Raúl Zurita

Muerte de la poesía

 

 

 

 

Yo creo que la poesía, la vida del poema, se quedó atrás del mundo. Si revisas toneladas y toneladas de poesía autista, poesía del yo, yo, yo; mi soledad y mi angustia. Creo que la poesía es algo que se quedó detrás del mundo y que definitivamente está muriendo, pero ha sido un gran arte, que, si está muriendo, lo haga por lo menos con una cierta grandeza. Los poetas bajaron del Olimpo, dice Nicanor, perfecto, ya se dieron sus buenas vacaciones, ya farrearon bastante, ya se lo chuparon todo, ahora de vuelta al Olimpo a entonar los últimos cantos de un arte que muere.

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Soy bastante refractario a la poesía del yo, a esa especie de monólogo del tipo que se solaza en su angustia personal, en su soledad, en su felicidad, en su esperanza o en su desencanto privado.

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La poesía está muriendo. La poesía tal como la hemos entendido, desde Homero en adelante, está apagándose. El poema le ha dado la espalda al mundo y ya prácticamente no tiene nada que decir de él.

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Creo lo siguiente, creo, intuyo, que vivimos en un mundo que está cubierto como de una capa de ruido, de una atmósfera, donde se acumula todo el ruido de los mass media, del Internet, de los medios de comunicación, de los grandes espectáculos masivos. Eso es una cosa oleaginosa que cubre completamente. En medio de ese ruido, las palabras mueren, cierto, y la poesía es el arte más frágil porque depende precisamente de esas palabras que agonizan, cuya máxima representación es la que hace la publicidad, porque es cuando las palabras se distancian completamente de lo que dicen, está asesinando un modo de entenderse entre los hombres, que venía, desde ¡pucha!, desde la Ilíada, desde el Génesis bíblico, desde el Éxodo, desde el Mahabarata, desde la Epopeya de Gilgamesh, desde todas las grandes épicas inaugurales. Pero eso también te crea una gran nostalgia, y la poesía es la única que puede dar cuenta de eso, o sea, comenzar de nuevo a contar otra historia. Es, un poco, lo que decía Rimbaud, en la Temporada en el infierno: “Cuando volvamos a ser los primeros en celebrar la nueva natividad sobre la tierra, el canto de los cielos, la marcha de los pueblos esclavos, no maldigamos a la vida”. Yo siento que estamos atravesando la época que podemos llamar, un poco con cierta ampulosidad, la muerte de la poesía, o sea, cada poeta en el fondo carga con la muerte de lo que hace para llegar a un hipotético nuevo lado, a un hipotético otro lado, que estará o no estará, pero al mismo tiempo presiento, cierto, que este sistema, se va a derrumbar, que algún día las tarjetas de crédito, los autos, los sistemas bancarios se van a deshacer como pompas de jabón entre los dedos. Pero todavía no hemos llegado a eso, todavía no vislumbramos lo que es y que va a emerger de nuevo una nueva historia, por así decirlo. Lo creo, casi como en un sueño, y que a veces he tenido la sensación de que todos los poetas, después de Rimbaud, son una especie de aeda, todos, todos, todos, estamos acumulando frases, poemas, pequeños cantos, para que venga un nuevo Homero y los recoja. Y que cuente un nuevo comienzo.

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También creo que lo que hemos llamado literatura, poesía, se está despidiendo del mundo, al menos de la forma en que se ha conocido. Pero fue un tremendo arte, desde la Ilíada en adelante. Por otra parte, las civilizaciones de la escritura han sido de una violencia tan grande… De verdad, creo que eso está desapareciendo, aunque me gustaría que estos últimos estertores tengan una cierta dignidad. No porque la poesía esté en su fase final nos vamos a resignar a ser pedacitos de galletita. Que tenga un cierre con trompetas. Rescatar este sueño milenario que algo significó para la humanidad. Ahora viene otra cosa, yo creo que eso que viene es mejor. Los últimos 3.000 años han sido la sombra del primer verso de la Ilíada: ‘Cólera, canta la de Aquiles, hijo de Peleo’. Esa época se está apagando.

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Es ese largo periplo que va desde la plenitud de los grandes textos arcaicos en los que la palabra y lo que nombra parecieran ser una sola cosa, esos “Cólera, canta diosa, la del pélida Aquiles” hasta los “Vive el chispeante mundo” de Seven up, en el cual ninguna palabra nombra lo que nombra ni ninguna frase dice lo que dice, bueno esa agonía marca también el fin de la poesía, al menos en las formas que fue tomando en 2800 años, está tocando a su fin, y las toneladas y toneladas de poesía autista, del yo y yo y yo, que se producen al mes, son una de las pruebas más elocuentes de ese fin.

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Pero fue un gran arte, que fundó lo humano, y lo que menos se merecen es terminar con una mínima grandeza.

