régimen “de facto” después que el presidente Arturo Frondizi fue depuesto y detenido en la Isla de Martín García el 28 de marzo de 1962. Lo reemplazó un presidente títere, pero mandaban los militares. Margaret Randall, Sergio Mondragón y Thelma Nava (de Pájaro Cascabel) lo organizaron maravillosamente. Yo soñaba y ellos concretaban los sueños. Poesía pura.
FM | He insistido junto a protagonistas de la época, a ejemplo de Margaret Randall, Jotamario Arbeláez, Juan Calzadilla y Ulises Estrella, respecto de las posibles conexiones entre surrealismo y Beat Generation. Inclusive indagando sobre la existencia o no, en los años 60, de lo que se podría identificar como una segunda vanguardia, considerando que la creación artística de la época no podría ser caracterizada como una expresión tardía del primer momento de las vanguardias. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
MG | Personalmente no distingo conexiones entre surrealismo y generación beat durante la crucial década de los sesenta en América Latina. Tanto en las artes visuales como en la poesía hubo expresiones surrealistas reconocibles, pero meramente individuales, focales: no se constituyeron como un movimiento. Se trata de dos latitudes de la mente absolutamente singulares. Lo beat está empapado de jazz y de rock. El surrealismo trató de no ser arrastrado por la agonía de Europa. Lo beat es un ceremonial del Nuevo Mundo.
FM | Hubo grupos declaradamente surrealistas, a ejemplo de Mandrágora, en Chile, y Refus global, en Canadá. Y pensando en expresiones individuales (no hay otro modo de demostrar la grandeza estética de un poeta), el surrealismo en América Latina reveló poetas magníficos, empezando por los argentinos Enrique Molina y Francisco Madariaga. De cualquier manera, por lo que me dices me da la impresión de que consideras que la Beat Generation es el movimiento de mayor fuerza en nuestro continente, el más activo y renovador. ¿No es así?
MG | Hasta fines de los años 50 el surrealismo tuvo una presencia poética vigorosa en nuestra zona del mundo. Pero al despuntar los años 60 la Beat Generation primero, y después el folk de Bob Dylan y casi enseguida el rock marcaron otra actitud y otra sensibilidad. En ningún momento se trató de ser “beats” como los norteamericanos. El rock argentino surgió con personalidad propia. Creamos nuestra propia contracultura. Y no nos quedamos cristalizados en la poesía o la música, también incorporamos la ecología y la espiritualidad.
FM | De entre las cartas publicadas en Eco Contemporáneo # 4, destaco una de Sergio Mondragón que parece ser el resumen de una discusión contigo al respecto de la doble cara de la revolución, o de las relaciones entre conocimiento y revolución. Hay un trecho en que Mondragón sugiere lo que nítidamente sería un ardid, el hecho de que la revolución podría no pasar de un pretexto para generar la desorientación en términos existenciales. Cuéntame algo acerca del diálogo que entonces mantenías con Mondragón a este respecto.
MG | El impacto de la Nueva Solidaridad fue tan grande en Cuba que un año después del Encuentro en México la Casa de las Américas de La Habana nos invitó a ser Jurados del famoso premio literario de esa entidad (febrero 1965) presidida por Haydeé Santamaría, figura de la Revolución. Fuimos Allen Ginsberg, el venezolano Edmundo Aray del Techo de la Ballena, el nadaísta Elmo Valencia y el anti-poeta chileno Nicanor Parra. Ginsberg llevó sus discos de Bob Dylan y yo los de Los Beatles, los primeros que entraron a la isla. Una tarde, Haydeé me mostró una carta que le había enviado la créme de los poetas comunistas de la Argentina. Me preguntó: “¿Son amigos tuyos?” Repasé los nombres y respondí: “Los conozco de vista, nada más.” El texto repudiaba mi presencia en Cuba, sosteniendo que yo “no era representativo”. Y tenían razón: sostuve que yo soy un poeta profético y libertario, sólo represento la revolución de los corazones, al diablo con la ideología. Le devolví la carta a la heroína de la Sierra Maestra. La rompió en cuatro y la tiró a un canasto. En la época, los poetas y prosistas de la Casa de las Américas traducían a los beat y los publicaban en el suplemento literario del diario Lunes de Revolución, mientras se peleaban con los estalinistas de la Unión de Escritores presidida por Nicolás Guillén. Recuerdo mi última reunión con Mondragón (actual experto en budismo) hace un año en Buenos Aires, junto a Mario Pellegrini (editor, hijo de Aldo) y Leandro Katz. Brindamos con buen vino y celebramos el revolucionario acto de seguir vivos.
FM | ¿Con qué intensidad y frecuencia el Brasil participaba de un escenario ocupado por revistas tan expresivas como Eco Contemporáneo, El Corno Emplumado, Rayado sobre el Techo, Nadaísmo, Yugen, El Pez y la Serpiente, Pucuna etc.?
