Eugenio Florit. La compañera

 

Compartimos cuatro textos claves del reconocido poeta cubano nacido en Madrid.

 

 

 

 

Eugenio Florit

 

 

Del silencio

Ahora ya está la brisa por el aire dispersa,
con las manos hundidas en los árboles;
pero en aquel momento se había ido tan lejos,
que era como si no existiese memoria de su nombre.
Todo el silencio estaba caído por el mundo;
la tierra misma no era sino una gota de silencio.
Los segundos del sol bajaron a beber aguas muertas
donde nacía la inquietud de unas horas futuras,
prontas a alzar el vuelo con las palomas de la tarde.
Aquel minuto se extendía sobre las ramas inmóviles,
abriendo una luz sin ecos, ni cantos, ni nada.
El silencio perfecto de lo que va a surgir y aun se detiene.
Ancha campana de cristal para la luz del mediodía,
que viene limpia desde su nido alto
a florecer en una exacta rosa de doce pétalos.

 

 

 

Destino

Mejor ámbito aquí, dentro de casa,
para escribir lo ancho
y lo pequeño de este mundo.
Apenas diferente
conocer la distancia de una estrella
o el alado camino
de la hoja caída de su árbol.
Preciso es dar al aire
este amargo sabor que muerde dentro,
que pide luz de fuera, la que arde
de su estar siempre fiel a su destino
que es el lucir en las palabras
y saltarse los mundos que conoce
y los que aún no han sido revelados.
Un ámbito que esconde
en sí el oculto pensamiento
brillante piedra que en su día
nos pidió rescatarla,
a ella, la escondida de los siglos,
humilde aún, que espera
el roce misterioso de unos dedos…
Ahora, despertada
de su soñar antiguo,
nacida a luz y sol,
hecha ya una palabra.
Milagro al fin que vive
al amor de su dueño:
de quien soñó con ella
en la forma final de su destino.

 

 

 

El poema

Sí, se te pone un nudo en la garganta
y no sabés que hacer para soltarlo.
Tal vez llorar es bueno,
pero tal vez eso no basta.
Porque si lloras te saldrán los llantos
con un gusto de amargo sentimiento.
Y, además, que llorando no te calmas.
No se te calma el nudo ni la angustia,
que es como si todo un cielo se te hundiera
o como si nadando por el agua
con las flores del agua te enredaras.
Como soñar que vas cayendo,
yendo cayendo que caerás sin prisa
y que nadie te espera al fin de la caída.
Es como que te ahoga un pensamiento
que quiere hablar, salir, saltar, volar,
y cada vez da con la jaula.
Miras el libro abierto
y ni te fijas en la página,
miras el cielo por alzar los ojos
pero no ves ni la nube que pasa,
miras la flor, no te enamora,
miras el árbol, no te espanta
oyes el ruiseñor entre la noche
y no comprendes lo que canta.
Has de volver a ti las soledades
con que vas habitando tus moradas,
y pensar poco apoco el pensamiento
y decir poco a poco las palabras,
y formar el poema con la angustia
que te mordía la garganta.

(después de todo bienvenido
si como mariposa te me quedaste fijo
clavado por las alas).

 

 

 

La compañera

A Cintio Vitier

A veces se la encuentra
en mitad del camino de la vida
y ya todo está bien. No importa nada.
No importa el ruido, ni la ciudad, ni la máquina.
No te importa. La llevas de la mano,
compañera tan fiel como la muerte,
y así va con el tren como el paisaje,
en el aire de abril como la primavera,
como la mar junto a los pinos,
junto a la loma como está la palma,
o el chopo junto al río,
o aquellos arrayanes junto al agua.
No importa. Como todo lo que une
y completa. Junto a la sed el agua,
y al dolor el olvido. El fuego con la fragua,
la flor y la hoja verde,
y el mar azul y la espuma blanca.
La niña pequeñita
con el brazo de amor que la llevaba,
y el ciego con su perro lazarillo,
y el Tormes junto a Salamanca.
Lo uno con lo otro tan cerrado
que se completa la mitad que falta.
Y el cielo con la tierra.
Y el cuerpo con el alma.
Y tú, por fin, para decirlo pronto,
mi soledad, en Dios transfigurada.