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Es como que los poetas cargaran con sus poemas muertos, hubo una época, en la que se repitió tanto el slogan a los poetas hay que bajarlos del Olimpo, los poetas tienen que bajar de las alturas y yo creo que ya los han bajado demasiado, ahora comienza la hora de empezar a subirlos nuevamente, porque representan esa piedad por cada detalle del mundo, por algo que puede ser tan vasto como la construcción de la muralla China o tan mínimo y fugaz como el resplandor de la gota del rocío sobre la hoja del árbol del té. Todos los hechos, todos los sucesos, todas las imágenes son parte de esa gran piedad que siguen arrastrando desde tiempo inmemorial y que nosotros llamamos el poema, el poema, la poesía es la piedad por cada detalle del mundo y por lo tanto por la preservación del sueño del mundo y del sueño de la tierra. La tierra podría sacudirse de nosotros, solamente, estamos probablemente, porque formamos parte e interpretamos sueños de la tierra y finalmente los hombres que perseveren en el sueño de la tierra probablemente sean los amigos de la tierra, entre los que sobrevivan.

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El fin de la poesía es desaparecer para que quede sólo el espectáculo a veces alucinante, a veces nauseabundo, a veces insípido de la vida. El artista que ha llevado más lejos esa idea de la obra total es Kafka. Es la K de Kafka. El asunto es endemoniadamente conmovedor. Uno lee El castillo y está K ¿pero qué es K? Es el intento más desesperado porque ese alguien que vendrá o no vendrá, que acudirá a la cita que le planteó ese que escribía o que no vendrá, es decir, esa sombra que desde este lado de la escritura llamamos el lector, vea la vida de ese K, de Kafka, su vida real, su real y su muerte, y que la vea en la trama de la ficción que ese mismo K ha construido. De lo que se trata en última instancia es de que la vida sea el único poema, la única obra de arte que merezca la pena ser abrazada y contemplada. Ese es el sueño que levanta toda obra de arte, desaparecer para que veamos el afuera de la obra. K es la máxima expresión en un mundo desgarrado de ese sueño sin desgarro. En lo que a mí respecta, y en lo que pueda a duras penas levantar reclamo la mirada sobre mi vida, no por supuesto porque crea que ella tiene algo especial, lo seres humanos somos repetidas metáforas de lo mismo, sino porque es el dato básico, el soporte no es el papel, no es el cielo, no es el libro, no es el desierto, el soporte es tu vida. La obra total es esa, no nos fue dado otra.

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La poesía de nuestros días no está en la poesía, no está en todo caso en esas insufribles camionadas y camionadas de poesías del yo y mal puede la tecnología o lo que sea influir en algo que no está, que dejó de existir.

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Lo que está emergiendo con las tecnologías es algo completamente distinto, y en lo que respecta al fin de la poesía, les corresponden a ustedes, poetas del tercer milenio, escribir los últimos grandes poemas del final de la escritura, levantarlos desde las cenizas de estas lenguas infinitamente demolidas, trituradas, incapaces ya de seguir cargando con la violencia que les ha impuesto la historia, para que finalmente La Ilíada, el poema de la cólera, pueda finalmente ser enterrado en paz. Les toca a ustedes en suma, reintentar el amor.

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Lo indecible es eso, indecible. Lo que hace el pobre poeta es establecer una lucha absolutamente desigual, despiadadamente desigual con el silencio, por arrancarle al silencio todavía un par de significaciones. Baudelaire en sus poemas en prosa dice eso, no lo sé literal y no tengo el libro, pero es más o menos esto: Señor, me vas dar un tiempo más, permite que todavía pueda escribir un par de poemas hermosos para no sentirme el peor de los hombres, peor incluso que aquellos que desprecio. No hay un tal cuerpo ni un tal espíritu. La poesía es la máxima muestra de eso. Las palabras del poema son y están atravesadas por el viento del sentido y a la vez son ellas ese viento y ese sentido.

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Si llegase un marciano y la única información que tuviese de nuestro planeta fuesen los libros de poesía llegaría muy posiblemente a la conclusión de que en el planeta tierra jamás ha pasado ni sucedido nada más allá de algunas emociones privadas: MI angustia, MI soledad, MI escepticismo y MÌ, MÌ, MÍ, etc. etc. Se necesitaban muchos Derek Walcott, pero respondieron exangües hombres de letras.

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La poesía no muere, pero la poesía que hemos conocido, lo que entendemos por poesía, está agonizando y eso se ve por las toneladas y toneladas y toneladas de poemas autistas que se publican diariamente donde no está el dato del mundo; son poemas que no tienen nada que informar y le han dado la espalda a la realidad, sin tener nada que informar de ella.

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Entonces, estamos sepultados sobre toneladas y toneladas de poesía autista, poesía del yo, yo, yo. Realmente es un tremendo arte que fundó lo humano, tal como lo entendemos hoy, el que está muriendo. Muere esa forma, la forma que tomó la poesía con la escritura. La poesía nace con lo humano; la poesía y la muerte nacieron juntas, pertenecen a una misma raíz. Algo se dio cuenta de que iba a morir y nace la muerte, y no puede evitar que con ella nazca el poema.