MG | Un día recibí el texto Fronteras y dimensiones del grito donde Claudio Willer citaba ampliamente un manifiesto de Ginsberg que traduje y publiqué en el número 5 de Eco Contemporáneo. Entablé con él una amistad que sigue hasta estos días. A la distancia, recuerdo que El Corno se esforzó en publicar poesía brasileña. En febrero de 1964 pensábamos hacer el Segundo Encuentro en Rio de Janeiro con apoyo de los poetas locales, la embajada argentina (donde trabajaba el poeta Alejandro Vignati, a esa altura encorporado a nuestro grupo) y la Unión Nacional de Estudiantes. Pero cuando en abril vi en el New York Times la foto del predio incendiado de la UNE después del golpe militar, supe que en el Cono Sur venían tiempos difíciles. Eco Contemporáneo dejó de ser una revista literaria y pasó a documentar el pensamiento transformacional. Brasil no participó mucho de todo eso. Después, entre 1982 (me casé con una brasileña nacida en Petrópolis) y 2007, viví parcialmente en Campinas y la historia fue diferente, pero en torno de la ecología social (fui un protagonista de la ECO 92 en Río).
FM | El libro de Willer se llama Anotações para um apocalipse (1964). El título que mencionas es el del manifiesto que integra la edición. ¿Cómo comprendes la ausencia reincidente del Brasil en un panorama cultural latinoamericano?
MG | No puedo hablar de Latinoamérica en general, salvo que los hispanoamericanos tienen dificultad para sintonizar el idioma portugués. Pero puedo asegurar que Brasil estuvo y está muy presente en la Argentina, a partir de la Bossa Nova y la MPB. Los nombres de Carlos Drummond de Andrade, Thiago de Mello, Vinicius de Moraes, Manuel Bandeira o Joao Cabral de Mello Neto, siempre tuvieron eco en nuestras revistas literarias. Aunque por cierto la difusión poética nunca fue masiva. El copyright de la nula difusión poética brasileña en las capitales del Sur hispanohablante es exclusividad de los agregados culturales de las Embajadas del Brasil.
FM | ¿Qué llevó al final de Eco Contemporáneo? ¿Cuándo y por qué la revista dejó de circular?
MG | Terminó el ciclo de los Sesenta después de la Masacre de Tlatelolco (2 de octubre de 1968) que El Corno condenó y que obligó a Margaret Randall a buscar asilo en Cuba con sus tres hijos. Anne Mette Nielsen y Nicolenka Beltrán filmaron en 2005 un espléndido documental sobre aquella historia nuestra de los ‘60. Yo paré de publicar Eco Contemporáneo en 1969 y comencé de inmediato la revista Contracultura con Antonio Das Mortes en las portadas. Después edité una revista de cine y comencé a hacer programas de Rock por radio, hasta empezar la edición de la revista Mutantia en los ‘80 donde traduje a Willer, a Luiz Carlos Maciel, a Artur da Távola y a otros pensadores brasileños. Ahora estoy compilando, era hora, un libro sobre el Movimiento Nueva Solidaridad. Los manifiestos de la Generación Beat ya los publiqué en un libro titulado Beat Days. La plataforma contracultural argentina está registrada en mi libro La Generación ‘V’, Mi historia del rock argentino está contada en el libro Cómo vino la mano que ya va por la 4ª edición. Hoy no publico revistas sino una docena de blogs.
Un poema de Miguel Grinberg
[ES MARAVILLOSO]
Es maravilloso:
todos los grandes abanderados del Mundo Verde (ecológico),
todos los verborrágicos paladines de la sociedad sin fronteras,
todos los denunciadores y los pontificadores y los omnipotentes,
todos los descubridores de pajas y vigas en los ojos del prójimo,
todos los malabaristas y prestidigitadores y agudos panegiristas,
todos y más que todos los revolucionarios de la Gran Ortodoxia,
todos y más que todos los conservadores de la Suprema Verdad,
todos y nadie más que ellos en esta inequívoca mueca de enero,
se han cubierto de telas de araña y de pequeñas mordazas de humo,
nada tienen que agregar a su mascarada, un pequeño eructo tal vez,
oh maravillosos e insuperables simuladores de la luz que no brilla.
Es maravilloso:
nadie aparece a la hora de la siembra en las incomparables llanuras,
nadie se da por aludido cuando se trata de hacer lo que es necesario,
todos tienen un buen pretexto o una buena razón para desaparecer,
todos alegan que el mundo ostenta algunas situaciones complicadas,
y –claro está– por el momento no salen de sus cuevas y allí dormitan,
esperando que las arenas del siglo dejen de arremolinarse con furia.
Es maravilloso:
“por cada uno que enfila hacia la luz, hay diez mil empujando hacia
la sombra” (Fellini) y las piedras de Marte nunca hablan con extraños.
Es maravilloso:
el mundo recita sin cesar el poema de la transparencia interminable,
y ahora que las caretas conversan en el pabellón de las plumas mojadas
el universo clama a los gritos que un nuevo cielo se avecina sin prisa
en tanto la vieja Tierra se descascara y un ángel canta blues en mi patio.