Las razones del hombre delgado
MORIR PARA CONTARLO
Guillermo García Domingo
No está en mi ánimo contradecir a Rafael Soler, que ha tenido a bien titular su obra poética completa, “Vivir es un asunto personal” (2021), pero el auténtico asunto inaplazable y personal que nos traemos entre manos los que tenemos la suerte de vivir es el de la muerte. Este es precisamente el tema abordado por este mismo autor en su poemario más reciente (incluido en la obra completa citada antes), “Las razones del hombre delgado” que, con acierto, ha sido publicado por separado en la editorial Nueva York Poetry Press de EE.UU. Soler siempre ha demostrado tener en gran estima a los lectores de habla hispana del otro lado del Atlántico, que a su vez le han brindado el apoyo que la excelencia literaria de este poeta merece.
No hay mejor prueba de ella que este libro. Desde la publicación de “Nada grave” de Ángel González, y con el permiso del libro póstumo de Francisco Brines, no había leído un libro que versara sobre este tema universal que me produjera tal conmoción.
En torno a la muerte los seres humanos hemos mantenido una conversación ininterrumpida (que probablemente iniciaron, con el beneplácito de Platón, Cebes, Simias y Sócrates unas horas antes de que este último muriera) hasta el advenimiento de este primer tercio del siglo XXI. La sociedad actual ha dado a entender que no quiere saber nada de la muerte. Ha enmudecido ante ella, o lo que es peor, ha decidido ignorarla como hacen los nuevos millonarios que calzan zapatillas deportivas, quienes albergan el sueño transhumanista de no tener que enfrentarse a ella en un futuro próximo. Rafael Soler, sin embargo, toma partido por Montaigne, para quien es necesario familiarizarse con la muerte, y da la palabra a los muertos (y a la muerte), que naturalmente están deseando hablar, condenados como están al silencio. No hay asomo de duda: “rasurada el alma/estoy aquí para contarlo”. No es de extrañar, ya que tienen muchas cosas provechosas que decirnos, puesto que los muertos, al parecer, en su nuevo estado, alcanzan certezas que la vida les escatimó, como le ocurre al “finado” que Soler nos muestra de cuerpo presente, quien, al tiempo que adelgaza, se vuelve más sabio.
Los que están “al otro lado” jamás se confesarían delante de alguien que no acreditara poseer el don de la poesía. Ya no tienen necesidad de engañar a nadie y hay palabras que están de más. El poeta insinúa que el fallecido se encuentra en una antesala de la muerte definitiva, una suerte de limbo, como les ocurre a los personajes inolvidables que habitan el “Bardo” en el libro titulado “Lincoln en el Bardo” de George Saunders, así que parece tener prisa por hacerse cargo de su situación antes de que acontezca la desaparición inapelable. Los versos, de pocas sílabas, que cierran los poemas, que nunca son prolijos, son extraordinarias sentencias, que en algunos casos suenan como lo haría la tapa de un ataúd antes de cerrarse para siempre, y en otras ocasiones reverberan en la mente del lector durante mucho tiempo.
La gravedad del tema agradece las intervenciones descaradamente divertidas de la mismísima Muerte, caracterizada como una anfitriona lisonjera y burlona, que da la bienvenida a un huésped que viene para quedarse. Ella o Él es uno de los vértices del triángulo de personajes que dibuja Soler, los otros dos son el que “pasa a mejor vida” y la viuda del ausente, que es una de las sorpresas más gratas de este libro. Los tres se asoman al interior del triángulo, donde reside el misterio, desde ángulos distintos. Al “hombre delgado” le cuesta hacerse a la idea, hay muchos poemas dedicados a la aceptación de su irreversible circunstancia, como él mismo dice, pasar de “habitar el cuerpo que te dieron a ser habitado por las sombras”, aunque también es verdad que “bastaría un hilo/un hilo de luz para volver/y volvería”. Mientras tanto, en el mundo de los vivos pasan dos años, y luego cinco, la esposa del fallecido no sabe “cómo habitar de nuevo lo perdido”, y nos dedica algunos de los mejores y más sentidos versos. Rafael Soler es consciente de ello: “a ver si ahora tan vestidita/la poeta poeta poeta resulta que soy yo”.
Antes de guardar silencio como un muerto, por respeto a la tarea que le corresponde al lector, me gustaría proponer a cualquiera que haya leído hasta aquí que encuentre ese pájaro que Rafael Soler ha escondido entre las páginas de su libro. Ya me contarán, si algún día nuestras vidas se cruzan. No se priven de la experiencia íntima y única de leer este libro inolvidable.
TRES POEMAS
Una mujer se observa cautelosa en el espejo
agoniza un anciano de espaldas a su banco
busca el poeta las sílabas precisas
busca el poeta las sílabas precisas
comienza a nevar y son las doce
comienza a nevar
suspira una mujer y son las doce
calla una mujer cuando repite
ahora soy la que dijeron
agoniza el alto mariscal del abandono
calla en su banco cuando dice
no fui el que pidieron
busca el poeta detrás de las cortinas
abre el poeta del sol los monederos
talla el poeta su impaciencia oscura
comienza a nevar
copos de a cinco uncidos por el viento
cumpliendo su destino
maldice el anciano mírate
sonríe la dama mírame
acecha el poeta mírales
comienza a nevar
desde la cuna al nicho.
***
El anciano que ha perdido la paciencia
aparta la urgencia de los tubos
deja al neón que palidezca
y en su butaca escucha
voces que mecen su blablá
corros cotorras en edad de merecer
severas advertencias del jugador de golf
final en soledad
que anuncia un negro pozo
el anciano que bien dijo
morir a los veinte pido
ser eterno
limpia de su nariz la sonda
tensa su arcabuz para el disparo
morir a los veinte pido
y así cierra los ojos
que un día fueron suyos
alboroto capilar de los pulmones
rumor con viento
ser eterno.
***
Y poco después
en un ritual falsamente alentador
ella se incorpora
un acercamiento podríamos decir
a cuanto fueron
casi tocando la inerte mano oscura
pero el cristal
movimiento de corto vuelo el suyo
pues nadie en sus cabales interrumpe
ese tránsito del alma
cuando cumplido el viaje
toca rendir cuentas a terceros
todos esperando con su hisopo
estoy aquí estoy aquí
estoy aquí estoy aquí
la inerte mano oscura.