Heberto Padilla

Canto de las nodrizas

 

 

 

 

BAJORRELIEVE PARA LOS CONDENADOS

El puñetazo en plena cara
y el empujón a medianoche son la flor de los condenados.
El vamos, coño, y acaba de decirlo todo de una vez,
es el crisantemo de los condenados.
No hay luna más radiante
que esa lápida enorme que cae de noche entre los condenados.
No hay armazón que pueda apuntalar huesos de condenado.
La peste y la luz encaramadas como una gata rodeando la mazmorra;
todo lo que lanzó la propaganda
como quien dona un patíbulo;
el Haga el amor no haga la guerra
(esos lemitas importados de Europa)
son patadas en los testículos de los condenados.
Los transeúntes que compran los periódicos del mediodía
por pura curiosidad, son los verdugos de los condenados.
 

 

CANCIÓN DEL JOVEN TAMBOR

Para seguir la música
en las líneas de fuego,
ensayé tantos ritmos
torpes y olvidados.

Para aumentar la marcha
andando entre los hombres,
redoblé en tantos pueblos
destruidos o muertos.

En las noches de invierno
estuve muy enfermo.
Me contentaba el baile
de las niñas rapaces.

“Hay un color extraño
en los árboles nuevos”—
grita el joven poeta
que se va a proclamar su certidumbre.

“El aire está podrido
encima de los techos”—
chillan las viejas europeas flacas.

Pero yo (no lo digas a nadie)
me oculto como un niño,
aceito bien la trampa,
adivino soldados dondequiera,
oscuridad, y rezos.
 

 

CANCIÓN DE LA TORRE SPASKAYA

El guardián
de la torre de Spáskaya
no sabe
que su torre es de viento.
No sabe
que sobre el pavimento
aún persiste la huella
de las ejecuciones.
Que a veces
salta un pámpano sangriento.
Que suenan las canciones
de la corte deshecha.
Que en la negra buhardilla
acechan los mirones.
No sabe
que no hay terror que pueda
ocultarse en el viento.
 

 

CANTO DE LAS NODRIZAS

Niños: vestíos
a la usanza de la reina Victoria
y ensayemos a Shakespeare:
nos ha enseñado muchas cosas.
Sé tú el paje,
y tú espía en la corte, y tú
la oreja que oye detrás de una cortina.
Nosotras
llevaremos puñales en las faldas.

Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.

Del carruaje
ya han bajado los cómicos.
¿Divertirán de nuevo a un príncipe danés,
o la farsa es realmente pretexto,
un bello ardid contra las tiranías?
¿Y qué ocurre si al bajar el telón
el veneno no ha entrado aún en la oreja,
o simplemente Horacio no ha visto al Rey
(todo fue una mentira)
y ni siquiera Hamlet puede dar fe
de que no existiera
esa voz que usurpaba
aquel tiempo a la noche?
Ensayemos a Shakespeare, niños;
nos ha enseñado muchas cosas.
 

 

CANCIÓN DE UN LADO A OTRO

A Alberto Martínez Herrera

Cuando yo era un poeta que me paseaba
por las calles del Kremlin,
culto en los más oscuros crímenes de Stalin,
Ala y Katiushka preferían
acariciarme la cabeza,
mi curioso ejemplar de patíbulo.

Cuando yo era un científico
recorriendo Laponia,
compré todos los mapas en los andenes de Helsinski,

Sarikovski paseaba su búho de un lado a otro.
Apenas pude detenerme en el Sur.
Las saunas balanceándose al fondo de los lagos
y en la frontera rusa abandoné a mi amor.

Cuando yo era un bendito,
un escuálido y pobre enamorado
de la armadura del Quijote,
adquirí mi locura y este viejo reloj fuera de época.

Oh mundo, verdad que tus fronteras son indescriptibles.
Con cárceles y ciudades mojadas y vías férreas.
Lo sabe quien te recorre como yo:
un ojo de cristal
y el otro que aún se disputan el niño y el profeta.
 

 

PARA MACHA, QUE CANTABA BALADAS

¿Qué balada puedes cantar ahora,
Macha, en pleno invierno, sin recordar la casa
que abandonaste aprisa, ágil como un demonio,
por no perder el tren de Odessa,
que fue, después de todo, nuestro último tren?

¿En qué balada
tu linda voz tristísima subiendo, abriendo
el techo, mientras combas la cintura de avispa?

Baladas a la guerra, muy simples:
sangre y llanto.

Y tú,
bajo los reflectores,
entre gente habituada a tu melancolía.
¿En qué balada que no escuché
te extremas, te demoras?
¿Quién viene cada noche a esperarte y abre
la portezuela de su coche para que te reclines?
¿A quién cubres ahora de artimañas, de besos?
 

 

LOS ENAMORADOS DEL BOSQUE IZMAILOVO

La primavra le da la razón.
El viento lo inunda y puede descifrarlo.
Los árboles pueden comprenderlo.
La vida quiere dialogar con él.

¡Porque hoy este hombre ama!

Inmenso tren, detente
en medio de la vía
para que veas al dichoso.
El poeta rompió su caja de penumbras,
huyó de pronto aquel dolor que traicionaba su poesía
y hoy lo acoge este bosque
donde ella se reclina
y el temblor de su pelo en el aire salvaje.

Su sangre es más ligera
cuando siente su piel. Sus labios
se abren dóciles al roce de estos labios,
la claridad del mundo resbala por su sien,
cae a trozos en la yerba,
transparenta el abrazo,
y entre los poros de esta muchacha él vive,
en toda soledad busca su forma única,
sobre los hombros débiles de niña
él sueña que se apoye la fuerza de la vida.

Detente, explorador,
y de una vez enfoca
tu catalejo escéptico
para que veas a éste: el triste, el solitario
quiere plantar los abedules
que hagan más ancho el cielo de Izmailovo,
con su tibia penumbra de hojarascas y pájaros.

¡Porque hoy este hombre ama!

Y el cartero que sale de un local desolado
lleva su nombre ardiendo en el bolsillo
las ortegas que huyen presurosas,
la ardilla que contempla el fruto aún verde
la elogian, la celebran;
las flores de Tashken, las crujientes
brujitas de Lituania,
los grandes arcos ucranianos
tejen guirnaldas para su sorprendente
cabeza de hechizada.

Y él anda loco, habla con todo el mundo;
la lleva de la mano, la conduce.
Y al regresar en metro hasta su casa,
sube corriendo, alegre, la escalera,
desde la buhardilla
contempla el sol que pica
sobre la plaza enorme,
pero al abrir los libros de Blok y de Esenine
descubre nuevos agujeros,
y hoy siente piedad por la polilla.
 

-De Fuera del juego, 1968.

Heberto Padilla (Cuba, 1932 – Estados Unidos, 2000). Poeta y ensayista. Su libro Fuera del juego, que hacía una crítica velada a la revolución ... LEER MÁS DEL AUTOR