Gili Haimovich

Mi segunda piel

 

 

(Traducción al español de Silvia Goldman)

 

Se trata de una observación minuciosa que parte de un detalle y recorre su luz y su filo; lo hace hablar. Hay una sensación de engaño en la mirada; la sospecha de que lo que nos separa de los objetos, y también de los seres, es la naturaleza inestable de nuestra percepción. El poema, muchas veces, revela esa sospecha. En el paisaje que es esta escritura, hay algo que siempre está por emerger, como si se tratara de una uña que se hace, de pronto, visible. Leer a Gili Haimovich es darle paso y espacio a una voz que, si se lo permitimos, crece con nosotros, se afirma, cambia, a veces también se avergüenza y, otras, habla de su fragilidad. Es, por eso, capturar el momento singular, bello, delicado, en el que el poema, en continuo aleteo, se cae o se alza, ya que sus alas, como las del poema “La libélula”, son de cristal.
 
 

 

 

Mi segunda piel

 

Mi segunda piel es el anhelo

la primera, también.

Mi madre no me cubrió con el manto del elogio.

Todas las noches me lo hago con lo que puedo.

El origen de la luz,

ese movimiento de lo que muere en la

luz, cuchillo

que corta el aislamiento

el cuidado frágil, la lealtad, la transparencia

de la piel.

¿Me envuelve como si yo fuera el regalo?

Destellos, sombras que se proyectan en la piel,

lo único que no te abandona.

No hay nada,

nada salvo este anhelo

de esquirlas

diminutas

filosas

como las líneas de un poema.

 

 

 

 

Intentos de separación

 

Una vez el viento dejó de soplar,

las plantas del apartamento se habían secado ya,

incluso las manchas desaparecieron de las baldosas

que, inmaculadas, relumbraron como desiertos.

Nos esforzamos por amar, por aferrarnos.

La paja es heno,

el amor, costumbre,

gratitud.

 

Quizás olvides que antes no conocías

las líneas en la palma de la mano

que se abrió para vos,

el paso de su tibieza.

 

Quizás olvides que antes

ni siquiera tenías casa

para dar un portazo.

 

 

 

 

Mundo de espejos

 

Vivimos en un mundo de espejos,

nuestra casa tiene dos terrazas.

La delantera que da a la calle y

la trasera que da al patio.

Es difícil distinguir una de la otra,

decir cuál de las dos es mejor.

Pareciera que en una vive gente más feliz,

más joven, que juega a las muñecas.

En la trasera hay adultos que gatean,

limpian migas del piso.

En el medio, todos duermen.

Cuando uno duerme, duerme

no hay necesidad de estar contentos

o de alegrar a los tristes.

En este péndulo, tedioso pero oscilante, vivimos.

Entre una parte delantera con todos sus deleites a la vista

y una trasera en la que andamos en cuatro patas

y, entre rasguños, nos lamentamos.

Al final, agachados, de rodillas,

y colgados de nuestras sillitas con los baberos puestos

rezamos.

 

 

 

 

La libélula

 

Me da vergüenza decirlo, pero

las alas de la libélula que fui

eran de cristal

Su delicado cuerpito de escarabajo zumbaba

de una manera agradable y a la vez mecánica.

Me da vergüenza mirarla,

puedo verla ahí todavía.

Entre vos y yo, lo que la hizo caer, lo que la delató,

fue que la conexión entre las alas y su diminuto cuerpo

no estaba en las articulaciones, sino en los huesos

y en esos músculos que movía con la fuerza

de una mujer.

 

 

 

 

Colocar la voz

 

Practicar la escritura, como decir, colocar la voz.

De las artes, la más transparente.

Gracias a ella soy una libélula en todas partes,

la más hábil.

Los hilos de su marioneta son largos, duran, son lo que dura.

Colocar la voz, como decir, colocar una imagen.

No volar ahora, respirar una libélula

no estar ilesa ahora, colocar la voz,

aferrarse a lo pobre

mover una lapicera en la superficie de un papel.

 

 

 

 

Todas las luces

 

Me alimento del sol,

pero ahora están vos y la nena.

Entonces los pongo sobre mi espalda, los llevo afuera,

sólo para poder hacerlo.

Y la nena es una luz chiquita

yo soy una luz un poco más grande,

vos sos un satélite,

estas son todas las luces

¿no hay nada más?

 

Tengo que abrirme paso y salir

de esta oscuridad,

laberintos de ropa sucia, torrentes de leche y llanto,

juntar luz

que me atraviese

y que pase a la nena,

sin quemarte a vos

estas son todas las luces,

nada más que nosotros, nada más que oscuridad.

 

 

_________________

*Silvia Goldman es poeta, docente e investigadora. Es doctora en Estudios Hispánicos por la universidad de Brown y actualmente enseña en la universidad de DePaul en Chicago. Publicó árbol y otras ansiedades (Isla Negra 2021), miedo (Axiara 2020), De los peces la sed (Pandora Lobo Estepario 2018) y Cinco movimientos del llanto (2008). En el 2020 obtuvo un accésit en el Premio de Poesía FILLT 2020. Fue finalista del VI y VII Premio Internacional de poesía “Pilar Fernández Labrador” y del Premio Internacional de poesía “Paralelo Cero 2020”.

Gili Haimovich Es una poeta y traductora bilingüe israelí. Es la autora de diez libros de poesía, cuatro en inglés y seis en hebreo, así como de un li ... LEER MÁS DEL AUTOR