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Es que estamos en un mundo y una sociedad que ya no apuesta por lo humano. Es una época tremendamente árida y probablemente estemos asistiendo al fin de cosas que son importantes. Creo que hay una idea de lo que es el arte que está muriendo. La literatura está sufriendo un cambio rotundo, radical. El chat reemplazó prácticamente a las cartas. Yo creo que pertenezco a un mundo que desaparece con grandes cosas y con grandes tragedias.

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La poesía nació con lo humano y morirá con lo humano. Pero la poesía es muy anterior a la escritura; le sobrevivirá y tomará otra forma.

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Siento que estamos haciendo las exequias. Tengo la sensación de que pertenezco a un tiempo que efectivamente está muriendo, pero no lo veo necesariamente como algo malo, porque tampoco soy admirador del tiempo en que me tocó vivir. Tal vez esta especie de marea, de mar sin sentido, hace que hoy día persistir en el arte sea más difícil y tal vez más heroico que en los tiempos de la dictadura.

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Ya sea que contenga multitudes de personajes como La guerra y la paz o Los detectives salvajes o un hombre solo como en los poemas de Kavafis, toda obra literaria es siempre un monólogo. Solo tú hablas, y ese es el dato de tu vida. Yo parto del dato básico de mi vida, no porque piense que ella tiene algo especial, todo lo contrario, sino porque creo que si eres capaz de llegar al fondo de ti mismo, sin auto compasión ni falsa solidaridad, es probable que llegues al fondo de la humanidad entera.

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Yo entiendo que el arte, o tiene relación con la vida o no tiene relación con absolutamente nada. Pero, al mismo tiempo, todos esos géneros de memorias o autobiografías los encuentro por lo general bastante detestables y bastante fomes. A mí me aburren al menos. Entonces es tu vida, pero tu vida pasada a través de filtros, de mangueras, de engranajes, de cadenas. Tú alimentas literalmente con tu sangre las obras, pero no es esa lectura ingenua de contar hechos sino que es contar lo que queda entre hecho y hecho. Las texturas del tiempo, las texturas de tu propio cuerpo, las tonalidades. Finalmente la literatura, la poesía, el arte en general es lo único que le puede dar a los hechos la piedad y la compasión que los hechos en sí mismos jamás tienen. Murió mi padre, ayer me encontré con mi hijo, hoy tuve un nieto: Son datos. Entonces, lo único que les da su dimensión abismal y humana es precisamente el arte. El arte le da a los datos la dimensión de su humanidad y de su terror también. En ese sentido, uno cuenta su vida. Pero la cuenta desde la urdimbre de los hechos, desde lo que los hechos dejan como huellas.

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Cuando se habla de arte-vida creo que lo que aparece es un horizonte utópico, final, es pensar porque se hace literatura, porque se hace arte, porque no hemos sido felices, porque si hubiéramos sido felices, cada acto de vida sería una obra de arte. Desde tomar un café hasta resolver ecuaciones diferenciales, y como no ha sido así, ahí está esa historia del arte-vida. Que nace del dolor.

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Sí, porque nada queda atrás: tú eres, al mismo tiempo, todos los seres que has sido; el tipo que se quema la cara, el tipo que a los siete años tiene una imagen con su abuela tomados de la mano, el tipo que estará dando finalmente sus últimos estertores, en todos juntos.

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En un momento de mi vida tuve el sueño de que escribir era una especie de exorcismo. La escritura en el recuerdo se hace más fuerte, hace el recuerdo más vivo. No siento que escribir este libro haya sido un alivio. Ha sido seguramente lo que sentí que tenía que hacer. Para mí, el único sentido que tiene la escritura es la relación arte-vida, literatura-vida, una relación finalmente posible. No porque crea que mi vida tiene algo especial, sino porque es un dato de mi existencia. Los seres humanos no somos más que distintas metáforas de lo mismo. Todos somos más o menos semejantes en nuestros sueños, en nuestras pesadillas, en nuestra necesidad de amor, en nuestra despedida frente a la muerte.

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En el fondo es que toda obra no quisiera ser ella, porque quisiera que todo lo que la rodea, fuese la obra de arte. Porque en un acto de vida hay mil millones de “Pietá” y nosotros no somos ángeles. Porque si realmente nosotros entendiéramos a los otros seres humanos con la misma devoción con la que contemplamos una obra de arte, ese sería el horizonte final. Pero obviamente que el arte y la vida son términos disjuntos. En su tratado de pintura, Leonardo, dibuja las semillas, habla de Dios y dice, es infinitamente impresionante pensar en quién hizo esto.

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En realidad, cada vez creo más que la poesía, la obra, es una lucha feroz entre el que escribe y lo que quiere decir, ocupando la lengua y lo que la lengua quiere decir a través de quien escribe. El resultado de esa lucha casi a muerte es el poema.

 

Raúl Zurita (Santiago, Chile, 1950). Ingeniero Civil en Estructuras, egresado de la Universidad Federico Santa María de Valparaíso. Inicia sus publica ... LEER MÁS DEL AUTOR