Hacia el Oeste
(Traducción al español de Jeannette Clariond)
Hacia el Oeste
Para Anthony Kemp
La distancia ha muerto. En Gatwick, en Heathrow
el denso hedor, la trepidación del barrenador,
escombros, aceleradas rutas comerciales
en retroceso; sórdidos lugares exóticos,
el templo pagano a la intemperie. Una generación
lo presenció: los de ojos grandes, nómadas
distraídos de la antigua ruta de la seda,
tiemblan ante el poliéster de Euston, inexorable
caravana de la dispersión, donde un palomo
solitario revuela bajo los traveseros,
atrapado en la rota niebla de las ondas sonoras,
la voz perdida de una mujer voceando incansable
las terminales, incertidumbres que colman
el regazo de la sibila. En el norte
hay problemas, los trenes vienen con demora: desde
filas atestadas los últimos émigrés inquieren
sobre un Commonwealth en ruinas: tantos,
y empujados hacia qué, ¿qué punto de
partida? Con destino a Iona en
las Islas Occidentales, cabizbaja, agitada
por el British Rail, me mantengo despierta y oigo
al metrónomo advertir el paso del tiempo,
sintiendo las mismas esperanzas, airearse,
derrumbarse, carcomidas en el túnel de los gusanos,
pienso en el derrumbe de la distancia:
el paraíso no visitado por Proust,
el oro de los tontos de El Dorado. Los problemas
persisten en Glasgow, pero el tren
a Oban continúa. Se cuela la lluvia;
anega la astillada ventanilla:
una valla de abetos, mirada melancólica,
la reverberación de un nombre: Loch Lomond.
«¿En verdad?» El ingenuo pasajero frente a mí
echa un vistazo y vuelve a su lectura, sí,
en verdad es Tucídides: arrogancia,
títulos inmerecidos, un presentimiento
de abandonarlo todo, todo eso. En Oban, un
sendero encharcado conduce al transbordador,
donde una monja, o la mala réplica de una
(el tiempo se agota, los mansos se fatigan,
los dogmas de piedad nada garantizan):
velo y pañoleta por encima de la viciada humedad,
el overol azul-pálido destaca
media docena de bolsas («aquí no se aceptan
productos enlatados»), ha extraviado
su corazón, es tan irresponsablemente egregio
que no puede (¿o acaso podría?) pasar
contrabando. Desde Craignure, Isla de Mull,
un autobús traquetea hacia el oeste, atraviesa
—y aún no inicia la excursión— la lenta ardua
ruta que Keats recorrió bajo la lluvia:
un homenaje retrospectivo, no
el viaje previsto por su hermano
George hacia el porvenir:
Lícidas naufragó, sin saber qué había
más allá de la tormenta… y, por supuesto, llovió
como ahora mientras me deslizo
por el pasamanos de hierro en
Fionnphort; Iona, una mancha extraña,
salpicaduras de botas y chubasqueros,
y ya en tierra, es mayor la humedad.
No es que siempre llueva: mañana
todo será diáfano
como penumbra de anémona:
viajaré a Staffa sobre la turmalina
y la amatista sin una arruga;
me calentará el sol de la bahía
a donde llegó Santa Columba(1) con su piedad
la purpúrea, el agua a los tobillos, como manto
sobre los hombros escuálidos del páramo.(2)
¡Brezo! Pensé, el día en que puse un pie
por vez primera en Maine, entre las moras
maduras, seca su piel; pero aquí
no germina el brezo. Y para dejarlo claro:
en botánica, son de la misma familia.
Yo vi ese palor, como un desvaimiento
en el poniente; los pioneros, los hijos de
los hijos de los pioneros, observan desde
el interior de los campos cosechados,
esa patria que no es su patria sino la parcela
que les fue arrebatada: sin sanción, sin condena
salvo la manga deshilada del imperio: y añoran
lo antiguo, lo renombrado, lo fabuloso,
los lugares sagrados. Pero desde esta isla
de pasto carcomido, las huellas de la oveja,
estiércol de conejo, liebres, musgo
cobrizo, cielo inundado, el chillido
del ave fría, en esa circunnavegación
elíptica y perenne: a ras de suelo el incesante
lloriqueo al momento en que todo,
sin importar cuán pequeño, se suma a la
resistencia del viento infinito: el destino
es el Oeste. Aquí en el crudo límite
de Europa, tenacidad de lapas, la maraña
de la marea, tonos violáceos de algas y sargazo,
la ruina, la niebla, el rompimiento
de todo prospecto, salvo la rebelión, de
levantamientos en el occidente, la retrospectiva
es de nuevo hacia el interior:
mirando hacia atrás, el hijo del hijo
de los pioneros, cargando con el peso
de sus protegidas carabelas, su ganado,
y su colérica doctrina alimentada del carbón
que atizó el fuego al centro del
Nombre, ellos no podían conjeturar,
tal era el rigor del No haráis
del Decálogo… ahora descubro que
lo que parecía, y aún parece, revelación
no era fuego del infierno, no cerilla ni ley
que escindiera el aire, ni Poder,
ni fuerza alguna, sino una apertura
al borde del agua: un pequeño lago,
ojo del mundo, la contraparte de la mente,
un parpadeo de reflexión nacido del coraje
de una confusa irreflexión y la estridencia
como lamento de la pradera, la grama
agitada por el viento, inconsciente incógnito
(al ser carne toda la hierba) de la resistencia
de la mente a la omnipresencia de lo que
se mueve pero no tiene y no puede pronunciar su nombre.
Allí a la orilla de una iluminación
en la que no puedes entrar, tampoco habitar,
seas fundador, un náufrago o ahogado,
un pozo, el origen que todo lo comprende, que
relega toda doctrina: ¿qué certeza,
cuál conmutación para el ahogado, existe,
más allá de los nombres? El parpadeo de la pradera,
agitada, acrece en murmullos, un mundo
homicida, monstruoso, cercado por la incertidumbre
de las embarcaciones, colonizajes, azares, conquistas,
evangelizaciones, conmemoraciones: Columba
en el coracle(3) recubierto de cuero
arrumbando estos decrépitos evangelios
petrificados sobre jerarcas paganos; en sus
cincelados manejos, oscurecidos por las erosiones
de un milenio y más, la rebuscada sintaxis
de un fervor inflamado en alguna parte del oriente,
oculto en las chozas, en disputa,
trasladados hacia el oeste: el tejido del cesto, una
red de pesca, una presa para detener y rescatar
un origen, una intimidad que sea común
a toda carne, para aferrarse a algo hasta
el último milenio; como si las rutas,
los galardones y grandilocuencias, las
atenuaciones, agotadas las líneas del suministro,
propiciaran nuestro retiro gradual del imperio,
los parias, podrán aún dar testimonio.
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Notas
1.Según la leyenda, santa Columba de Córdoba fue decapitada por los musulmanes en el Monasterio de Tábanos en el 853, y su cuerpo, ya mutilado, arrojado al Guadalquivir. Al encontrar sus restos, su cuerpo estaba incorrupto.
2.«Moor» en inglés tiene la misma acepción en castellano para «moro» o «páramo».
3.Embarcación fluvial típica de Gales.
-Harold Bloom
La escuela de Wallace Stevens
Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea
Edición, traducción y notas de Jeannette Clariond
Vaso roto ediciones
España-México, 2011
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